Reseña: «El misterio de la mente simbólica» de Xurxo Mariño

Por Francisco R. Villatoro, el 9 febrero, 2019. Categoría(s): Ciencia • Libros • Noticias • Recomendación • Science ✎ 3

«En estos momentos estás recibiendo un implante mental. Al leer estas líneas se está reproduciendo con precisión en tu mente la misma secuencia de palabras que hace algún tiempo generó mi cerebro. Si estuviésemos cara a cara, podría realizar este implante de manera casi instantánea, utilizando el lenguaje oral —o el de signos— para transmitir a tu mente el flujo de ideas y pensamientos que fluyen por la mía. No conocemos ningún otro ser vivo que posea, ni de lejos, un sistema tan preciso y eficaz para transferir el pensamiento. Ni para generarlo. El lenguaje no es solo un sistema de comunicación».

El 31 de junio de 2018 «se puso a la venta el primer libro de divulgación escrito en castellano dedicado en exclusiva a la evolución del lenguaje (hay alguno en inglés traducido). Que la fuerza de la lectura y la emoción te acompañe». Así nos presentaba Xurxo Mariño, «El misterio de la mente simbólica. Cerebro, lenguaje y evolución», Neurociencia & Psicología, Nº 23, El País (2018) [144 pp.]. Al hilo de la evolución humana y de su encéfalo, se nos presenta el lenguaje como singularidad humana. Un libro muy recomendable de un autor que es todo un referente en la divulgación en español.

Xurxo Mariño Alfonso es profesor en el Departamento de Fisioterapia, Medicina y Ciencias Biomédicas de la Universidade da Coruña, miembro del Grupo de investigación Neurociencia y Control Motor. Investiga en la comunicación entre neuronas y cómo se sincronizan mediante circuitos de realimentación. Su labor como divulgador es muy extensa, desde discurshows, a charlas de divulgación por doquier, pasando por libros como «Neurociencia para Julia» (2012) [LCMF, 16 Feb 2013],y «Tierra» (2017) —este libro de viajes que no he reseñado, pero he leído, relata una vuelta al mundo al hilo de la ciencia—. Su estilo de escritura muestra que es un gran lector, profundo, preciso y certero. Si te atreves a bucear en sus páginas seguro que disfrutarás. ¡Muy recomendable!

El libro se nos presenta en siete capítulos, siendo el primero, «Introducción. La singularidad humana» [pp. 7-20]. Tras el camino del habla desde la neurona del emisor a la del oyente, se nos presenta «la tríada virtuosa» que sintetiza lo que define la naturaleza humana: «autoconsciencia, pensamiento simbólico y lenguaje. [Se] puede definir mente como una percepción íntima e intransferible del propio cuerpo y de algunos aspectos del mundo externo. [La] autoconsciencia proporciona a sus portadores algo esencial y muy valioso: la noción de individualidad. [Permite] dotar de significado y hasta cierto punto predecir las intenciones de otras personas, ya que implica la noción de la existencia de otras consciencias».

«La escasez de datos y las dificultades que existen para reunir evidencias convierten al estudio sobre la evolución del simbolismo y el lenguaje en uno de los mayores problemas a los que se enfrenta la ciencia actual, un reto de enorme interés, ya que se trata de comprender la propia naturaleza humana. [Este] no es un libro de certezas, sino de puertas que se abren». De hecho, el libro de Xurxo está repleto de disyuntivas, listados de hipótesis en liza, propuestas por diferentes «pandillas de científicos», de las que él selecciona y justifica la que prefiere al hilo de su conocimiento.

El segundo capítulo, «Índices, iconos y símbolos» [pp. 21-38], se inicia con los signos que usan los bebés para comunicarse. «Este tipo de signos son conocidos como «índices». El dedo que apunta es un índice del objeto señalado». También se usan los «iconos», «estos son signos que, de alguna manera, se parecen a aquello que tratan de representar». Así llegamos a los «inventos digitales» y «los símbolos que se establecen por mutuo acuerdo entre quienes los usan». Como es habitual en los libros de esta colección, cada capítulo está decorado con recuadros de una o dos páginas en letra de tipografía más pequeña («La estructura básica de las lenguas» en este).

De la «comunicación animal», en la que no hay «desplazamiento», pasamos a «el bonobo que maneja símbolos», llamado Kanzi, que «podría pensarse que ha desarrollado algo parecido a un incipiente lenguaje. Sin embargo, no es así». Finaliza el capítulo con «el gran problema» propuesto por el lingüista Derek Bickerton. «Las habilidades orales y gestuales, el pensamiento simbólico y la capacidad de sintaxis. Bickerton no ve razón alguna para suponer que estos tres elementos evolucionaron como un mismo paquete».

