Reseña: «Un esquimal en Nueva York» de José Ramón Alonso

Por Francisco R. Villatoro, el 10 diciembre, 2016. Categoría(s): Cerebro • Ciencia • Libros • Noticias • Recomendación • Science ✎ 2

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«¿Podríamos hacer una lectura sentimental de la Historia? [Porque] no somos robots que pelean y conquistan, ni flujos económicos de transferencia de capital y mercancías, somos seres humanos, cargados de emociones y sentimientos, respuestas cerebrales que marcan nuestras decisiones. [Hay] pequeñas frases que te muerden como un tábano, te dejan una marca, un algo que persiste cuando ya no sabes donde lo leíste o si tiene el mínimo asomo de verosimilitud. [Están] en lo más profundo de nuestro cerebro donde hay algo primitivo que se activa, cuando vemos un arco iris, cuando olemos en las brasas, cuando oímos llorar».

Las buenas historias son para ser leídas en voz alta y para ser escuchadas al calor del fuego del hogar. Así son las historias que nos cuenta José Ramón Alonso, «Un esquimal en Nueva York y otras historias de la Neurociencia», Guadalmazán (2016) [350 pp.]. Este cuarto libro de su saga sobre historias de la neurociencia, tras «La nariz de Charles Darwin», «El escritor que no sabía leer» y «El hombre que hablaba con los delfines» [reseña LCMF], me parece incluso mejor que los tres anteriores. Su estilo, que a veces raya la prosa poética, sigue mejorando, incluso si eso parecía imposible.

Un libro que recopila historias breves, pero apasionantes, es ideal para quien quiera disfrutar de la buena lectura a ratos sueltos. Por ello creo que muchos lectores disfrutarán de este libro, que promete ser un éxito como fueron los tres anteriores. José Ramón, aparte de buen amigo, derrocha cultura, tanto neurocientífica como humanística. He disfrutado mucho con su lectura y por ello te lo recomiendo de forma encarecida. Como dice la contraportada, José Ramón ya merece ser denominado «el aclamado escritor de la divulgación científica española».

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Tras la breve presentación [p. 13] nos encontramos con 34 historias, cada una de unas diez páginas en promedio, ilustradas con varias fotografías a toda página. La primera historia, muy emotiva, da título al libro, «Un esquimal en Nueva York» [pp. 14-28]. La sorprendente vida de un inuit llamado Minik. No quiero contar nada más.

La historia 2, «La carne de dios» [pp. 29-40], nos habla de «la psilocibina, un compuesto psicodélico presente en unas ciento ochenta y seis especies de hongos. [Una de] las sustancias enteógenas, aquellas moléculas capaces de suscitar experiencias espirituales, un aspecto enormemente sugerente por sus implicaciones pero que entre los científicos suele generar cierta incomodidad. [Cada] vez parece más claro que para entender las vivencias espirituales debemos entender mejor nuestro cerebro» [y las sustancias químicas que lo afectan].

«El duelo del elefante» [pp. 41-50], nos recuerda que «todo parece indicar que los tres grupos de animales con los encéfalos más grandes: elefantes, cetáceos y homínidos, los tres grupos que tienen neuronas de von Economo, comparten una auténtica vida social, sistemas de comunicación elaborados y un concepto de la muerte, que incluye el duelo, el sentimiento de pérdida, el dolor por el que queríamos y ya no está con nosotros». La historia 4, «La sonrisa de Mona Lisa» [pp. 51-63], nos habla de varios estudios neurocientíficos sobre la sonrisa, desvelando lo que podría ser el secreto de Leonardo, «codificó información contradictoria en ambos lados de la cara de la dama. [No] parece un efecto casual, el pintor italiano quiso muy probablemente causar esa confusión».

Me ha gustado mucho el homenaje que el autor hace a los tónicos de la voluntad de su gran maestro, Santiago Ramón y Cajal, en «Las leyes de Alonso» [pp. 64-79]. Veintidos leyes de Alonso que son «mensajes a los estudiantes con vocación por la investigación». Además de muy interesantes, quiero destacar lo bien hilvanada que está su presentación. Muy recomendable su lectura, tanto para los más jóvenes como para los no tan jóvenes.

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La historia 6, «Las reinas del ajedrez» [pp. 80-87], nos cuenta que «los mejores ajedrecistas o científicos de nivel Nobel son por definición raros y cuánto más grande sea el grupo total, más individuos habrá de esa rareza, más personas habrán alcanzado ese nivel extraordinario. [La] diferencia en el tamaño de las poblaciones [explica] el 96% de las diferencias en los resultados en el juego [del ajedrez] entre ambos sexos. [Pero] no explica porqué hay menos mujeres que elijan esa afición o profesión».

