«Ochenta y seis mil millones de neuronas, cada una con una media de diez mil contactos, con miles de genes y de proteínas que interactúan entre sí. [Con] una capacidad plástica increíble: se remodelan constantemente, cambian sus conexiones a cada minuto, aprenden y se adaptan. [Los] cerebros de siete mil quinientos millones de seres humanos no cesan de trabajar, de hacer preguntas, de investigar, de avanzar. Es la ciencia, la obra más sublime de la humanidad, nuestra mejor y más potente herramienta de futuro y el principal resultado de la actividad eléctrica y química de esta masa gelatinosa, del cerebro humano. [La] historia del cerebro es un libro sin final al que nuevas páginas se suman cada día. Nuestras mayores esperanzas, y los riesgos más terribles están ahí. El cerebro es tan amplio como el Universo. En realidad, todo el universo conocido, desde los átomos a los agujeros negros, desde el amor a los hijos hasta el miedo a la muerte, todo está codificado en nuestras redes neuronales. Tú eres tu cerebro, ni más ni menos».
Enciclopédico, rebosante de historias apasionantes, relatadas con pasión, el nuevo libro de José Ramón Alonso, «Historia del cerebro. Una historia de la humanidad», Guadalmazán (2018) [699 pp.], me ha hecho disfrutar mucho. Su deliciosa pluma parte del pasado más remoto alcanzando el presente. Sin lugar a dudas un gran libro que disfrutarán todos los aficionados a la historia de la ciencia y, sobre todo, a las buenas historias.
José Ramón Alonso Peña derrocha cultura, tanto neurocientífica como humanística. Un gran contador de historias que activan el área 55b de tu cerebro. He reseñado dos libros de «aclamado escritor de la divulgación científica española», que ya atesora más de cuarenta libros publicados: «Un esquimal en Nueva York» [LCMF, 10 Dic 2016], y «El hombre que hablaba con los delfines» [LCMF, 11 Jul 2015].
Tras la «Presentación» [pp. 9-11], el libro incluye 89 breves capítulos de entre 6 y 10 páginas, finalizando con una extensa lista de «Referencias» [pp. 689-699] en tipografía de notas al pie. Todos los capítulos están decorados de forma exquisita con entre 2 y 6 ilustraciones, la mayoría a página completa. Una reseña analítica habitual en este blog tendría una extensión excesiva (al menos 89 párrafos), por lo que me permitiré el lujo de reseñar esta obra enciclopédica a vuelapluma.
El breve primer capítulo nos ilustra con la «Organización básica del sistema nervioso» [pp. 12-16], así nos adentramos en la «Evolución del sistema nervioso» [pp. 17-26]. «Recibir información del exterior es el origen de los sentidos. [Pero] la información sola no basta, hay que hacer algo con ella. [Las] abejas, por ejemplo, son capaces de ver el mundo en color, diferenciar una gran variedad de olores, contar, comunicarse, reconocer rostros humanos y de otras abejas, leer símbolos, [etc]. Darwin dijo que el cerebro de un insecto es el gramo de materia más maravilloso que existe». El capítulo 3, «La invención del cerebro» [pp. 27-35], nos lleva de los primates a los humanos en la prehistoria.
El capítulo 4, «Ríos de Babilonia» [pp. 36-45], nos relata una gran «explosión de creatividad. Por lo que sabemos, la primera ciencia nace de la necesidad de contar y medir y los registros escritos implican una voluntad de pervivencia. [Al] mismo tiempo que los egipcios, los babilónicos introdujeron los conceptos de diagnóstico, pronóstico, examen médico y prescripciones». Así llegamos a «Momias y papiros» [pp. 47-53], donde el autor nos destaca «el papiro Smith, [el] primer tratado quirúrgico de la historia. [Para] los egipcios, el cerebro era un órgano poco importante. El más importante era el corazón, donde residía el alma». Del sexto capítulo, «Neurociencia en la antigua China» [pp. 54-61], pasando por el séptimo, «El cerebro en la antigua India» [pp. 62-69], llegamos a Grecia en el octavo, «De la poesía a la filosofía» [pp. 70-77].