El tercer capítulo, «La senda de los cabezudos» [pp. 39-64], resume la historia evolutiva del género Homo. «Las primeras herramientas» nos llevan a «la tecnología más exitosa de la historia», los bifaces achelenses producidos por los humanos durante 1,5 millones de años. «Los primeros europeos» nos enfrenta «cara a cara» con la extinción de Homo neanderthalensis ya que «los números  cuentan» —como vivían en grupos muy reducidos se cree que la endogamia fue la causa—. «Un dilema evolutivo con final feliz» nos recuerda que los humanos somos seres altriciales (desvalidos ala nacer). El capítulo está decorado con tres recuadros, «tamaño absoluto y relativo del encéfalo», «modelos para explicar la distribución de Homo sapiens«, «un cerebro grande para mis amigos» y «de la infancia a la adolescencia».

Finaliza el capítulo con «todos somos niñas y niños prodigio». «Los sonidos y balbuceos ayudan a los bebés a refinar el control los músculos encargados de la fonación. Al escucharse a sí mismos, su sistema nervioso aprende a relacionar sonidos concretos con secuencias concretas de contracciones musculares». Xurxo investiga en mecanismos de realimentación similares a este. «El cerebro del bebé en los dos primeros años de vida se pertrecha con el doble de las conexiones sinápticas que tendrá de mayor. Tan importante como este florecimiento inicial es la consiguiente eliminación de las neuronas y poda de las conexiones superfluas, operación que depende de la interacción con el entorno y que se prolonga durante la infancia y la niñez. [La] facilidad que poseen las mentes infantiles para aprehender las reglas de la sintaxis es uno de los principales argumentos en los que se apoya la noción de que deben de existir mecanismos innatos (genéticos) que faciliten el desarrollo de las habilidades gramaticales (esta es la hipótesis del llamado «innatismo»).»

«La máquina de pensar palabras» [pp. 65-82], el cuarto capítulo, nos habla de las «neuronas para el lenguaje», las áreas de Broca y Wernicke, así como de las llamadas neuronas espejo. «No hay pruebas concluyentes que demuestren la existencia de neuronas espejo en los humanos, aunque se ha observado actividad en imágenes de resonancia magnética que podría compararse a la de esas neuronas, tanto en la región del área de Broca como en otras regiones del sistema motor». Cómo las motoneuronas controlan la laringe se describe en «tomando el control». El capítulo incluye dos recuadros: «Estructura básica de nuestro sistema nervioso» y «un cerebro lleno de palabras».

El quinto capítulo, «Y se hizo el lenguaje» [pp. 83-116], nos remonta a «hace un millón y medio de años», para acercarse a la aparición de «las semillas de las palabras». De nuevo Bickerton, en «la carne es mía», donde la clave es que «yo te entiendo», porque un humano no puede inventar una palabra sin otro humano que la entienda. «La comunicación lingüística no comenzó cuando un humano hizo un gesto o vocalización con significado, sino cuando un humano interpretó el comportamiento de otro como significativo, incluso en el caso de que el emisor no tratara de comunicar nada». Este capítulo incluye el recuadro «desarrollo de conexiones neuronales en los primeros años de vida».

«Romper el silencio» nos cuenta que «un método para tratar de bucear en la historia de algunas palabras consiste en buscar cognados, términos con un origen etimológico común, [y] «palabras ultraconservadas», es decir, términos primigenios comunes a todas esas familias de lenguas que han sobrevivido a lo largo de miles de años». Así nos adentramos en «cultura, genética y viceversa», al hilo de Noam Chomsky, y en «mis primeras palabras». Porque «una persona aislada no se inventa una lengua, pero esta surge de forma espontánea en el seno de una comunidad. [La] «selección lingüística» [nos hace] entender las lenguas como sistemas simbólicos que se han adaptado a las capacidades, limitaciones y sesgos de los encéfalos humanos. [Como] dice Robbins Burling, podemos pensar en la gramática universal más que como un «instinto del lenguaje», como un «instinto para aprender un lenguaje»». Así ya estamos «listos para el viaje»: «la comunicación podía tener lugar a través del espacio y el tiempo».

