Reseña: «Un geólogo en apuros» de Nahúm Méndez

Por Francisco R. Villatoro, el 30 mayo, 2019. Categoría(s): Ciencia • Libros • Recomendación • Science ✎ 1

«La geología ha tenido un papel más que fundamental para que hoy estemos aquí: no solo ha dado forma a nuestro planeta, sino que, junto con otros factores, ha posibilitado la aparición y la evolución de la vida (aunque, bueno, siendo realistas, en muchas otras la haya puesto al borde de la extinción). [La] geología tiene una importancia vital y trascendente en nuestras vidas. [Después] de leer este libro, cada vez que salgáis de viaje y observéis el paisaje, [disfrutaréis] de las cosas de una manera muy diferente, con una dimensión y una profundidad que solo podréis alcanzar a través de la geología».

La geología es la hermana pequeña de las ciencias naturales y quien mejor puede divulgarla es un geólogo tan apasionado como Nahúm Méndez, «Un geólogo en apuros. Un viaje a través del tiempo y hacia lo más profundo de la Tierra», Paidós (2019) [223 pp.]. He disfrutado mucho este libro, hasta el punto que me ha sabido a poco. Se lee muy fácil y está repleto de curiosidades que llaman la atención del lector.

El alicantino Nahúm Méndez Chazarra, @geologoenapurosestudió Geología en la Universidad de Granada y desde 2009 es autor del blog Un geólogo en apuros. Gran apasionado de la divulgación científica, destaca su difusión de la geología marciana y, en general, de la geología planetaria. Te recomiendo su canal de youtube; más áun, si tienes oportunidad de asistir algunas de sus charlas, no te la pierdas. Sin lugar a dudas, este primer libro de divulgación de Nahúm Méndez no será el último y podremos seguir disfrutando de su pasión por la geología. Un libro muy recomendable para todos que seguro que será un éxito editorial. ¿A qué esperas para hacerte con un ejemplar?

El libro nos presenta ocho capítulos entre la «Introducción» [pp. 7-9] y el epílogo. El capítulo 1, «La formación del sistema solar» [pp. 11-35], se inicia con los «ingredientes para una cocina cósmica» para llevarnos a «el origen de todo». Una presentación concisa pero completa de la nucleosíntesis primordial, la formación de las primeras estrellas y de los primeros planetas. «El disco de gas y polvo que se quedó girando alrededor de nuestro Sol fue el precursor de la formación de los planetas del sistema solar; es la llamada «nebulosa planetaria». Probablemente era muy simétrica, con una forma de disco muy marcada, al igual que otros sistemas planetarios que hemos podido observar recientemente».

Así llegamos a «las sobras de la formación planetaria», el cinturón de asteroides, el cinturón de Kuiper y la [hipotética] nube de Oort. Por cierto, cada capítulo tiene recuadros en fondo gris a modo de incisos o curiosidades; en este capítulo «¿qué son los minerales?» Se finaliza con «los meteoritos nos ayudan a completar nuestra historia», donde se recuerda que «prácticamente la única manera que tenemos de estudiar el sistema solar es a través de los meteoritos, ya que nos permiten tomar muestras de los distintos cuerpos de nuestro sistema solar sin necesidad de tener que ir a recogerlas nosotros mismos».

El capítulo 2, «La formación de la Tierra y la Luna. Los primeros pasos» [pp. 37-63], nos presenta «la formación de la Tierra», con un recuadro sobre «la Tierra no es una esfera» (aunque sea un esferoide oblato, su forma es tan esférica como una bola de billar de reglamento). «La formación de la Luna. La Tierra también tuvo anillos» llamará la atención de muchos lectores. «Casi todos los cuerpos del sistema solar han tenido anillos en algún momento, ya que las violentas colisiones, especialmente en sus orígenes, eran capaces de lanzar gran cantidad de masa al espacio. [En] unos setenta millones de años, Marte formará unos anillos. [Uno] de sus dos satélites naturales, Fobos, se está acercando lentamente al planeta. Llegará un momento en que la atracción de Marte será tan fuerte que acabará rompiéndolo en pedazos, y se formará un anillo de rocas y polvo alrededor de Marte».

Tras el recuadro «¿qué es la zona habitable de una estrella?» llegamos a varias secciones breves sobre la historia de nuestro planeta: «cuando la luna pudo tener océanos», «el núcleo metálico y la diferenciación planetaria. La catástrofe del hierro», «el bombardeo intenso tardío», «la primera corteza y los primeros océanos», «las rocas más antiguas y la historia que nos cuentan», «nuestro escudo protector, el campo magnético» y «los meteoritos como fuente de información». Curiosidades como que «por lo que hoy sabemos, la mayor parte del agua de nuestro planeta procede precisamente de nuestro planeta, es decir, de los cuerpos que lo formaron inicialmente. Hasta no hace mucho, en cambio, pensábamos que el agua provenía de las colisiones con cometas. [Conforme] se fue enfriando la Tierra, los gases que escapaban de la roca fundida, y posteriormente los gases expulsados por los volcanes, contenían un agua que la Tierra ya tenía desde su formación».

