Breve historia del embargo de artículos en revistas científicas

Por Francisco R. Villatoro, el 13 noviembre, 2018. Categoría(s): Bibliometría • Ciencia • Historia • Noticias • Recomendación • Science ✎ 1

En la comunicación científica se llama embargo al acuerdo entre periodistas, científicos y editores de revistas por el cual los periodistas aceptan no publicar o difundir una noticia científica hasta cierto día a cierta hora. Como resultado en ese momento se publican en todo el mundo cientos de artículos con contenido muy similar. El periodo de embargo suele ser una semana, durante la cual el periodista tiene acceso a los artículos científicos, las notas de prensa y la completa disponibilidad del investigador para entrevistas. Gracias a este «pacto entre caballeros» el periodista puede preparar su historia con sumo mimo y gran precisión. A cambio pierde la posibilidad de ser el primero en dar la exclusiva.

Se suele contar que el embargo nació con Franz J. Inglefinger, editor principal de la revista de medicina New England Journal of Medicine (NEJM), quien lo aplicó en su revista desde 1969. De hecho, muchos lo llaman «regla de Inglefinger», sobre todo en las revistas de medicina. Como buen ejemplo de la ley de la eponimia de Stigler, ya era usado desde 1924 por Morris Fishbein, editor principal de Journal of the American Medical Association (JAMA). Su idea era evitar que las noticias sobre un nuevo tratamiento para una enfermedad llegaran a los pacientes antes de que el artículo científico hubiera aparecido en su revista y fuera consultado por los médicos.

Los interesados en conocer en detalle la historia del embargo pueden consultar el libro de Vincent Kiernan, «Embargoed Science,» University of Illinois Press (2006), o una versión más breve en Ivan Oransky, «When did scientific embargoes start?» Embargo Watch, 29 Mar 2010. El término «regla de Inglefinger» se usó por primera vez en Barbara J. Culliton, «Dual Publication: «Ingelfinger Rule» Debated by Scientists and Press,» Science 176: 1403-1405 (1972), doi: 10.1126/science.176.4042.1403; más en Arnold S. Relman, «The Ingelfinger Rule,» N. Engl. J. Med. 305: 824-826 (1981), doi: 10.1056/NEJM198110013051408.

La ciencia embargada siempre ha sido objeto de polémica, véase, como ejemplos, Laurent Castellucci, «Embargoes Dictate Media Coverage of Science,» JNCI: Journal of the National Cancer Institute 90: 958-960 (1998), doi: 10.1093/jnci/90.13.958; Eliot Marshall, «Good, Bad, or ‘Necessary Evil’?» Science 282: 860-867 (30 Oct 1998), doi: 10.1126/science.282.5390.860; Richard Horton, «Breaking the Embargo,» Science 315: 331-332 (19 Jan 2007), doi: 10.1126/science.1135374; Ivan Oransky, «Why science news embargoes are bad for the public,» Vox, 29 Nov 2016; entre otros.

Kiernan nos cuenta en su libro que el embargo nació con el periodismo científico en la década de los 1920. En 1921, el magnate E. W. Scripps fundó la agenda de noticias científicas Science Service, más tarde llamada Society for Science & the Public, que desde 1922 edita la revista Science News. Los medios suscritos a esta agencia recibían noticias científicas por correo y telégrafo. Su primer editor principal, el químico Edwin E. Slosson, quería que hubiera un acceso embargado a los resultados científicos (para que su agencia tuviera la prioridad en su difusión). Solicitó a muchas instituciones científicas que enviaran a su agencia los artículos que se presentaban en conferencias científicas antes de su exposición pública y posterior publicación. Su argumento era que así se evitarían malas interpretaciones de los artículos por los periodistas, quienes podrían preparar explicaciones más adecuadas ya que Science Service ofrecía entre sus noticias de forma anticipada gracias al embargo.

El primer artículo embargado fue uno presentado en una charla en la National Academy of Sciences; el embargo exigía que apareciera en las noticias como pronto en la edición matinal del 27 de abril de 1921. Science Service también solicitó copia por anticipado de todos los artículos que se presentarían en la conferencia anual de la American Association for the Advancement of Science (AAAS), que edita la revista Science, en diciembre de 1921, celebrada en Toronto (Canadá).  El embargo se revalorizó cuando el periodista científico Alva Johnson (New York Times) obtuvo el Premio Pulitzer en 1923 por su excelente cobertura de esta conferencia de la AAAS gracias al embargo. Desde entonces el embargo de Science Service se ha usado en todas las conferencias de la AAAS y en otras sociedades científicas.

