Reseña: «Curiosidad. Por qué todo nos interesa» por Philip Ball

Por Francisco R. Villatoro, el 8 agosto, 2015. Categoría(s): Ciencia • Historia • Libros • Noticias • Recomendación • Science ✎ 11

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«La investigación básica, o investigación motivada por la curiosidad, siempre ha terminado produciendo hallazgos e inventos valiosos en términos económicos. Los experimentos del LHC [del CERN] y el [rover] Curiosity [de la NASA] son ejemplos de lo que los científicos actuales entienden por la investigación motivada por la curiosidad. Hoy se considera que la ciencia tiene derecho a interesarse por cualquier cosa. El verdadero asombro no puede fabricarse. En las cortes renacentistas, los filósofos de la naturaleza se valían del asombro y del espectáculo para conquistar a sus mecenas. El CERN [y la NASA] evocan la imaginería romántica de lo sublime. Sería de tontos negar el valor del asombro y el entretenimiento a la hora de promocionar la ciencia, o de rechazarlo por purismo mal entendido. Pero es importante tener claro lo que se hace» cuando se disfraza la ciencia de puro espectáculo.

El libro de Philip Ball, «Curiosidad. Por qué todo nos interesa,» Turner Noema, 2013 [575 pp.], nos cuenta la historia de la ciencia en el siglo XVII, cuando aparecieron las academias de secretos y la Royal Society de Londres. Sus grandes protagonistas son Hooke y Boyle, sin olvidar a Bacon, Galileo, Kepler y Newton, entre otros. Todos los aficionados a la historia de la ciencia disfrutarán con este libro que nos presenta el siglo XVII con unos ojos muy diferentes a la mayoría de los libros modernos. Ball ha leído muchísimos textos originales (el libro contiene 515 citas entrecomilladas a textos extraídos de diferentes obras) y su estilo es fluido (aunque a veces resulta un poco rococó su recreo en los detalles). Pero sin lugar a dudas es una lectura ideal para un tórrido verano.

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El libro está dividido en trece capítulos. Tras el prólogo, escrito en enero de 2012, se inicia la aventura por el reino de la curiosidad con el capítulo 1, «Viejas preguntas» (pp. 13-39), quizás un poco aburrido. El libro se anima con el capítulo 2, «Las academias de secretos» (pp. 41-71). «La filiación neoplatónica de Leonardo explica por qué no era ni de lejos el fiel notario de la naturaleza que nos suelen presentar los historiadores. [Por ejemplo,] sus representaciones del flujo líquido están idealizadas y exageradas para que se asemejen más a los patrones del cabello ondulado y trenzado, unas asociaciones invisibles a ojos de los profanos, pero reveladoras de la estructura profunda del mundo a ojos de los expertos» (pág. 45). La confianza de Leonardo en el «experimento» está lejos de la idea actual. «En el Renacimiento esta palabra solía ser más o menos sinónimo de «experiencia»; no era el procedimiento planificado con esmero, restringido y artificial que hoy emplean los científicos, [sino] una observación pura y simple de la naturaleza» (pág. 48).

El oficio de los «secretistas» (también llamados «profesores de secretos») era «buscar cosas ocultas, [luego], al igual que los alquimistas, eran un producto de la tradición hermética» (pág. 53). Ball destaca en su libro a Giambattista della Porta, que fundó en «Nápoles su propia Accademia dei Secreti» y publicó su libro Magia natural (1558) que «ofrecía la exposición definitiva de la idea de la naturaleza como reserva oculta de secretos. ¿Cómo puede ser precursor de los científicos el autor de un libro de magia?» (pág. 61).

«El teatro de la curiosidad» (pp. 73-114), capítulo 3, nos recuerda que «en el siglo XVI y comienzos del XVII, todo aquel que quisiera dedicarse al estudio de la naturaleza debía [o bien] ser inmensamente rico y ocioso (y varón), [o bien] hacerse con una cátedra universitaria que garantizara un salario, [o en otro caso] hacerse con un mecenas, que además de manutención promocionase su autoridad intelectual y lo defendiese si se indisponía con la Iglesia» (pág. 73). «La ciencia, en sus comienzos, estuvo tan subvencionada como moldeada por el mecenazgo, de la misma forma que hoy se ve influida por un organismo de financiación» (pág. 74). «Los príncipes y duques demostraban su condición noble y honorable [atrayendo] a los mejores artistas, artesanos y estudiosos, y siendo capaces de conversar con ellos e incluso de competir con su pericia en materia de retórica, música y arte. Los cortesanos ilustrados debían producir obras eruditas y hermosas para gloria de sus benefactores» (pág. 75).

