«Yo creo que la conciencia es un instinto. Muchos organismos —no solo los humanos— ya vienen con ella incorporada. Eso es lo que son los instintos: algo que los organismos llevan incorporado. [Los] instintos complejos se parecen a las democracias; son identificables, pero no fácilmente localizables. [En] realidad, cada uno de nosotros es una confederación de módulos bastante independientes, orquestados para trabajar juntos. [Una] arquitectura que recibe el nombre de «estratificación» (layering). [Esos] módulos, capas y brechas se combinan para producir lo que denominamos «experiencia consciente».»
Me ha gustado el último libro de Michael S. Gazzaniga, «El instinto de la conciencia. Cómo el cerebro crea la mente», Paidós (2019) [342 pp.], traducido por Francisco J. Ramos. Pero esperaba mucho más, una discusión detallada de lo que es un instinto y un razonamiento bien fundamentado de por qué la conciencia debe ser un instinto. Sin embargo, a esta cuestión solo se dedica el último capítulo. Casi todo el libro se centra en la idea de la arquitectura jerárquica de módulos independientes, idea ya presentó el autor en su libro «El cerebro social», Alianza Editorial (1993), traducción de Carlos Frade del original de 1985. Yo esperaba nuevas ideas al respecto y por desgracia no las he encontrado. Ello no quita que el libro esté muy bien escrito, se disfrute su lectura y sea muy recomendable para todos los lectores que no hayan leído otros libros divulgativos de Gazzaniga.
Michael S. Gazzaniga, profesor de psicología en la Universidad de California en Santa Bárbara, es famoso por los experimentos sobre el cerebro dividido que realizó durante su tesis doctoral en 1964 bajo la dirección de Roger W. Sperry, que recibió el Premio Nobel de Medicina en 1981 por ellos. Sus experimentos pioneros mostraban que cuando los dos hemisferios se separan por cirugía aparecen dos conciencias, una asociada a cada hemisferio. Esta idea permea todo el libro y todas las ideas sobre la conciencia del autor. Por desgracia hoy sabemos que es falsa (uno de los mitos de la psicología que han caído en los últimos años). A pesar de ello, aunque uno sepa que Gazzaniga no ha resuelto el problema de la conciencia, este libro es muy ameno y nos hace reflexionar sobre la conciencia, lo que siempre está bien. Así que se lo recomiendo a todos.
Por cierto, que la callosotomía, el corte de la conexión entre los dos hemisferios, produce dos conciencias independientes en sendos hemisferios siempre ha sido una idea polémica. Tras el Nobel de 1981, muchos intentos de reproducir este resultado han sido infructuosos. A día de hoy, los estudios más recientes indican que es esta idea es falsa: la callosotomía divide la percepción que se realiza con cada hemisferio, pero la conciencia es única y común a ambos. Recomiendo, por ejemplo, Yair Pinto, David A. Neville, …, Mara Fabri, «Split brain: divided perception but undivided consciousness,» Brain 140: 1231-1237 (May 2017), doi: 10.1093/brain/aww358. Ignoro la razón, pero Gazzaniga no menciona la polémica sobre esta idea en su libro, ni estos resultados publicados antes que su último libro. Quizás hace oídos sordos, o quizás a sus 79 años ya no lee la literatura científica reciente.
Tras la «Introducción» [pp. 11-18] , el libro presenta diez capítulos divididos en tres partes. La primera parte, «El camino hacia el pensamiento moderno», se inicia con el capítulo 1, «La rígida, inestable y necia concepción histórica de la conciencia» [pp. 21-41]. «El concepto «conciencia» es relativamente moderno». Tras presentar «los primeros pasos» desde los egipcios y mesopotámicos, pasando por Aristóteles y Galeno, llegamos a «Descartes y la idea del dualismo mente/cuerpo». Por cierto, «Descartes deslizó la palabra consciente una sola vez en sus escritos».