«Benjamín Franklin y el cambio de hora» [pp. 88-98] discute la relación entre el horario de verano y los ritmos circadianos. «Los relojes biológicos y nuestro equipo defensivo, el sistema inmunitario están intímamente relacionados. [Eso] hace que, a menudo cuando estamos enfermos sintamos sueño y fatiga aunque sea en mitad del día. Nuestros relojes biológicos nos llevan a la cama para que el organismo tenga como prioridad la lucha contra ese agente infeccioso».

La octava historia, «Lágrimas de niño y de mujer» [pp. 99-106], es un buen ejemplo del ritmo de la mayoría de las historias. Se inician con un personaje o con un hito histórico. Se discuten algunos experimentos científicos publicados entre 2010 y 2014. Se conectan sus conclusiones con el personaje o con el hito histórico. Y se redondea el final dando pie a profundizar, tanto en la parte histórica como en la parte neurocientífica. Como ocurre con la neurona de Jennifer Aniston, que el autor vuelve castiza en su novena historia, «La neurona deBelén Esteban» [pp. 107-115]. «Creo que es necesario convocar un homenaje a cualquier lector que llegado a este punto pregunte: «¿Y esa quién es» ¡Feliz mortal!»

«No ligan y se dan a la bebida» [pp. 116-125] nos habla de los circuitos de recompensa del cerebro y de drosófilas borrachas por mal de amores. La historia onceava, «El asesino del sueño» [pp. 126-136], me sirve para recordar que José Ramón tiene una gran cultura humanística, que derrocha a lo largo de todo el libro. Vertebra esta historia «Lady Macbeth, la mujer del protagonista de la obra de William Shakespeare». Por cierto, aparece una errata menor en un porcentaje, que nos recuerda un pequeño defecto del libro: Si bien cada historia acaba unas referencias «para leer más», al no estar citadas en el texto, el lector no sabe cuál es la fuente concreta de las afirmaciones que se realizan, ni puede verificarlas.

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La breve historia 12, «El cerebro del pulpo Paul» [pp. 137-142], nos lleva a una historia deliciosa, «El quinto sabor» [pp. 143-149]. «La amplia aceptación de la pizza por los niños de todo el mundo puede también tener que ver con que la masa está frecuentemente recubierta de alimentos ricos en umami como tomate, pimiento, queso, anchoas, champiñones, …» También «el garum debe su éxito a su alto contenido en glutamato». Incluso «este quinto sabor es uno de los elementos claves del riquísimo sabor del jamón ibérico».

«El cerebro nacionalista» [pp. 150-161], «La nicotina y los cigarrillos electrónicos» [pp. 162-173] y «Homo stupidus» [pp. 174-183] nos llevan hasta la historia 17, «Los ratones Dostoievski» [pp. 184-193]. El libro está repleto de cosas que yo no sabía, como que «Dostoievski usa la epilepsia como fuente de inspiración y la incorpora a su obra». Houdini y Doyle, creador de Sherlock Holmes, son los  protagonistas de «Güijas y neurociencia» [pp. 194-207], a pesar de su título. Por qué afirmará José Ramón que «seguro que mis alumnos están sopesando la posibilidad de llevarse un tablero de güija a los exámenes». Dejo al lector que resuelva su inquietud leyendo este estupendo libro.

La historia 19, «La sinestesia de los Nabokov» [pp. 208-215], nos lleva a «El gas de la risa» [pp. 216-225] y la interesante «Pintoras prehistóricas» [pp. 226-234]. «Solemos hablar habitualmente de EL chamán, pero en grupos actuales de cazadores-recolectores frecuentemente es una mujer o incluso un transexual». Así aparece Joselito, el torero, en «El control cerebral del toro bravo» [pp. 235-245], una historia que disfrutas, incluso si ya la conoces, gracias a la pluma de José Ramón. Por cierto, yo ignoraba la parte de la historia sobre la Macarena.

Muchas sorpresas guarda este libro para el lector que se adentre en sus páginas. «Esa fascinación masculina» [pp. 246-255] es quizás la historia más frívola, pero no por ello menos fascinante que «La yegua telépata» [pp. 256-264]. «Un antecesor de James Randi [puso fin] a la carrera de lectora de mentes de Lady Wonder. [La] yegua murió en 1957». La historia 25, «Ramas dardo y peces globo» [pp. 265-271] y la 26, «Cortázar y el hombre del diluvio» [pp. 273-282], dan paso a «Asesinos de presidentes» [pp. 283-291]. El acusado afirmó ««Los médicos mataron a Garfield, yo solo le disparé». [La] causa última de la muerte del presidente [de EE.UU.] fue, al parecer, que los médicos, temiendo que tuviera el intestino afectado [por el disparo], le mataron de hambre». Pero no desvelaré cómo.

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La historia 28, «El cerebro lector» [pp. 292-302], antecede a «Qué es la risa» [pp. 303-310] y a «Una historia vomitiva» [pp. 311-318]. Las mariquitas chilenas son los protagonistas de «Chinitas al espacio» [pp. 319-326], me refiero a los coleópteros y sus parásitos. Yo no conocía la historia de «El cerebro de la Venus hotetonte» [pp. 327-336], ni lo que significa calipígea, algo que aclara la ilustración a doble página que acompaña la historia.