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Se ensalzaba el secretismo. «Si quieres que tu labor resulte asombrosa, no reveles su causa,» escribió Della Porta. «La fusión del cortesano elegante con el erudito ingenioso dio lugar al virtuoso. Al virtuoso se le permitía, es más, se le exigía, que diese rienda suelta a la pura curiosidad; que husmease en cualquier faceta del arte o de la naturaleza, por trivial que fuese, con la exclusiva finalidad de ampliar el conocimiento» (pág. 77). Surgieron los gabinetes de curiosidades y las cortes de la maravilla. En este contexto surgió «Francis Bacon, educado para alcanzar las más altas cotas, pero los triunfos que logró a lo largo de su vida nunca fueron plenos ni le procuraron demasiada satisfacción» (pág. 107). En su novela utópica La nueva Atlántida (1626) concibió «un instituto de investigación científica financiado por el Estado. [Pero] ningún gobernante lo adoptó» (pág. 112).

El capítulo 4, «A la caza de pan» (pp. 115-149), nos describe el método científico concebido por Bacon y publicado en Novum Organum (1620). «No hay pruebas de que Bacon ni ninguna otra persona usasen jamás este método para descubrir nada; de hecho, el inglés no realizó ni un solo descubrimiento científico relevante» (pág. 138). «El Novum Organum democratiza la ciencia. El programa de Bacon exige que la labor de descubrimiento se asigne a legiones de trabajadores abnegados que acopien con paciencia todos los datos pero carezcan de la imaginación necesaria para extraer conclusiones» (pág. 138). «El corolario es que la curiosidad también debería institucionalizarse. Con lo cual, ya no se trataría de curiosidad en absoluto, sino más bien de meticulosidad» (pág. 139). «La filosofía de la naturaleza estaba tan necesitada de mano de obra como de genio» (pág. 147).

«Profesores de todo» (pp. 151-189), el capítulo 5, nos describe la creación de la Royal Society. «El rey no dio muestras de tener ninguna fe en el argumento baconiano de que una sociedad científica podría servir a los intereses de la nación, pues jamás dio un penique a la Royal Society. [Para] financiarse, cobraba una elevada cuota de suscripción, con lo cual solo los más adinerados podían afiliarse» (pág. 164). «Aunque estas y otras instituciones empezaron a hacer de la ciencia una tarea organizada, formalizada y colectiva, no se ajustan exactamente a ese relato clásico según el cual revolucionaron la práctica de la ciencia y la forma como esta conceptualizaba la naturaleza» (pág. 182). «La pretensión de la Royal Society de centrarse en los ‘experimentos de provecho’ de Bacon, las aplicaciones prácticas de la filosofía de la Naturaleza, la tecnología, también era problemática» (pág. 188).

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Ball nos cuenta en el capítulo 6, «Más cosas en el cielo y en la tierra» (pp. 191-227), que los cuentos de los viajeros incluían gran número de maravillas y que muchos retornaban con rarezas que merecían ser coleccionadas. Así aparecieron los «museos públicos [que] se beneficiaban de la generosidad de coleccionistas de rarezas foráneas. En 1753, [al morir] el médico irlandés Hans Sloane permitió que su impresionante colección de más de setenta y una mil plantas, objetos exóticos y etnográficos y otras curiosidades, así como cincuenta mil libros impresos, pasase (previo pago a los herederos) al rey Jorge II. [La] colección de Sloane sirvió de base para lo que terminaría siendo el British Museum» (pág. 211).