«Hipócrates y los hipocráticos» [pp. 78-87], recogieron sus conocimientos «en una auténtica enciclopédica médica, el Corpus Hippocraticum«, donde se enuncia el juramento hipocrático. El capítulo 10, «En la cabeza o en el corazón» [pp. 88-96], nos presenta a Aristóteles, y «El rey de los venenos» [pp. 97-103], a Mitrídates. Galeno de Pérgamo fue «El primer galeno» [pp. 104-116], cuya principal labor fue «sanar heridos y cuidar enfermos. [Galeno] es quizás el escritor más prolífico de la antigüedad clásica, y se dice que tenía veinte escribientes a los que iba dictando sus obras. [Una] de sus obras más fascinantes se titula Sobre el cerebro«.
«La llegada del cristianismo» [pp. 117-124], nos lleva a «Un renacimiento medieval» [pp. 125-130], y en paralelo a la «Neurociencia en el califato» [pp.131-138]. Así llegamos a «El nacimiento de las universidades» [pp. 139-148], que nos cuenta que «la primera universidad se creó en Bolonia en 1088, y fue la primera que recibió ese nombre; [la] primera de España que llega hasta nuestros días [fue] la de Salamanca», de la que el autor fue Excelentísimo Rector entre 2007 y 2009. Alberto Magno, «El obispo botas» [pp. 149-156], nos lleva a la medicina precolombina en «El cerebro en la América prehispana» [pp. 157-167].
El capítulo 19, «Un neurocientífico llamado Leonardo» [pp. 169-174], nos justifica que «la fascinación que Leonardo ejerce sobre el mundo actual es probablemente debida a su curiosidad sin fronteras, a su calidad artística y a la riqueza y amplitud de sus logros. El resultado de sus experimentos fue muy limitado, no consiguió terminar ni publicar el gran tratado de anatomía que persiguió toda su vida y nunca sintetizó ni organizó sus teorías y observaciones en un esquema integrado». Porque «la figura crucial de la medicina del Renacimiento es Andrés Vesalio», como nos cuenta «Se equivoca el cadáver» [pp. 175-185]. «Su genio como padre de la anatomía moderna sigue entre nosotros».
El David de Miguel Ángel decora «Anatomía renacentista» [pp. 186-195]. Así llegamos a Ambroise «Paré y la nueva cirugía» [pp. 196-201], y a René «Descartes y el dualismo cuerpo-mente» [pp. 202-215]. «Las ciencias naturales tenían que tener la fiabilidad de las ciencias exactas. [Y] el conocimiento debía basarse en ideas simples, firmes y que no fueran objeto de discusiones subjetivas. Para ello estableció un método, el método científico, como sistema de acercamiento a la realidad». Así nació su Discurso del Método. «Él argumenta que la única diferencia entre los autómatas y los animales es la complejidad de los mecanismos. Entre el hombre y los animales, la diferencia está en la posesión de un alma racional, una entidad a la que Descartes liga no solo la inteligencia sino también las emociones y la memoria». ¿Dónde residía el alma? En la glándula pineal. «Una estructura única mientras que la mayoría de las estructuras cerebrales son dobles, con una disposición simétrica».
El capítulo 24, nos presenta a Thomas «Willis y su palo» [pp. 216-226], y el siguiente a Jan «Swammerdam, el científico místico» [pp. 227-233]. Así llegamos a Robert «Hooke, el Leonardo inglés» [pp. 234-241]. «Hooke parece que era un dandi, un bocazas, un insomne, un trabajador incansable, un amigo de los cafés y de la charla, alguien que abusaba del agua de opio y un idealista apasionado. Tenía una preocupación obsesiva por la propiedad intelectual y el miedo constante a que le robaran sus ideas». Por supuesto, su papel en la historia del cerebro es gracias a su obra Micrographia. «Era sobre todo un experimentalista, convencido de que las limitaciones de los sentidos humanos podían superarse con instrumentos sensibles y potentes. [Creía] firmemente en la importancia de los datos, de la experimentación y de la observación frente a la charla filosófica».