El capítulo 2, «Los albores del pensamiento empírico en filosofía» [pp. 43-73], nos recuerda que «la palabra conciencia cuajó entre los filósofos británicos, [y] John Locke amplió su significado, como hizo también el escocés David Hume». Así llegamos a «Alemania y el nacimiento de la mente inconsciente», con Arthur Schopenhauer como protagonista. Finaliza el capítulo con Whilhelm Wundt, padre de la psicología experimental, y, como no, Sigmund Freud.
Así finalizamos la revisión histórica de la primera parte con el capítulo 3, «Los grandes progresos del siglo xx y los inicios del pensamiento moderno» [pp. 75-105]. De la psicología conductista, llegamos a la neurocirugía, lo que el autor aprovecha para hablarnos de la investigación que le ha hecho famoso, el «cerebro escindido» o callosotomía. «La mente puede dividirse en dos con el corte de un bisturí». Al hilo de la Academia Pontifica de las Ciencias, con alguna errata histórica, se nos cuenta que «las teorías evolutivas permitieron que las teorías materialistas de la conciencia revistieran dos formas distintas, que pasarían a conocerse como «emergentismo» y «pampsiquismo»».
Thomas Nagel y los qualia (o «sensación cruda»), Daniel Dennett y «la brecha infranqueable entre los ámbitos subjetivo y objetivo», Francis Crick y la base física de la conciencia, nos llevan hacia la segunda parte, «El sistema físico». Se inicia con el capítulo 4, «Cómo fabricar cerebros módulo a módulo» [pp. 109-139], con que «hay pocas dudas de que, de un modo u otro, las diversas partes del cerebro trabajan conjuntamente para producir nuestros estados mentales y nuestros comportamientos. [Los] módulos son redes especializadas y frecudentemente localizadas de neuronas que cumplen una función específica».
El punto clave es que hay «cerebros que funcionan aunque falten módulos». Muchas lesiones en el encéfalo parece que no afectan a la conciencia. Los módulos se organizan de forma jerárquica. «La modularidad es un subproducto de la presión por minimizar los costes de conexión. «¿Dónde está la conciencia? [Hay] un conjunto de módulos en gran parte independientes [cuya] organización da lugar a nuestra omnipresente sensación de experiencia consciente. [La] conciencia es una propiedad de cada módulo individual. [El] módulo más «activo» gana la competición de la conciencia, y su procesamiento se convierte en la experiencia vital, el «estado» del individuo en un determinado momento del tiempo».
«La conciencia no es una «cosa», sino que es el resultado de un proceso incardinado en una arquitectura, del mismo modo que una democracia tampoco es una cosa, sino el resultado de un proceso». Así llegamos al capítulo 5, «Empezamos a entender la arquitectura cerebral» [pp. 141-173], donde se compara el encéfalo con un Boeing 777. «La mejor estrategia es diseñar de forma independiente (capas o módulos). [Ninguna] capa «sabe» que información ha recibido la capa anterior o qué procesamiento se ha producido. [Los] protocolos permiten que cada capa interprete solo la información que recibe de sus capas vecinas. [La] arquitectura estratificada es la solución ideal para sistemas complejos, puesto que es fácil de reparar, resulta menos costosa y más flexible, y posee una mayor capacidad evolutiva». Este es un punto clave, los sistemas estratificados pueden evolucionar.
«El control crea orden y precisión en un sistema». ¿Cómo es el control en el encéfalo, robusto u óptimo? «La mayoría de los neurocientíficos consideran que el cerebro está dotado de sistemas de control óptimos». Pero según el autor el aprendizaje y la cognición sugieren que es un control robusto. Así llegamos al capítulo 6, «El abuelo está demente, pero conserva la conciencia» [pp. 175-200], que discute la posibilidad de que haya conciencia subcortical: «las capacidades de los sistemas subcorticales parecen ser lo bastante competentes por sí solas como para proporcionar una experiencia subjetiva. [Las] estructuras subcorticales pueden transformar el estímulo neuronal en bruto en algo parecido a las emociones básicas». Así la conciencia es ubicua a todo el encéfalo.