«Escarbar en la historia en busca de una ‘invención del método científico’ es perder el tiempo; en lugar de ello, lo que encontramos en los albores de la edad moderna es la evolución de una sensibilidad científica, lo cual sería mucho más útil a la postre» (pág. 227). «Desarmonías cósmicas» (pp. 229-276) se titula el capítulo 7, cuyo gran protagonista es Galileo. «Como cristiano practicante que era Galileo no quería cuestionar la religión sino conservarla. Sostenía que la Biblia utilizaba figuras retóricas que no deben tomarse al pie de la letra, pues no son sino meros recursos para poner el texto al alcance de la gente de a pie» (pág. 242). Tycho Brahe y Kepler completan este capítulo.

«Kepler trabajó sin desmayo [durante] cuatro años antes de concluir que la órbita de Marte no era un círculo, sino una elipse. Por analogía (y nada más, a esas alturas), dedujo que todas las órbitas planetarias adoptaban esa forma en mayor o menor medida» (pág. 254). «A tenor de los diagramas de los libros de texto, es fácil malinterpretar la primera ley de Kepler: tienden a mostrar elipses muy alargadas para recalcar la idea. [En realidad,] la excentricidad de las órbitas planetarias es muy pequeña: son prácticamente circulares» (pág. 255). «Kepler desarrolló la idea ptolemaica de que existe un sistema de armonía celestial, la llamada música de las esferas, que asigna a cada planeta un tono musical relativo a la distancia que lo separa de la Tierra» (pág. 258). «Kepler, sin saberlo, identificó la fuerza de atracción entre el Sol y los planetas, lo que hoy conocemos como la gravedad, [como] el impulso, su anima motrix, para los planetas» (pág. 260). Pero fue Newton quien describió la gravedad en forma matemática.

«La mecánica celeste de Newton, con toda su brillantez, no era capaz de describir por completo los movimientos de la Luna alrededor de la Tierra. [Él] era plenamente consciente de esta deficiencia y estaba deseoso de subsanarla» (pág. 268). «Newton sostenía la concepción de que la gravedad era una manifestación de la intervención divina. [Los] primeros científicos que más contribuyeron a desentrañar las leyes del universo no eran baconianos, si bien es cierto que se beneficiaron de la promoción de la curiosidad que llevó a cabo la nueva filosofía y compartían algunas de sus raíces místicas y mágicas» (pág. 274).

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La literatura de ciencia ficción en el sentido moderno nació en el siglo XVII, como nos cuenta el capítulo 8, «Los primeros hombres que pisaron la Luna» (pp. 277-). El telescopio permitió comprobar que la Luna tenía una orografía similar a la terrestre, lo que para muchos significaba que estaba habitada por una civilización tan avanzada como nosotros. Uno de los más famosos fue Savinien de Cyrano (1619-1655), más conocido como Cyrano de Bergerac, en sus famosas obras Historia cómica de los estados e imperios de la Luna (1657), e Historia cómica de los estados e imperios del Sol (1662). En este último describe «una especie de audiolibro: una máquina hecha de perlas y diamante que contiene grabaciones sonoras que se reproducen moviendo una aguja para seleccionar el capítulo. Era mediante estos aparatos portátiles y fáciles de usar como los selenitas adquirían unos conocimientos tan amplios a tierna edad» (pág. 313).

«La primera tentativa de construir un argumento científico riguroso en favor de la existencia de vida extraterrestre sin atentar contra las Sagradas Escrituras la llevó a cabo Christiaan Huygens hacia el final de su vida. El Cosmotheoros (1695)» (pág. 321) aplicaba «el mismo razonamiento [que] persiste hoy en la búsqueda de vida extraterrestre, por ejemplo, cuando se afirma que para que exista vida en otros mundos deberían tener agua, porque sin ella no hay vida en la Tierra» (pág. 323).

 

El capítulo 9, «Naturaleza libra y presa» (pp. 325-361) empieza comparando la «bomba de aire, un mecanismo diseñado para extraer el aire del interior de una esfera de cristal mediante una bomba de pistones manual» con el LHC del CERN. «Comparar la bomba de aire con las máquinas de la moderna física de partículas se ha convertido en un lugar común de la historia de la ciencia, pero se trata de algo más que una simple metáfora. Los interrogantes y enigmas que planteaba la bomba de aire eran extraordinariamente similares a los que hoy suscitan el LHC y demás artefactos de este tipo» (pág. 327). «Los dos aparatos tienen el objetivo de crear anomalías en la naturaleza: pequeñas parcelas del mundo donde no rigen las reglas normales» (pág. 328).

