El dingo, el chivo expiatorio de Australia, es inocente

Por Francisco R. Villatoro, el 10 enero, 2014. Categoría(s): Biología • Ciencia • Noticias • Science

Dibujo20140109 dingo angel

En Australia se acusa al dingo (Canis lupus dingo), además de robar bebés humanos y matar ovejas, de ser culpable de la extinción del lobo marsupial (Thylacinus cynocephalus) y, en el continente australiano, del demonio de Tasmania (Sarcophilus harrisii). Un nuevo estudio ecológico lo absuelve de toda culpa a este respecto. Nos lo cuenta Richard G. Roberts, «A Pardon for the Dingo,» Science 343: 142-143, 10 Jan 2014. El artículo absolutorio es Thomas A. A. Prowse et al., «An ecological regime shift resulting from disrupted predator-prey interactions in Holocene Australia,» Ecology, In Press, 2014.

Además, se publica en Science un artículo de revisión que reivindica el importante papel ecológico de los grandes carnívoros en la cima de las pirámides tróficas. Su desaparición puede provocar importantes cambios en los ecosistemas y la desaparición de muchas otras especies. El artículo es William J. Ripple et al., «Status and Ecological Effects of the World’s Largest Carnivores,» Review, Science 343: 1241484, 10 Jan 2014.

Science Magazine

El trabajo de Tom Prowse (Univ. de Adelaida, Australia) y sus colegas apunta a que los humanos somos la causa de las extinciones del lobo marsupial (o tilacino, también mal llamado «tigre de Tasmania») y, en el continente australiano, del demonio (o diablo) de Tasmania. Su estudio teórico estima un porcentaje de influencia humana en la extinción superior al 90%. La aparición de un nuevo gran depredador en el mismo ecosistema puede llevar a la sustitución de la cumbre de la pirámide trófica. Se estima que unos 50 grandes mamíferos («megafauna») se han extingido en los últimos 45 mil años debido a la presión trófica de los humanos.

Los tilacinos y los diablos convivieron con los humanos durante unos 40.000 años en el continente australiano, pero al final se extinguieron hace unos 3.000 años. Por pura casualidad, la fecha coincide con la de introducción el dingo (una subespecie de lobo asiático) en Australia (se estima que ocurrió hace unos 4.000 años). Además, el mito se ha alimentado de la persistencia de los tilacinos y de los diablos en la isla de Tasmania, nunca colonizada por los dingos (los tilacinos se extinguieron allí alrededor del año 1900).

Según el nuevo estudio (cuyas conclusiones se basan en un modelo matemático simplificado) un cambio en el clima (debido a que El Niño (ENSO) lo volvió más seco) ejerció una fuerte presión en las poblaciones aborígenes, que se adaptaron gracias a avances tecnológicos que les permitieron competir con gran superioridad sobre los otros carnívoros, dando lugar a un crecimiento de la población. Esta realimentación acabó con la competencia en la cumbre trófica (según las simulaciones por ordenador del modelo matemático).

Dibujo20131109 wolves interaction to megafauna

Por otro lado, el artículo de revisión de Bill Ripple (Univ. del Estado de Oregon, Corvallis, EE.UU) y sus colegas destaca el papel esencial de la megafauna en la estructura de los ecosistemas y en su estabilidad gracias a efectos tróficos directos e indirectos. Los seres humanos hemos alterado la estructura trófica, destruyendo el hábitat de muchos grandes depredadores, lo que ha llevado a una gran disminución en su número y una gran contracción en su distribución geográfica. Para ilustrarlo, los autores se concentran en la situación, la importancia ecológica y las amenazas de los 31 mamíferos carnívoros de mayor tamaño en el mundo (la mayoría en peligro de extinción). Entre ellos se han seleccionado 7 para los que se presenta un análisis de su pirámide trófica.

El gran tamaño de los grandes carnívoros es su mayor problema, pues requieren presas grandes y hábitats muy extensos; estas características entran en conflicto con los humanos y las prácticas ganaderas. Como resultado muchos tienen densidades ecológicas por debajo del nivel estimado para su mantenimiento a largo plazo. Sin embargo, su papel es fundamental para el mantenimiento de la biodiversidad y función de los ecosistemas. Por ello, el mantenimiento, o la recuperación, de sus densidades ecológicamente eficaces es una herramienta clave en la gestión sostenible de los ecosistemas y los autores proponen como necesaria una coordinación a nivel global que permita medidas de corrección local, nacional e internacional.



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