«Los muertos no tienen glamour. En las series o películas la sangre es roja brillante, los muertos son guapos, están bien peinados y en posturas dignas, pero es mentira. Lo que ven las primeras personas que llegan al lugar de un accidente o de un crimen violento no se parece a nada que hayas visto. [Si] tu trabajo implicara ver escenas como estas de vez en cuando, necesitarías crear un distanciamiento psicológico por el bien de tu salud mental. El humor negro, negrísimo a veces, es una estrategia que utilizan muchos profesionales con este fin».
Rotundo. Un gran libro que he disfrutado y que pretendo releer. J. M. Mulet lo ha vuelto a hacer. Insuperable. J. M. Mulet, «La ciencia en la sombra. Los crímenes más célebres de la historia, las series y el cine a la luz de la ciencia forense», Destino, Editorial Planeta (2016) [268 pp.] es el libro más recomendable para este verano, sobre todo si sientes esa fascinación por el mal, ese morbo que hace que el mal nos atraiga a todos.
Famoso divulgador, J. M. Mulet no necesita presentación. Doctor en bioquímica y biología molecular lleva varios años impartiendo una asignatura de «Biotecnología Criminal y Forense» en la Universidad Politécnica de Valencia, de gran éxito entre el alumnado. Su experiencia docente ha sido la semilla de este libro. Pero no basta, ha entrevistado a profesionales, recopilado ingentes datos, leído muchos libros y hasta artículos de investigación. Todos los lectores disfrutarán con lo bien documentado que está el libro. Pero sobre todo con la pasión que escribe el autor. Muy recomendable para todos.
Tras la introducción, «Breve historia de este libro» [pp. 13-23], se nos presentan nueve capítulos, un epílogo y unas referencias comentadas para seguir profundizando. «Chistes en el título de los capítulos. La idea se la tomé prestada a la gente con la que hablé en el proceso de documentación previo a su escritura. [Por] tanto, los títulos de los capítulos no son más que un modesto homenaje a los profesionales que, día a día, lidian con lo peor del ser humano para hacer una sociedad más justa».
El capítulo 1, «De cómo la ciencia ha servido para resolver crímenes, y lo que queda» [pp. 25-54], nos cuenta la historia de la «ciencia forense, entendida como la aplicación del método científico para resolver delitos o causas legales, [que] es muy joven». «El problema del testigo» nos lleva a «¿quién es quién?» y a la dactiloscopia (o lofoscopia), el uso de las huellas dactilares para identificar sujetos. «En España la adopción del sistema [fue] temprana y se lo debemos al granadino Federico Olóriz Aguilera. [No] obstante, el estudio de las huellas también puede conducir a errores, sobre todo cuando se tienen huellas parciales o incompletas».
Los nueve capítulos acaban con un caso real. El primero con el más famoso, «Jack el destripador. Qué mejor ejemplo para ilustrar la historia de la ciencia forense que un caso histórico». Se han inventado muchas resoluciones de este caso. «El problema es que las pruebas son tan laxas que es muy fácil construir una historia y amoldar las pruebas a posteriori. El misterio seguirá y dudo que se solucione de forma tajante nunca».
«El estudio de la escena del crimen. ¿Quién manda aquí?» [pp. 55-67], el segundo capítulo, nos habla de la «investigación de la escena» y «del papel y las limitaciones de la ciencia forense». Como caso real se nos presenta «el secuestro del bebé Lindbergh», un caso repleto de chapuzas forenses.
El capítulo 3, «Los cadáveres hablan si sabes escucharlos» [pp. 69-104], menciona «el cuadro titulado Finis Gloriae Mundi («El fin de las glorias mundanas») [que] representa el cuerpo de un obispo enterrado, con lujosos ropajes y joyas, pero descompuesto, reducido a calavera y rodeado de podredumbre», que pude contemplar hace un mes «en la iglesia del Hospital de la Caridad de Sevilla, [una] obra maestra del barroco andaluz que estremece».
J. M. Mulet nos describe «qué pasa cuando hace poco que hemos muerto». «Los cadáveres siguen las leyes de la física y la química que gobiernan el universo. El algor mortis es un fenómeno termodinámico; el rigor mortis, un fenómeno bioquímico, y existe otro, el livor mortis, que se debe a la física clásica». Junto con la «deshidratación y la escala de tiempo en la que sucede cada uno, los médicos forenses pueden hallar información valiosa sobre la hora y la causa de la muerte».
En los «fenómenos cadavéricos tardíos destructores, aquí empieza a oler a muerto», hay muchas cosas curiosas, como que «algunos cadáveres pueden llegar a explotar. Dado que esto puede alargarse hasta una semana después del fallecimiento, cuando ya se han realizado las exequias y se ha depositado en la tumba, estas explosiones se oirán en un cementerio desde el interior de los nichos. No me gustaría estar cerca si esto sucede».
«¿Cómo es una autopsia?» nos describe, en primera persona, dos autopsias realizadas en mayo de 2015. Finaliza el capítulo con el caso real «del asesino del torso» que Eliot Ness (famoso por encarcelar a Al Capone) no supo resolver.
«Antropología forense. Los huesos no sirven solo para el caldo» [pp. 105-126], el cuarto capítulo, nos habla de «el análisis de los huesos, [que] es muy específico y normalmente no lo lleva a cabo el médico forense o patólogo forense, sino que existe una especialidad dedicada a ese campo». El capítulo es muy interesante e incluye menciones a «huesos ilustres» como los de Cristóbal Colón, Francisco de Quevedo o Miguel de Cervantes. Finaliza con el caso real de «la huida de Mengele».