«El precámbrico» [pp. 65-93], el capítulo 3, empieza con una «introducción al tiempo geológico y el inicio de la geología moderna» y «los principios básicos de la geología» de Nicolás Steno y William Smith. «La estructura interna de la Tierra» me sirve para indicar que el libro presenta gran número de ilustraciones realizadas por Javier Pérez de Amézaga Tomás. En «La deriva continental y la tectónica de placas», la teoría de Alfred Wegener, se aclara que «lo cierto es que no tenemos muy claro cuándo empezó la tectónica de placas por primera vez en nuestro planeta, ya que las rocas antiguas han sido procesadas y destruidas en su mayoría».

Finaliza el capítulo con «las grandes glaciaciones» donde leemos «hace unos setecientos diecisiete millones de años, algo cambió bruscamente en la Tierra», que me sirve para destacar que en el libro muchos números están escritos con letras, pero no todos. Los recuadros con datos curiosos nos cuentan «¿por qué son tan resistentes los diamantes?», ¿cuál es el mayor terremoto que ha ocurrido en la Tierra?» y «¿por qué confundimos las magnitudes de los terremotos?»

El capítulo 4, «El palezoico» [pp. 95-116], nos habla de «la glaciación del ordovícico-silúrico y el origen de las plantas terrestres» y de «el reto de fosilizar». «Si miramos los fósiles disponibles, encontramos numerosos organismos blandos bien preservados. ¿Cómo es posible? Os lo diré con tan solo una palabra alemana: «Lagerstätte». Ese término se refiere a los yacimientos de fósiles con una preservación excepcional, tanto de organismos de partes blandas como de organismos completos. [Esto] ocurre en caso de eventos «catastróficos» y rápidos, como erupciones volcánicas, avalanchas e inundaciones».

«Cuando casi nos volvemos a congelar (de nuevo)», «la era del carbón», «el ciclo de los supercontinentes y la formación de Pangea», finalizan con «la extinción del permotrías». Por cierto, «de los primeros supercontinentes (Ur, Kenorland y Columbia), que eran seguramente muy pequeños, sabemos muy poco, y tenemos un registro muy incompleto». Rodinia, Pannotia y Pangea, «el último supercontinente. Al ser el más reciente, nos ha proporcionado mucha más información». Como recuadro tenemos «¿por qué son salados los mares y los océanos?»

«El mesozoico» [pp. 117-143], el capítulo 5, se inicia con «el evento pluvial del carniense», «la extinción del triásico-jurásico» y la pregunta que seguro que siempre te has hecho «¿clonaremos algún día a los dinosaurios?» En «Pangea se rompe y la Tierra se enfría (por dentro)» el autor nos cuenta que «los científicos han medido el grosor de la corteza oceánica de los últimos ciento setenta millones de años y han descubierto un extraño patrón: conforme nos acercamos a la actualidad, la corteza oceánica se vuelve más fina. [Porque] un manto más frío genera menos magma». Finaliza el capítulo con «la fiebre del oro (negro)» y «la extinción cósmica de los dinosaurios (y el empujocito terrestre)». Como datos curiosos tenemos los recuadros «¿Son los diamantes para siempre?» y «¿Sirven los terremotos pequeños para evitar terremotos más grandes?»

«Cuando alguna vez pregunto de dónde viene el petróleo, la respuesta más común con la que me encuentro es que proviene de los dinosaurios. [Lo] cierto es que proviene de la descomposición de organismos microscópicos, concretamente del plancton marino, aunque, bueno, tal vez cayera de vez en cuando un poco de dinosaurio a la mezcla». Sobre el impacto que dio lugar al cráter de Chicxulub, «fue tan grande la energía liberada que si nos hubiésemos puesto a mirar el impacto de frente habríamos visto las ondas sísmicas venir hacia nosotros, ya que algunas de estas conseguirían movimientos ondulatorios sobre el suelo con una altura de hasta veinte metros». Por cierto, «no fue hasta 2016 cuando los científicos pudieron acceder directamente por primera vez al crácter de Chicxulub».

El capítulo 6, «El cenozoico: la era de los mamíferos» [pp. 145-165], «un periodo de enfriamiento global que sirve para dar paso a las glaciaciones cuaternarias». «¿Cómo podemos conocer las temperaturas de nuestro planeta en el pasado?» «Son las variaciones en la proporción entre oxígeno 16 y 18 las que quedan registradas en la concha de los foraminíferos, de tal manera que somos capaces de calcular la temperatura que existía cuando vivían estos organismos». Me ha resultado muy curiosa la sección «la crisis de salinidad del messiniense: cuando el Mediterráneo se quedó en un charco». «Algunos autores sugieren que el Mediterráneo pudo llenarse de nuevo en tan solo dos años, al subir el nivel del mar a un ritmo aproximado de diez metros al día».