«Los experimentos solo proporcionan ‘hechos’ después de pasar por un filtro cultural: los hechos están moldeados por la sociedad en la que surgen» (pág. 338). «¿Cómo saber si se puede confiar en un ‘hecho’ empírico? Para los escolásticos, se trataba de una simple cuestión de autoridad y categoría: un hecho era veraz si figuraba en un texto fidedigno; de lo contrario no pasaba de mera habladuría» (pág. 354). «En una institución tan caballeresca como la Royal Society dudar de la palabra de un miembro de la misma clase social era una grave descortesía. He ahí uno de los motivos por los que se concedía tanta importancia a la reproducción de los experimentos y a la necesidad de contar con varios testigos» (pág. 356). «Para que un resultado adquiriese la condición de hecho [primero] tenía que procesarlo la comunidad de virtuosi, algo que dependía de los recursos literarios, la evaluación de los expertos y el consenso» (pág. 360).

«Los científicos suelen horrorizarse cuando oyen decir que ‘el conocimiento es un constructo social’ porque da a entender que, pongamos por caso, la ley de Boyle es un producto arbitrario de la cultura» (pág. 360). «El hecho cierto es que todas las tentativas de definir qué es la ciencia expresan algo verdadero acerca del proceso, pero ninguna lo capta en su totalidad. Ninguna ofrece un ‘método científico’ infalible que genere conocimientos sin cesar. Si no estamos dispuestos a extraer esa enseñanza de la historia de la ciencia, esta historia apenas vale nada» (pág 361).

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El microscopio es el protagonista del capítulo 10, «En la cabeza de un alfiler» (pp. 363-403), que junto al telescopio «suele considerarse como dos de los instrumentos fundamentales de la revolución científica. Ambos aparatos eran factibles mucho antes del siglo XVII, [pero] se consideró que las lentes servían simplemente para potenciar nuestra capacidad de ver lo que ya se sabía que existía, no para descubrir objetos desconocidos» (pág. 367). Las críticas de Margaret Cavendish en Observaciones acerca de la filosofía experimental (1666) son muy modernas: «si ella no puede concebir algo, o no está dispuesta a concebirlo, ya es un argumento de peso para declarar que no existe. La duquesa también jugó esa carta, tan habitual hoy en día, de presentar la disposición de los científicos a revisar su tesis como una prueba patente de que no saben de lo que hablan» (pág. 397). «La barrera de la ininteligibilidad fue sin duda uno de los motivos por los cuales terminó apagándose el entusiasmo por el microscopio. En 1692, Hooke se lamentaba de que el instrumento ya no interesaba a nadie, salvo a caballeros y damas pudientes que lo usaban como juguete para divertirse» (pág. 402).

«La luz de la naturaleza» (pp. 405-443) nos habla de la luminiscencia (o el segundo tipo de fosforescencia, «su acepción en los textos de la época»). Más interesante me parece el capítulo 12, «A la caza de elefantes» (pp. 447-487), que nos habla de las críticas  a la labor del científico puro y aplicado («lo que en aquella época podría considerarse el virtuoso y el baconiano») en la literatura y el teatro. Sátiras y parodias cómicas como El virtuoso (1676) de Thomas Shadwell, que se mofa de los virtuosos de la Royal Society (cuyo protagonista podría estar inspirado en Hooke), o El elefante en la Luna (c. 1670) de Samuel Butler. Me ha sorprendido Los viajes de Gulliver (1726) de Jonathan Swift. «Los habitantes más poderosos de [Laputa] son filósofos que ‘se hallan siempre tan enfrascados en sus cavilaciones, que corren peligro manifiesto de despeñarse por todo precipio y embestir contra todo poste’. Los laputianos, en prevención de este riesgo, emplean criados que tienen la obligación de golpear suavemente a los filósofos para devolverles a la realidad» (pág. 473). «De todos los ataques que se lanzaron contra la Royal Society, el de Swift fue seguramente el más devastador, pues ninguno tuvo tanto éxito» (pág. 476). Con la muerte de Newton «la era de los virtuosi [tocó] a su fin. Al menos durante un tiempo» (pág. 487).