El sexto capítulo, «El homo sapiens se hace mayor» [pp. 117-136], se inicia con «la llegada a Europa» y como consecuencia «una explosión sin precedentes» que llevó al arte. «Los dibujos se encuentran por lo general en zonas profundas de las cuervas, lejos de la iluminación natural. [Parecen] imágenes relacionadas con algún tipo de actividad ritual, a la que no accedía todo el mundo, ni todos los días». Por ejemplo, «hace unos 35 000 años [se data] una escultura de un cuerpo humano con cabeza de felino. [El] ejemplo más antiguo de un ser imaginario. [El] encéfalo de la persona que realizó la figura de Hohlenstein-Stadel y el de un humano actual es, en esencia, el mismo. [Lo] que sí que ha cambiado, y mucho, es la cantidad de conocimiento acumulado». Como nos cuenta Xurxo en «y aquí estamos».

Finaliza el sexto capítulo con «dando forma a la mente» sobre «la relación entre la manera de pensar y de imaginar el mundo y la lengua que se habla. [Por ejemplo,] las categorías de colores que establece cada pueblo varían a lo largo del planeta. En algunas culturas, como el pueblo dakota (un grupo de sioux de Estados Unidos) y por lo tanto en sus lenguas, o viceversa, no se diferencia entre el azul y el verde, y se usa una palabra para todo ese rango de colores. Hay pueblos, [como] el pueblo chukchi de Siberia, [con] solo tres términos (negro, blanco y rojo) para referirse a todo el espectro. Aunque la percepción fisiológica de los colores es en principio igual en todos los humanos modernos (excepto en casos patológicos)».

El libro finaliza en el breve séptimo capítulo, «Epílogo. Del hacha de piedra al disco de la Voyager‘» [pp. 137-140]. La bibliografía consultada [p. 141] nos presenta 22 libros y la bibliografía recomendada [pp. 143-144] presenta seis más. Sin lugar a dudas un gran aportación a la literatura de divulgación en español. Te recomiendo su lectura de forma encarecida. No te arrepentirás.



3 Comentarios

  1. Me intriga la existencia de esas lenguas defectuosas que carecen de vocablos para ciertos colores. Con lo fácil que es inventar nuevas palabras, ¿cómo es posible que esas culturas no se hayan interesado en ponerle nombre a los diversos colores cuando estos se perciben de forma automática, es decir, sin necesidad de realizar ningún esfuerzo consciente?

  2. Holas, Un comentario constructivo. En realidad no hay lenguas defectuosas. Existen lenguas que aplican grados de complejidad mayor o menor en función de las demandas del entorno natural y/o social. Incluso dentro de una misma última existen varios sociolectos y no son igualmente competentes. En su núcleo interno todas las lenguas posibles deberían ser capaces de acceder a mayores niveles, pero es la herencia cultural la integración con en torno la que determina su estructura mas superficial. También aquí los lenguajes parecen estar dictaminado por el principio de “mínima acción”. Cada cultura parece encontrar el “setup óptimo”. ¿para que tener tener un lenguaje con muchas palabras que no necesitan ser usadas para las demandas de esa cultura.

    Ahora bien, lo que si ocurre es que todos tiene acceso a los mismos conceptos, que no es exactamente lo mismo que las palabras, y en cualquier momento una cultura podría representar una palabra asociándola a un concepto anterior, en parte porque la mente innata ya lo posee, en parte porque es capaz de aprenderlo por extensión de los conceptos anteriores.

    Los estudios sobre transculturales asumen un motón de suposiciones algunas problermáticas por que el investigador sólo es experto en su propia lengua,

    Gracias Francis por el amplio comentario del libro, y felicidades a su autor. Lo pondré en la lista de lecturas pendientes.

    1. «no hay lenguas defectuosas. (…) Cada cultura parece encontrar el “setup óptimo”. ¿para que tener tener un lenguaje con muchas palabras que no necesitan ser usadas para las demandas de esa cultura.»

      Hola Bamballo. Para diferenciar entre el azul y el verde, los hablantes de cada idioma dakota no necesitarían inventar «muchas palabras»; bastaría con que inventaran una nueva palabra. Acuñar ese nuevo término les supondría un esfuerzo tan minúsculo que resulta inverosímil el argumento de que no lo han llevado a cabo porque su cultura no «demanda» diferenciar entre ambos colores.

      Pese a lo que afirman los etnomaníacos, todas las culturas son defectuosas: ninguna puede presumir de haber encontrado una «configuración óptima». Por tanto, no tiene nada de extraño que también las lenguas puedan ser defectuosas.

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