Hasta la tercera parte, «Llega la conciencia», parece que Gazzaniga no ha aportado nada nuevo a quienes hayan leído sus libros anteriores. Se inicia con el decepcionante capítulo 7, «El concepto de complementariedad: el regalo de la física» [pp. 203-226]. El autor trata de explicar el principio de complementaridad de Bohr en la mecánica cuántica; no lo logra, pues no parece entenderlo. No me ha gustado nada este capítulo, que finaliza con «la importancia del principio de complementaridad de Bohr [es] que es fundamental para entender la brecha mente/cerebro».
El capítulo 8, «De lo no viviente a lo viviente y de las neuronas a la mente» [pp. 227-256], también me ha decepcionado. Al hilo del físico Howard Pattee, afirma que «la diferencia entre lo viviente y lo no viviente está en la raíz de la división entre el cerebro y la mente, y ofrece un marco adecuado para abordar el problema de la dualidad mente/cerebro». Recurrir al origen de la vida para explicar el origen de la conciencia me parece esconder el problema bajo la alfombra.
La segunda mitad del capítulo 8 se centra en «la biosemiótica [que] es el estudio de los signos y códigos en los sistemas vivientes». La relación entre ADN, ARN, proteínas y función biológica «ilustra la arbitrariedad de la conexión entre un símbolo con sus significado en un sistema viviente». Sinceramente, creo que Gazzaniga no entiende las ideas de Pattee y cómo las cuenta confundirá a la mayoría de los lectores; pocos entenderán el «cierre semiótico» si no han leído a Pattee.
En medio de una gran confusión llegamos al capítulo 9, «Torrentes de burbujas y conciencia personal» [pp. 257-284], donde uno espera que se discuta por qué la conciencia es un instinto, tema que da título al libro y que aún no se ha presentado. «Las piezas del rompecabezas que en mi opinión nos puede conducir a una nueva concepción sobre la naturaleza de la experiencia consciente son las que hemos abordado en los capítulos anteriores: los módulos, las capas, el principio de complementaridad y el cierre semiótico de Howard Pattee». La clave parece ser que «un neurocirujano puede desconectar los dos hemisferios del cerebro y producir dos mentes en una misma cabeza»; pero los estudios más recientes niegan la mayor.
Gazzaniga introduce «la metáfora del agua burbujeante como una forma de conceptualizar cómo se despliega nuestra conciencia. [Una] tras otra, las burbujas emergen y explotan durante un momento, para ser reemplazadas de inmediato por otras en un constante movimiento dinámico. [Es] difícil asimilar la idea de que cada burbuja tiene su propia capacidad de suscitar esa sensación de ser consciente. [Pero] la aparente continuidad del flujo de nuestra conciencia es una ilusión en sí; en realidad esta está integrada por burbujas cognitivas conectadas con burbujas «sensoriales» subcorticales, que nuestro cerebro hilvana a lo largo del tiempo».
Finaliza el capítulo con «sentio ergo sum» («siento, luego existo») y una reivindicación de la impredictibilidad del caos determinista como sustrato de la complejidad de la experiencia consciente. El último capítulo, «La conciencia es un instinto» [pp. 285-299], debería explicar qué es un instinto y por qué la conciencia debería ser un instinto. Pero nos deja con la miel en los labios, ya que la propuesta se basa en el libro El instinto del lenguaje, de Steven Pinker, recurriendo a un artículo de William James (de hace más de 125 años) para la definición de instinto. Para Gazzaniga «James parece sugerir que los aspectos estructurales de los instintos son módulos innatos incardinados en una arquitectura estratificada».
«Ha empezado la carrera para entender la dimensión física de los instintos». Así que Gazzaniga acaba su libro sugiriendo que para saber qué es la conciencia primero tenemos que saber qué son los instintos. Así llega «a la conclusión de que la tentativa humana de imitar la inteligencia y la conciencia en las máquinas, un objetivo constante en el ámbito de la inteligencia artificial, está condenada al fracaso. [La] conciencia es un instinto. Forma parte de la vida de los organismos: no necesitamos aprender a producirla ni a utilizarla».
Tras los «Agradecimientos» [pp. 301-303], encontramos la bibliografía en forma de «Notas» [pp. 305-324] y el «Índice onomástico y de materias» [pp. 325-342]. No sé si saber que la conciencia es un instinto ayudará a entender «¿por qué el esfuerzo por entender la conciencia se ha revelado tan difícil?» Pero lo que parece claro es que no ayudará a entender lo que es la conciencia.