«Los anatomistas holandeses y Pedro el Grande» [pp. 243-251], nos habla de Anton van Leeuwenhoek, Herman Boerhaave y Frederick Ruysch. Así llegamos a «Linneo, el clasificador» [pp. 252-257], quien, «siempre amante de los reconocimientos, habría disfrutado al saber que un estudio reciente concluye que es la persona más influyente de todos los tiempos, al menos según Wikipedia». «Su anatómica majestad» [pp. 258-263] nos describe la vida y obra de Morgagni, «La chispa de la vida» [pp. 265-273] las de Aldini y Galvani.
El capítulo 31, «Mesmer y las pulseras magnéticas» [pp. 274-281], nos recuerda que «el magnetismo animal fue un paso erróneo pero positivo en la historia de la neurociencia y, al igual que la frenología, abrió caminos para la localización cortical de las funciones cerebrales: el mesmerismo fue el precursor del hipnotismo y de la psicoterapia. Aun así, en esa marmita [surgió] una línea que llega hasta la actualidad con los movimientos New Age, espiritualistas [y] varios engañabobos más».
«Los frenólogos y los mapas cerebrales» [pp. 282-293], nos habla de Gall y «la frenología [que] se considera una pseudociencia no por estar equivocada, [sino] por apartarse del método científico». Así llegamos a «Cuvier y la fisiognomia» [pp. 294-301], «y es que seguimos diciendo, siglos después de Cuvier, que la car es el espejo del alma». A «La ley de Bell-Magendie» [pp. 302-310], sobre «uno de los mejores fisiólogos de su época», a «Parkinson y Mao» [pp. 311-317], y a «Los sabios de la Sapêtrère» [pp. 318-326], sobre «Pinel, [el] médico que cambió el concepto de «loco», convirtiéndolo en un paciente que necesita cuidados».
El capítulo 37, «Broca, el hombre comprometido» [pp. 327-335], «un neuroanatomista excepcional [que] llevó a cabo importantes estudios sobre la región límbica, [que] ahora sabemos que está involucrada en el procesamiento de las emociones. Dos zonas en el cerebro llevan su nombre. [Broca] fue un pionero de la neuroimagen». Le siguen «Jackson, Jekyll y Hyde» [pp. 336-340], sobre Jackson y Wernicke, «Claude Bernard, el experimentador» [pp. 341-347], quien «igual que le pasó a Einstein en el siglo XX, [fue] el científico arquetípico del siglo XIX y apareció en poemas, biografías y novelas».
«Luys y la medicación a distancia» [pp. 348-354], cuyas «ideas abrieron paso al espiritismo, el ocultismo, el surrealismo y el psicoanálisis». «La química del sistema nervioso» [pp. 355-361], nos habla entre otros de Ida Henrietta Hyde, quien escribió Antes de que las mujeres fueran seres humanos. Así llegamos a «El insólito caso de Phineas Gage» [pp. 362-366], a «Las emociones de Darwin» [pp. 367-374], sobre «el científico más sobresaliente de la historia», y a «El gen de la tontería» [pp. 375-379], sobre Galton, «el precursor de la genética humana».
«El Bulldog de Darwin y el gorila» [pp. 381-389], sobre Savage, Owen y Huxley, «Ignoramus et ignorabimus» [pp. 390-397], sobre Müller, Bois-Reymond y von Helmholtz, «El duelo de la salchicha y la teoría celular» [pp. 398-405], sobre Purkinje, Schleiden y Virchow, entre otros, «La localización de las funciones cerebrales» [pp. 406-414], sobre Fritsch y Hitzig, entre otros. Así llegamos a «Kraepelin: un hombre y un libro» [pp. 415-420], sobre «el fundador de la psiquiatría científica moderna» (el libro en el título se refiere al antecesor del moderno DSM).