«La profesión más antigua del mundo» [pp. 337-344], que, según el autor, es la neurocirugía, como no podía ser de otra forma en un libro de neurociencia, nos lleva a la última historia, la número 34, «La teoría de la idiotez masculina» [pp. 345-350]. Su protagonista son los premios Darwin.

En resumen, un libro repleto de historias sugerentes, curiosas e instructivas. Además de neurociencia se aprende mucha Cultura General, con mayúsculas. La prosa de José Ramón Alonso, a veces rayando la prosa poética, convierte a este libro en un regalo ideal tanto para aficionados a las humanidades como a las ciencias. Sin ápice de error, creo poder afirmar que este libro es de divulgación de la cultura más que de divulgación de la ciencia. Me ha gustado mucho. Y te lo recomiendo.



2 Comentarios

  1. Creo que es inevitable que las personas, poco a poco, vayan comprendiendo y asimilando lo que son realmente. En mi opinión la respuesta es fascinante e increíble. Entiendo que mucha gente, por motivos religiosos, ideológicos o culturales no quiera saber la respuesta, entiendo y apruebo que esta gente sea más feliz sin saber lo que son pero yo creo que la felicidad no está reñida con el conocimiento sino todo lo contrario: el conocimiento junto con una vida familiar y social afectiva son la clave de la felicidad. Lo que no es de recibo es que esta gente quiera imponer su estilo de vida ignorante y como consecuencia se impongan a los demás leyes y normas basadas en la ignorancia y la estupidez. Esta claro que explicar a una persona ajena a la ciencia que un órgano de un kilo y medio recrea y simula toda la «realidad» es una tarea casi imposible. Una vez trate de explicarle a un amigo «de letras» que los átomos «pesados» fueron formados por fusión nuclear en el interior de las estrellas mucho antes de la formación de la Tierra y que evidentemente los átomos no saben a nada, un átomo de Cl o un átomo de Na no tienen sabor y por tanto una molécula de NaCl (la sal) no tiene sabor, el sabor es una invención de nuestro cerebro. Somos un producto de miles de millones de años de evolución, nuestro sistema nervioso ha evolucionado para detectar productos con mucha energía o con elementos necesarios para sobrevivir por eso el sodio de la sal es «señalizado» por nuestro cerebro con un «sabor» característico, por eso el cacao sabe agradable y las acelgas no saben a nada. ¿No es esto increíble y fascinante? Por la cara que puso mi amigo entendí que el no pensaba lo mismo 🙂
    Se que a muchos no les gusta pero la evolución y los genes son claves para entender lo que somos, de donde venimos y a donde vamos, las enfermedades e incluso nuestro comportamiento. La extrema izquierda, por ejemplo, se ha encargado de difundir la idea de la «tabla rasa»: todos somos iguales y todos podremos lograr las mismas cosas, los hombres y las mujeres tenemos las mismas aptitudes, la alimentación es la culpable de todas las enfermedades, lo natural es lo bueno y lo artificial es el demonio, el hombre es bueno por naturaleza y la sociedad (capitalista) lo pervierte, etc, etc, etc. ¿No son todas estas estupideces prejuicios ideológicos basados en la ignorancia y en el lavado de cerebro mediático? Por esto es necesario la ciencia, cuanto más conocimiento tengas menos manipulable será tu cerebro. En mi opinión, entender el increíble mundo que nos rodea y como nuestro cerebro interacciona con ese mundo no solo es necesario sino que es imprescindible y ese conocimiento no nos va a hacer «menos humanos», al contrario, este conocimiento debería reforzar nuestro asombro por la naturaleza y por nosotros mismos. El ser humano es capaz de hacer cosas increíbles y la mayoría serían imposibles sin el conocimiento que nos ha dado la ciencia.

    1. Descuida, a mí me pasa lo mismo, no con los sabores sino con los colores, cada vez que explico conceptos básicos de diseño gráfico tales como la absolutamente crítica diferencia entre los modelos cromáticos RGB (monitor) y CMYK (impresión).

      Claro que para eso primero hay que hablar un poco acerca de QUÉ SON los colores, lo cual nos lleva a un tour por la luz, el espectro visible (y por qué el ojo es sensible sólo a ese espectro), longitudes de onda, absorción y reflexión, síntesis aditiva y sustractiva de color, puntillismo…

      Cuando llego a la consabida parte «la luz es real, los colores no, son sólo conceptos, representaciones mentales, interpretaciones del cerebro a estímulos específicos del nervio óptico correspondientes a longitudes de onda específicas»… se me quedan mirando con el ceño fruncido.

      Y eso que ya hace una década y media larga que The Matrix (A.K.A. Plato’s Cave Reloaded) se encargó de (re)popularizar a escala global unas cuantas cosillas acerca de qué es «real» 🙂

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