Sr. Francis, si su exposición del libro de Gazzaniga es correcta, no pienso leerlo.
La conciencia como instinto demostrada mediante la estructura del encéfalo, me parece un ejercicio intelectual (en el sentido peyorativo), en otras palabras, Gazzaniga habrá leído a Pinker
«El instinto del lenguaje” pero no a Wittgenstein, «El lenguaje acaba en un silencio denso, lleno de sentido, pero que paradójicamente no puede expresarse» y por el contrario, «Y no hay nada más erróneo que considerar a tener sentido (meinen) como una actividad espiritual.»
También puede ser que yo no le haya dado sentido a lo que dice Gazzaniga, vamos que no lo haya entendido (lo más seguro).
La consciencia es una realidad emergente como la gran mayoría de realidades y entidades que podemos observar en la naturaleza.
La pregunta es de dónde emerge y queremos las respuestas con emergencia para ahogar esa angustia vital de saber qué somos.
Como si el funcionamiento del cerebro humano, como la herramienta más adaptativa de la evolución, nos fuera a decir qué somos, de dónde venimos, hacía dónde vamos.
Si somos algo más que materia y una realidad que emerge de ella, esa búsqueda de respuestas se equivoca de lugar si se cree que el ser consciente tiene algo que ver con la espiritualidad.
También cada célula de nuestros cuerpos son realidades emergentes que conforman entidades en si mismas que en conjunto configuran nuevas realidades emergentes y entidades que componen por ejemplo nuestros cuerpos.
La consciencia es reconocerse como una entidad viva para poder dar la batalla de la supervivencia y por supuesto es un instinto. Quizá el más básico y necesario pero también el más complejo a la hora de desenmarañar sus mecanismos.
La historia de que la consciencia humana sea tan atractiva es que nuestro cerebro es capaz de conceptualizar, por ejemplo el tiempo con su pasado y futuro, y emerja el sentimiento o deseo de trascendencia.
Al ser humano ya no le basta con sobrevivir y quiere trascender, y para ello necesitamos que la mente sea más allá de una realidad emergente. Con la emergencia de que la muerte nos aguarda buscamos respuestas filosóficas dónde sólo hay ciencia. Ciencia muy compleja y con perspectivas de desarrollo a muy largo plazo pero al fin y al cabo ciencia.
Según he leído su magnífico resumen me suena el libro a pretenciosamente conclusivo en lugar de orientativo de cómo va la vanguardia de los estudios en este campo, me suena más a filosofía que a ciencia.
Filosofía de la ciencia que insiste en que si de un cerebro pueden surgir dos consciencias al dividirlo, cosa ya descartada, surge la necesidad de no considerar la mente como una entidad en si misma. Como si hubiera necesidad de que la consciencia fuera única y sujeta a un único cerebro o soporte biológico.
Prefiero machacarse las meninges con la serie Westworld
Según he leído su magnífica reseña me suena el libro a pretenciosamente conclusivo, en lugar de orientativo de cómo va la vanguardia de los estudios en este campo, me suena más a filosofía que a ciencia.
Filosofía de la ciencia que insiste en que si de un cerebro pueden surgir dos consciencias al dividirlo, cosa ya descartada, surge la necesidad de no considerar la mente como una entidad en si misma. Como si hubiera necesidad de que la consciencia fuera única y sujeta a un único cerebro o soporte biológico.
En fin, puestos a especular prefiero machacarme las meninges con la serie Westworld.
Puestos a intuir me da que la consciencia es una realidad emergente como la gran mayoría de realidades y entidades que podemos observar en la naturaleza.
La pregunta es de dónde emerge y queremos las respuestas con emergencia para ahogar esa angustia vital de saber qué somos.
Como si el funcionamiento del cerebro humano, como la herramienta más adaptativa de la evolución, nos fuera a decir qué somos, de dónde venimos, hacía dónde vamos.