«La formación del Himalaya: el techo de la Tierra» y «Zelandia, un continente perdido», vienen acompañados de los recuadros «La importancia de los fósiles guía», «¿Cuál es la montaña más alta del sistema solar?» y «La meteorización». Yo no conocía el continente Zelandia, «que tenía una superficie similar a la India [y] empezó a sumergirse hace unos sesenta millones de años. De hecho, podríamos decir que Nueva Zelandia es lo que queda emergido de Zelandia, como una cadena montañosa que destaca sobre la llanura. [Los] barcos oceanográficos han podido comenzar a perforar en las rocas de Zelandia, y se ha descubierto que las rocas que hoy están a más de mil metros de profundidad formaban parte de una tierra emergida y de mares poco profundos».

«El cuaternario: las otras edades de hielo» [pp. 167-191], el capítulo 7, nos plantea la cuestión «¿tuvo la Astronomía la culpa? El movimiento de la Tierra pudo provocar la edad de hielo cuaternaria». Tras presentar «los ciclos de Milankovitch», otra pregunta «¿qué ocurrió en el dryas reciente?» «La teoría que tiene más fuerza es mucho más preocupante, ya que refleja una situación que podría darse de nuevo dentro de relativamente poco tiempo: el parón en la circulación termohalina. [Lo] cierto es que, actualmente, la circulación termohalina se encuentra en un momento de debilidad».

«Volcanes y calentamiento global», «cuando la humanidad casi se extingue… ¡o no!» y «el calentamiento global que viene», junto a los recuadros «¿Cuál es el hielo más antiguo de la Tierra?» y «¿A qué temperatura se encuentra la lava de los volcanes?» Me ha gustado la rotundidad de Nahúm Méndez sobre el cambio climático: «Nos acercamos quizá a una catástrofe global provocada únicamente por el ser humano: el calentamiento global. Y no es algo que vaya a ocurrir dentro de mil años, sino que es probable que nos esté afectando ya y marque la agenda medioambiental de las próximas generaciones de una manera drástica. [La] concentración de dióxido de carbono de la atmósfera [no] es el nivel más alto de la historia de la Tierra, [pero] sí es el más alto en el último millón de años, y con diferencia».

Un escenario catastrófico para el que «la geología también puede aportar soluciones tecnológicas, como la captura de dióxido de carbono. [Y] quién sabe si en el futuro podremos convertir el dióxido de carbono en algún material útil». Así llegamos al último capítulo, «El futuro de la Tierra» [pp. 193-217], «y las respuestas que puede dar la geología a los grandes desafíos del siglo XXI, como el calentamiento global, el agotamiento de los recursos naturales y los riesgos geológicos». Sin lugar a dudas este capítulo merecería un libro entero. «¿Antropoceno o no antropoceno?», «recursos espaciales, la nueva fiebre del oro», «el fin de la Tierra» y «¿podremos predecir los riesgos geológicos?»

Yo no sabía que «en vez de Antropoceno deberíamos llamarlo Polloceno. [Pues] la división podría estar marcada por la aparición de una especie muy concreta: el pollo doméstico. [Porque] comemos tanto pollo que los vertederos de residuos sólidos urbanos están empezando a llenarse de huesos de esta ave a un ritmo muy rápido. [Y] estamos generando unas condiciones de conservación artificiales que podrían preservar perfectamente estos huesos durante miles de años, y quién si aún más».

Más en serio, «uno de los santos griales de la geología moderna es predecir cuándo van a ocurrir distintos fenómenos geológicos, especialmente los adversos: impactos de asteroides, erupciones volcánicas, terremotos, tsunamis, etcétera. [Hoy,] el fenómeno que mejor podemos predecir es el de las erupciones volcánicas. [En] cuanto a los terremotos, todavía estamos infinitamente lejos de poder predecir cuándo van a ocurrir» (una opinión que me parece un poco exagerada). Hoy «pensamos que la mejor manera de evitar las colisiones es desviando los asteroides de su trayectoria. Los científicos han propuesto diversas maneras», pero no te las voy a destripar en esta reseña.

Finaliza el libro con el breve «Epílogo» [pp. 219-220] y la «Bibliografía» [pp. 221-223], que por desgracia es muy general y no es citada en el texto. En resumen, un libro muy recomendable para todos sobre una de las ciencias naturales menos conocidas, la geología, cuya importancia es capital en nuestra época. Te recomiendo su lectura, no te arrepentirás.



1 Comentario

  1. Los ciclos astronómicos de Milankovitch no siempre pueden generar periodos glaciares, sino que únicamente pueden hacerlo cuando la disposición de los continentes es adecuada para enfriar el planeta, como ocurre actualmente. Debido a los azares de la tectónica de placas, tenemos un continente enorme en el polo sur y un mar bastante cerrado en el polo opuesto. Ambas circunstancias han determinado que la temperatura de la superficie terrestre lleve decenas de millones de años enfriándose. La verdadera amenaza es pues el enfriamiento global, no el calentamiento global. Este último constituye más bien una bendición, ya que nos protege de la llegada de un nuevo periodo glaciar.

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