Del último capítulo ,»‘Virtuosi’ profesionales, o la curiosidad se sirve fría» (pág. 489-516) he extraído el primer párrafo de esta reseña (que si quieres puedes leer de nuevo ahora). Creo que disfrutarás este libro si te atreves a pasear por sus casi 600 páginas durante este tórrido verano.



11 Comentarios

  1. Hola! Aprovechando la reseña de un libro divulgativo quiero pedir recomendación acerca de algún libro de divulgación centrado en física cuántica. Aclaro que mi curiosidad en esto vien de haber visto un muy interesante documental en tv, no tengo ninguna formación científica pero siempre he sido curioso y de vez en cuando leo blogs como este. Desde ya les agradezco me puedan orientar!

    1. Hola Carlos, si no tienes ningún conocimiento de física cuántica te recomiendo dos libros:
      Desayuno con partículas de Sonia Fernández-Vidal con Francesc Miralles
      Alicia en el País de los Cuantos de Robert Gilmore

      Los dos libros son bastante parecidos, en los dos el autor crea una historia (en los dos casos fantástica… es lo que tiene la física cuántica) donde el protagonista se va encontrando con fenómenos de la física cuántica, de esta forma, sin ninguna ecuación ni justificación el autor te presenta los principios y algunas consecuencias más importantes de la física cuántica (El gato de Schrödinger, decoherencia, partículas elementales, Principio de incertidumbre de Heisenberg, partículas virtuales, física nuclear, etc…) y además los dos libros dedican un capítulo a hablar de la diferentes interpretaciones de la mecánica cuántica.

      Si lo que buscas es empezar a introducirte en la física cuántica creo que son dos libros muy buenos y no es necesario conocimientos previos, ya que realmente no intenta demostrarte nada.

      Sonia Fernández-Vidal también ha publicado dos novelas juveniles de divulgación de la física cuántica llamadas La puerta de los tres cerrojos y Quantic Love, que son básicamente iguales pero hay mucha más historia y es una historia más enfocada a adolescentes.

      Finalmente, también puedes leer una serie de artículos de Pedro Gómez-Esteban que también intenta explicar los principios básicos de la cuántica sin usar fórmulas
      http://eltamiz.com/cuantica-sin-formulas/
      Estos artículos ya son más difíciles de leer si no tienes nada de conocimientos previos, pero creo que con esfuerzo se pueden asimilar perfectamente.

      Espero que te sirva alguno
      Saludos
      Roger 😉

      1. Muchísimas gracias Roger!! Voy a investigar esos libros que me recomiendas! Por lo pronto no me resistí y ya encargué el de este post, Curiosidad, pues en la universidad me tocó estudiar algo de historia de la ciencia en una materia sobre investigación y la verdad que es un tema apasionante.

        Saludos desde Argentina!

  2. Ola!!Parece que esta curiosidad se da en una clase social que tenga sus necesidades básicas aseguradas. Sabemos que los fílosofos griegos vivían bien y tenían tiempo para curiosear, experimentar y teorizar; sus esclavos, no.
    Aun no sé por qué me intereso por un blog tan riguroso y «duro» como éste, tan alejado de mi formación académica y de la actividad profesional que desempeño. Pero tengo claro que esta curiosidad sólo germina cuando el sustento está asegurado. Del mismo modo, no puedo imaginar a alguien que busca de comer en la basura pensando en recargar su smartphone para ver que dice Francisco Villatoro sobre «el gran futuro del fosforeno o fósforo negro» ( por poner un ejemplo)…

  3. Gracias Francis, no conocía el libro y creo que es una referencia que merece tenerla en la colección personal. Evidentemente el asombro o la curiosidad debe ser el motor de la investigación… canalizada a través del método científico!