Santiago Ramón y Cajal protagoniza varios capítulos, empezando por el capítulo 50, «El más grande» [pp. 421-428], como no podía ser de otra forma, «Muchos alemanes y un español» [pp. 429-434], y «Golgi, el del aparato» [pp. 435-440]. Golgi, y Ramón y Cajal obtuvieron el Nobel de medicina en 1906, y el de 1904 lo obtuvo «El camarada Pavlov y el trampero» [pp. 441]. También obtuvo en 1932 este galardón «Sherrington» [pp. 447-454], pero no lo obtuvo «El primer neurocirujano» [pp. 455-459], Horsley, aunque sí Adrian en 1932 como nos describe «O todo o nada» [pp. 460-466].
El capítulo 57, «Rabia, virus y vacunas» [pp. 467-471], sobre la curación de Meister gracias al órdago de Pasteur. El virus de la rabia «con tan solo cinco genes consigue cambiar el comportamiento del animal o persona afectada». «Cirujanos de guerra» [pp. 472-478], nos recuerda que «el aura honorable y gloriosa de las guerras es una mentira» y nos habla de Cushing quien «aprovechó que el cerebro no tiene receptores del dolor». «Freud» [pp. 479-485], «dejó la ciencia de lado y desarrolló una aproximación subjetiva, sin ningún tipo de evidencia ni experimentación, basada en sus intuiciones y en lo que los pacientes le decían sobre su vida interior».
«Ese alemán que me esconde las cosas» [pp. 486-492], sobre Alzheimer, «El primer electroencefalograma» [pp. 493-497], sobre Berger, y «La historia de la glía» [pp. 498- que parte de Virchow, pasa por Don Pío del Río-Hortega, y nos resume todo el conocimiento actual sobre las células gliales. «Watson y el pequeño Albert» [pp. 506-513], sobre la psicología objetiva y «uno de los experimentos de peor fama de la historia de la psicología».
El capítulo 64, «Infectar con malaria para curar» [pp. 514-519], y el siguiente, «Las terapias de choque» [pp. 520-525], nos presentan terapias exóticas usadas en psiquiatría en el siglo XX. Así llegamos a «Lina Stern, la luchadora» [pp. 526-532], fisióloga que «inyectaba fármacos a través del cráneo [que] salvaron la vida a miles de soldados», y a «Transmisores y receptores» [pp. 533-540], sobre neurotransmisores como la acetilcolina, la adrenalina, la noradrenalina, la dopamina, el glutamato, entre muchos otros.
«Los fósiles de vertebrados me salvarán» [pp. 541-548], sobre paleoneurología y la paleontóloga Tillie Edinger. El matrimonio de «Los Vogt y el cerebro de Lenin» [pp. 549-556], nos acerca a «Los mapas corticales de Brodmann» [pp. 557-562]. «En julio de 2016 se publicó en la revista Nature un nuevo mapa de la corteza cerebral. Describe y localiza ciento ochenta áreas distintas, más del doble de las que se conocían hasta ahora, que eran ochenta y tres. [El] estudio forma parte del proyecto Conectoma Humano».
Tras presentar el área 55b, llegamos a las galardonados con el Nobel de medicina de 1936 en «Amistad» [pp. 563-569], sobre Dale, y en «Una chispa o una sopa» [pp. 570-576], sobre Loewi. Y a Hodgkin y Huxley (Nobel 1963), en «El axón gigante del calamar» [pp. 577-582], cuyo «trabajo permitió explicar cómo funciona la anestesia». «Los lobotomistas» [pp. 583-588], sobre el portugués Moniz (Nobel 1949), y «La ultraestructura de las neuronas» [pp. 589-595], sobre el microscopio electrónico, nos llevan a «La década prodigiosa de los psicofármacos» [pp. 596-602].