Me ha gustado mucho el capítulo 5, «Genética forense. Este cura sí es mi padre» [pp. 128-159]. Tras exponer de forma divulgativa las bases de los análisis de ADN se nos recuerda que «las pruebas de ADN pueden complicarse por la aparición de mutaciones somáticas, que son aquellas que se producen después de la concepción. [Un] culpable [puede] sufrir mosaicismo genético y el grupo sanguíneo de su esperma no coincidir con el de su sangre. [Por ejemplo], alguien que haya sufrido un transplante de médula tendrá un perfil genético en todas las células de la sangre que será igual que el del donante, mientras que el resto de los tejidos de su cuerpo tendrá su perfil genético original».
Hay que recordar lo que «le decía el tío Ben a su sobrino Peter Parker/Spiderman, «un gran poder conlleva una gran responsabilidad». Los aciertos son mayoría y suceden todos los días, pero también hay errores». Tras discutir el genoma mitocondrial (que heredamos por vía materna) y el cromosoma Y (heredado por vía paterna), se discute el caso real de «la familia Romanov» que sirvió de inspiración para películas como Anastasia, con Ingrid Bergman y Yul Brinner».
El capítulo 6, «Toxicología forense. No te fíes de una botellita en la que pone «bébeme»» [pp. 161-178], nos recuerda que envenenar no es la mejor manera de cometer un crimen perfecto. Por cierto, como es habitual con Mulet, el libro está decorado con gran número de chistes que me han levantado múltiples risas durante su lectura. Por ejemplo, «dado que el veneno solía encontrarse mezclado con comida y bebida, el método [de detección] fallaba más que las previsiones del FMI (las escopetas de feria son armamento de precisión al lado de los pronósticos de crecimiento del Fondo Monetario Internacional)».
Tras «la botica de la abuela para cargarse al abuelo», se presenta el caso real «Hitler y Eva Braun, cianuro para la historia». Llegamos al séptimo capítulo, «Biología forense. Los bichos son unos chivatos» [pp. 179-206]. Tras recordar que «la sangre mancha» y cómo debe ser analizada en la escena, se presenta la «zoología forense», que tanto gusta a Grissom en CSI. Se finaliza con la «palinología forense», el estudio del polen, y el caso real de «el fugitivo».
El capítulo 8, «Química forense. Los espectroscopios nunca mienten» [pp. 207-233], nos recuerda que «los criminales también están hechos de átomos». «Podemos analizar la presencia de un elemento químico gracias a que el cielo es azul y existe el arco iris. No, no acabo de ver cuatro temporadas seguidas de Los osos amorosos ni me he tragado una botella de Mimosín, he hecho una afirmación absolutamente exacta. No es broma». Así es Mulet, su estilo es único.
«La cromatografía líquida de alto rendmiento (HPLC) es mucho más eficaz. [Sin embargo], cuando, después de haberlo explicado en clase los alumnos lo ven en el laboratorio de prácticas, siempre ponen la típica cara de «¿esto era…?»». Tras la separación hay que identificar las moléculas. «Nos da pistas sobre el peso atómico la espectrometría de masas. La base teórica es fácil de entender. A ver, seguro que todos habéis visto un tubo fluorescente, ¿no?»
El capítulo octavo también menciona la geología forense y nos presenta como caso real a «Patricia Stallings o los químicos también ven la tele». Pero no podía faltar en un libro de Mulet un capítulo sobre «Pseudociencia forense. No es ciencia todo lo que llega al juicio» [pp. 235-258]. Aparecen la frenología (con mención a la película Minority Report), la hipnosis (con mención a Regresión de Amenábar), los videntes (como no, en la línea de El Mentalista), el anumerismo matemático y los detectores de mentiras.
«El polígrafo se ha popularizado a nivel privado más que en los juzgados. [Esta] prueba no es fiable. Pero eso no quiere decir que no sirva para nada. En el transcurso del interrogatorio se pueden utilizar diferentes técnicas y la máquina de la verdad puede tener un valor disuasorio, aunque no funcione. [Es] más útil por su valor para hacer presión psicológica en un interrogatorio que por su funcionamiento». Como caso real se discute «el estrangulamiento de Boston [que] no fue identificado por un vidente».
El epílogo «Matar a alguien es de ser mala gente» [pp. 259-262] culmina un libro que he disfrutado mucho. También lo ha hecho el autor: «Me gustaría haber sido capaz de transmitirte la misma fascinación por el tema que he sentido durante el proceso de documentación y escritura de este libro, o el entusiasmo que siento cada vez que empiezo el curso o cuando asisto a las presentaciones de mis alumnos. Si he sido capaz de contagiarte de la misma pasión, me doy por satisfecho, pero debes saber que esto no ha hecho más que empezar».
«Por lo demás, espero que, después de leer estas páginas, si tienes la peregrina idea de cometer un delito o matar a alguien no lo hagas. Mejor vete al cine o cómprate un libro. Y no te lo digo por mí, sino por ti. [Me] gustan los lectores entregados, pero no tanto».
Un gran libro de J. M. Mulet que vuelve a sorprendernos con lo que es, uno de los mejores, sino el mejor, divulgador en lengua española. Su pasión por hacernos disfrutar con lo que le hace disfrutar, la ciencia, está presente en cada página del libro. ¡A qué esperas para empezar a leerlo!
Interesantísimo. Ya tengo lectura para las vacaciones.
Muchas gracias por la reseña Francis. Esto si que es una disección y no las que cuento yo. La verdad es que me he sonrojado.