  4. De forma similar a como nuestro ADN es un compendio de las vicisitudes ocurridas a lo largo de casi 4000 millones de años de evolución, la cultura y el conocimiento humano pueden considerarse como el conjunto de toda la información adquirida por la raza humana desde que el primer homínido se puso sobre 2 patas hace unos 6 millones de años. Al igual que el hombre actual no podría entenderse sin su ADN tampoco es posible identificarlo si eliminamos el conocimiento adquirido. El hombre actual es la suma inseparable de su ADN y de su cultura o conocimiento. A medida que los primeros humanos fueron almacenando más y más información sobre como funciona el mundo que nos rodea incluidos nosotros mismos iba surgiendo una nueva «raza», una raza capaz de cruzar un océano en cuestión de horas o de enviar cualquier tipo de información casi instantáneamente a cualquier punto del planeta.
    Si bien el conocimiento humano es patrimonio de todos y todos lo disfrutamos, los avances fundamentales fueron hechos por unos pocos: médicos, arqueólogos, etólogos, físicos, biólogos, químicos, matemáticos, geólogos… un puñado de científicos que dedicaron sus vidas a ampliar eso que llamamos conocimiento humano para que el resto pudiese vivir más de 40 años, enfriar los alimentos o no morir de una apendicitis. Sin ese conocimiento que nos ha dado la ciencia no hubiera surgido la raza humana tal y como la entendemos actualmente, seríamos, simplemente una raza más de homínidos, de modo que, podemos decir, que somos lo que somos gracias a la ciencia.
    Lo que ha movido a muchos de estos científicos es, como se dice en esta entrada, la curiosidad por saber como funciona la naturaleza. Actualmente nuestra curiosidad ha llegado a unos niveles inimaginables hace solo un par de siglos: queremos saber como surgió nuestro Universo, de que está hecho el espacio-tiempo, que sucede en las singularidades de los agujeros negros, cuantas dimensiones existen, cuales son las partículas, fuerzas y simetrías más fundamentales, queremos saber si vivimos en un Multiverso o en un Universo multidimensional, en definitiva, queremos conocer los detalles de los secretos más profundos del apasionante mundo en el que vivimos. Esa sensación de curiosidad y de placer que se siente al descubrir algo nuevo nos hizo humanos y esa misma sensación nos llevará gracias a la ciencia a alcanzar las más altas cotas de conocimiento que nunca jamás se hallan alcanzado.

  5. La discrepancia proviene de una visión del mundo opuesta. Creo en la lucha de clases y en el materialismo histórico como verdadero motor del avance de la humanidad y tú opinas…otras cosas. Negar que los filósofos griegos tenían un status diferenciado por el que las mejores familias entregaban a sus hijos para su formación integral es no reconocer algo que siempre se ha sabido. Por encima de sus problemas políticos y actitudes ante la vida está el enorme rconocimiento y respeto que inspiraban . Insisto: sus esclavos, no,

    Con respecto al ejemplo de la basura, intenté ser gráfico al intentar explicar que podemos curiosear, pintar en las cuevas, filosofar, buscar la materia oscura, si, pero despues de haber comido, con hambre: supervivencia, necesidades básicas.
    En definitiva, una discrepancia anclada en la diferencia ideológica, nada nuevo.

    1. Estimado amigo Santiago Balea. ¿De verdad no has encontrado otro blog mejor que este para hablar sobre la lucha de clases y el materialismo histórico?

      1. Yo creo que este blog es ideal para discutir sobre filosofía, Santiago esta hablando de Marx, Los europeos deberían discutir un poco mas sobre materialismo histórico y lucha de clases, pero claro, se ponen un poco perezosos al tener que replantearse el costo de la comodidad en la que viven, y que vienen amasando con sangre extranjera desde hace siglos. Ya que sois gente culta y preparada podrían no dejar librado a la política el cambio cultural necesario para que la persona que revuelve la basura (un sujeto) que tiene un determinado conocimiento sobre un aspecto del mundo sea integrada en la dinámica de transmitir, recibir y producir conocimiento. Solo cuando el ser humano halla alcanzado ese estadío podremos considerar a la raza humana como una raza científica y en tanto no el conocimiento seguirá siendo un instrumento de dominación al servicio de un sistema económico que desbasta la naturaleza y a gran parte de los seres humanos los condena a la miseria mientras otros viven excesivamente cómodos.

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