Cuando era joven me gustaba leer los libros del gran etólogo Lorenz (Nobel 1973); desconocía su pasado nazi, que nos cuenta el autor en «Gansos con impronta» [pp. 603-608]. «Los hombrecitos de Penfield» [609-616], nos habla del «mapa del cerebro, a menudo representado como un muñeco llamado homúnculo, «hombrecito»». El Nobel de 1981 se nos explica en «La suma de partes para construir un todo» [pp. 617-623], sobre Hubel y Wiesel, y «Dos cerebros dentro del cráneo» [pp. 624-630], sobre Sperry.
«Watson y Crick y el cerebro» [pp. 631-638], nos habla del ADN, el Proyecto Genoma Humano y su impacto en la neurociencia. «Caníbales, vacas y priones» [pp. 639-644], sobre los priones, y ««H.M.»» [pp. 645-651], sobre el trabajo de Brenda Milner, nos llevan al capítulo 84, «Viaje al espacio interior» [pp. 652-659], sobre el impacto del TAC, la PET y la RMf en neurociencia. El ganador del Nobel de medicina de 2000, Kandel protagoniza «El hombre de las babosas» [pp. 660-666]. Aún sin Nobel, el creador de la neurociencia molecular, Snyder, se presenta en «El tipo de las ideas» [pp. 667-671], igual que el químico Shulgin, experto en sustancias psicoactivas, en «El viaje de los psiconautas» [pp. 672-677].
La genial Rita Levi-Montalcini (Nobel 1986) es «La dama de las células» [pp. 678-682]. Así llegamos al último capítulo, «El cerebro, hacia el infinito y más allá» [pp. 683-688], sobre la Década del Cerebro (1990-1999), la Iniciativa BRAIN (2013), y los proyectos Blue Brain (IBM) y Google Brain. «Todos estos grandes proyectos recalcan aun más la asombrosa complejidad del cerebro humano».
Así finaliza un libro enciclopédico que nos presenta a gran número de personajes en cuyas biografías podemos profundizar gracias a las «Referencias» [pp. 691-699]. Sin lugar a dudas, una gran obra de José Ramón Alonso, quien ya ha publicado más de cuarenta libros de divulgación. Si te interesa la historia de la neurociencia, este es tu libro.
O sea: un poco de todo y mucho de nada. Lástima, pero preferiría que profundizase algo y con capítulos tan cortos no puede hacerlo.
Aparte, he leído «La historia del cuerpo humano», de Daniel Lieberman, y me ha fascinado. Hace hincapié en las enfermedades por desajuste entre nuestro entorno físico y cultural y los rasgos que heredamos de la adaptación a otro muy diferente.
Leíste el libro o comentas a partir del artículo?, es un gran libro que sirve de bitácora para saltar a profundizar en cientos puntos de la historia de la ciencia, del cerebro o de la medicina. Además en tu comentario al final caes en una suerte de propaganda a pseudociencia berreta. El libro de este señor español, entre decenas de páginas además de información te enseña que la historia se encamina hacia la búsqueda de la verdad, con un método, y que siglo tras siglo fue dejando las especulaciones con esperanzas de avanzar en salud en conseguir respuestas a preguntas fundamentales.
Es un libro de historia realizado por un neurobiólogo. El número de barbaridades es semejante a las que encontraríamos en un libro de neurobiología escrito por una persona con doctorado en historia. Pero los historiadores no suelen escribir libros de divulgación sobre neurobiología. Los neurobiólogos, parece que sí. Y eso es ciencia?
Me parece interesantisimo » El Cerebro» ese gran desconocido Que bueno que la cienciencia y los cientificos investiguen
Teneís una admiradora
Gracias
Conozco si blog y sus libros pro no tenía las expectativas muy altas. Me ha con Enciso para compara este libro y rellenar mucha cultura general cerebral de la que carezco. Muy buen resumen. Seguiré leyendo tu blog y tus reseñas. Gracias
Hola Francisco. Buscando un poco más de José Ramón Alonso, aparece tú blog y me encantó tu reseña. Te seguiré con gusto. Agradecida!