El embargo también fue usado por otros comunicadores científicos. En 1923, James T. Grady, jefe de prensa de la American Chemical Society, obtuvo copia anticipada de todos los artículos científicos que se presentaron en la conferencia de esta sociedad dicho año y distribuyó notas de prensa sobre ellas entre varios medios, todas ellas sujetas a embargo.

El origen de los embargos en las revistas está menos claro. Como he dicho antes, la mayoría de las fuentes apuntan a que nació en JAMA bajo el liderazgo de Morris Fishbein, su editor principal desde 1924 hasta 1950; que también usó el embargo para las comunicaciones en las conferencias de la American Medical Association. De hecho, se solicitaba a los científicos que presentaran artículos en estas conferencias que no concedieran entrevistas a los periodistas sin el permiso explícito de la organización.

Hay una leyenda negra asociada al embargo que Fishbein aplicaba a los artículos de JAMA. Howard W. Blakeslee, el primer periodista científico de la agencia de noticias Associated Press, visitaba todas las semanas la sede de la American Medical Association en Chicago para tener acceso privilegiado a los artículos que se publicarían en JAMA. No se sabe si la idea de estas visitas fue de Blakeslee o de Fishbein, pues este último no lo aclara en su autobiografía. Pero parece claro que el embargo de Fishbein privilegiaba a Blakeslee, para enfado de otros periodistas científicos, como Arthur J. Snider del Chicago Daily News. Se sabe que en varias ocasiones estos periodistas contactaron con científicos que se negaron a conceder entrevistas antes de la publicación de sus artículos en JAMA, pues Fishbein veía con malos ojos que rompieran su embargo.

El embargo en revistas científicas fue algo excepcional hasta 1969, cuando Ingelfinger lo incorporó a NEJM y se extendió en la década de 1970 a otras revistas médicas. Su ubicuidad actual entre las revistas científicas se inició a principios de la década de 1990. Revistas como Science (AAAS) o Nature (NPG) lo usan desde entonces (no he podido encontrar la fecha exacta, pero en 1995 ya lo usaban ambas). Tuvo un gran impacto la aparición de la web (vía internet). En esta época surgieron muchos servicios de noticias que buscan el impacto inmediato, como EurekAlert (1996). «Estos medios son esclavos del click bait, gana el primero que llegue. Las instituciones públicas, aunque no dependen de la publicidad, también necesitan ser las primeras para lograr visibilidad», como nos cuenta la periodista científica Elena Mora‏, @elenaemece.

La moda de basar las noticias científicas en los medios en artículos científicos publicados en revistas con gran índice de impacto es muy reciente. Según Kierman, un estudio de las noticias científicas publicadas en ocho periódicos estadounidenses entre 1991 y 1996 mostraba que solo el 3.3% citaban artículos científicos; aunque algunos medios eran más propensos a ello, como el New York Times que superaba el 50%. Sin embargo, todo cambió a mediados de los 1990. Kierman cita otro estudio sobre noticias científicas de genética publicadas entre 1995 y 2001 de los que el 31% citaban artículos de Science, el 19% de Nature, el 16% de Nature Genetics y el 16% de Cell, todas ellas revistas con embargo.

En la actualidad el embargo parece imprescindible. Aunque hay múltiples voces críticas. Como dice Hector Socas-Navarro‏ @hsocasnavarro, «el problema es la obsesión moderna con la inmediatez. Parece que si no eres el primero, la noticia pierde. Podría haber medios que la den antes y otros que la den mejor, en más profundidad. Recuerdo un episodio del Daily Show de Jon Stewart donde compilaban anuncios de las principales cadenas de noticias y en todos el eslógan era relativo a la inmediatez («entérese antes que nadie», «siempre los primeros», «mientras ocurre la noticia»…). Ningún eslógan presumía de darlas bien. Deberíamos reflexionar sobre lo que valoramos como sociedad y si tenemos las prioridades correctas. El problema es de la sociedad. Los medios simplemente responden a lo que la sociedad demanda».



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