Si somos algo más que materia y una realidad que emerge de ella, esa búsqueda de respuestas se equivoca de lugar si se cree que el ser consciente tiene algo que ver con la espiritualidad.
También cada célula de nuestros cuerpos son realidades emergentes que conforman entidades en si mismas que en conjunto configuran nuevas realidades emergentes y entidades que componen por ejemplo nuestros cuerpos.
La consciencia es reconocerse como una entidad viva para poder dar la batalla de la supervivencia y por supuesto es un instinto. Quizá el más básico y necesario pero también el más complejo a la hora de desenmarañar sus mecanismos.
La historia de que la consciencia humana sea tan atractiva es que nuestro cerebro es capaz de conceptualizar, por ejemplo el tiempo con su pasado y futuro, y emerja el sentimiento o deseo de trascendencia.
Al ser humano ya no le basta con sobrevivir y quiere trascender, y para ello necesitamos que la mente sea más allá de una realidad emergente. Con la emergencia de que la muerte nos aguarda buscamos respuestas filosóficas dónde sólo hay ciencia. Ciencia muy compleja y con perspectivas de desarrollo a muy largo plazo, pero al fin y al cabo ciencia.
Es muy claro y así lo expone el artículo que este hombre no es ya ni científico, oculta pruebas que no le convienen y que precisamente son vitales para desmontar sus «argumentos».
Sinceramente ¿como se puede tomar en cuenta a alguien así? Este es otro que pretende ser más inteligente de lo que realmente es y que está totalmente pasado de rosca.
Por tanto sus creencias es seguro que sean totalmente erróneas; ya seria raro que de un elemento de estos y sin tomar las pruebas actuales y más concluyentes saliese alguna verdad.
Solo hay que tomarlo en serio para hacer y pensar todo lo contrario de lo que diga. En realidad esta gente es fabulosa, como no dicen una verdad y siempre se equivocan ¡solo hay que hacer lo opuesto a lo que digan para acertar!
Yo no entiendo tu comentario: ¿qué pruebas oculta?, ¿por qué no es ciencia? ¿qué entiendes por ciencia?
Aunque te parezca muy extraño, hay muchas universidades y científicos intentando comprender en qué consiste la conciencia porque la neurociencia no ha conseguido explicar cómo «emerge» la conciencia del cerebro que era su idea inicial.
Parece que no conoces esos estudios.
Para todo lo demás: Mario Bunge.
La semana que viene cumplirá 100 años y sigue leyendo papers.
Recomiendo toda su obra y especialmente lo relativo a la mente y la psicología.
Muy buen artículo Francis; como siempre.
Un saludo.
Habría que felicitar a Gazzaniga por su intento de explicar la conciencia después de afirmar durante mucho tiempo que procedía o emergía del «sustrato físico» del cerebro aunque no parece que se decida por una explicación clara, lo cual es comprensible dada la dificultad del fenómeno.
Creo que está bien encaminado, de todas formas porque el origen de la división mente-materia se encuentra en los griegos y después en Descartes que no supo que hacer con la mente en su teoría mecanicista y la dejó fuera de la ciencia. Por eso, para poder entender la conciencia, hay que empezar deshaciendo viejos prejuicios en los que nos han educado como la dicotomía mente/materia, teniendo en cuenta que la ciencia hasta ahora se ha otorgado el papel de «materialista», dejando el estudio de la mente a la religión o, como mucho, a la psicología.
Pero, si buscamos el origen de la dificultado en entender la conciencia, se encuentra en nuestras percepciones y su adaptación al medio: percibimos fácilmente lo que es más urgente para nuestra supervivencia y, para lo demás, necesitamos de mucha imaginación.
Desde la conciencia conocemos el mundo y solo desde la conciencia es posible conocer qué es la conciencia. Pero es muy diferente el proceso de conocer el mundo y el proceso de conocerse a sí misma.
Gracias por la reseña. Definitivamente no voy a comprar el libro. Tengo otros 2 del autor y me interesa mucho los temas que trata pero sus ideas me dejan más bien frío. ¿Qué es lo más clarificador que has leído sobre la conciencia? Gracias y un saludo.