Reseña: «Un planeta de virus» por Carl Zimmer

Por Francisco R. Villatoro, el 25 julio, 2020. Categoría(s): Ciencia • Libros • Recomendación • Science • Virología ✎ 3

«En nuestros momentos más íntimos, cuando nuevas vidas humanas emergen a partir de las viejas, los virus se revelan esenciales para nuestra supervivencia. Nosotros y ellos no somos entidades separadas, sino una mezcla de ADN que se combina y transforma de manera gradual». Zimmer nos cuenta en el capítulo nueve sobre el ébola, el SARS y el MERS, que «estaríamos mejor preparados contra estas emergencias si no nos cogieran siempre por sorpresa. La siguiente plaga puede llegar cuando otro virus que anide en un animal salvaje salte a nuestra especie; un virus del que quizás aún no tengamos noticia. (No) podemos predecir cuál de estos nuevos virus provocará una gran epidemia, si es que alguno llega a hacerlo. Esto no significa que debamos ignorarlos. Necesitamos permanecer alerta para neutralizarlos antes de que puedan saltar a nuestra especie»

He disfrutado muchísimo de la lectura de la traducción al español del libro de Carl Zimmer, «Un planeta de virus», Capitán Swing (2020) [127 pp.], traducido por Antonio Lozano. Ya había leído la segunda edición (2015) en inglés, pero no importa, lo he disfrutado de nuevo con placer. Zimmer es uno de los grandes divulgadores contemporáneos, con trece libros, la mayoría premiados en varias ocasiones, y muchísimos artículos de divulgación en The New York Times, National Geographic, etc. Su pluma es ágil y certera, con una capacidad de síntesis realmente asombrosa. Zimmer hace valer el dicho de que lo breve, si bueno, dos veces bueno. Su capacidad de síntesis es impresionante; en pocas páginas en cada capítulo destaca las ideas más relevantes sobre el tema, ofreciendo una visión completa en la que parece que no falta nada.

Sin lugar a dudas un libro que disfrutarán todos los buenos aficionados a la divulgación científica. La traducción de Lozano para Capitán Swing está muy bien y no defraudará a los más puristas. En estos tiempos de pandemia coronavírica, con los virus en boca de todos, se agradecen libros de calidad sobre virus que nos ponen todos los puntos sobre las íes. Te recomiendo de forma encarecida su lectura, sino lo has hecho ya. No te arrepentirás. 

Tras el prefacio encontramos la introducción, diez capítulos agrupados en tres partes y un epílogo. El «Prefacio» [pp. 07-08], está escrito para la segunda edición del libro (2015), por los virólogos Judy Diamond y Charles Wood; destacan que «desde el lanzamiento de la primera edición (en) 2011, los virus no han dejado de sorprendernos» y que «originalmente, Zimmer escribió este ensayo para el proyecto World of Viruses» que dirige la Dra. Diamond.

La introducción se titula «Un fluido vivo y contagioso. El virus del mosaico del tabaco y el descubrimiento de la virosfera» [pp. 13-20]. Se inicia con una curiosa historia sobre la Cueva de los Cristales, Naica (México). «Unos pocos científicos han obtenido autorización para visitar esta cámara tan excepcional. (…) Entre ellos se cuenta Juan Manuel García Ruiz, un geólogo de la Universidad de Granada. Sus investigaciones permitieron datar la edad de los cristales». Y pasa a «la científica Dana Willner (quien) emprendió su propia cacería de virus. (En) los pulmones de las personas sanas (descubrió) que, de media, contenían 174 virus. Solo el 10 por ciento (estaban) catalogados hasta el momento». Zimmer nos lleva a 1879 con Adolf Mayer, luego a 1898 con Martinus Beijerinck, para adentrarse en el siglo XX de la mano de Wendall Stanley. «Por primera vez en la historia, una persona podía ver virus sin recurrir a microscopios. Estos virus cristalizados era tan resistentes como un mineral y estaban tan vivos como un microbio». Así llegamos a la década de 1950, cuando se descubrió que los virus «eran una cáscara de proteínas que acogía un puñado de genes».

La primera parte «Viejos camaradas» se inicia con el capítulo 1, «Un resfriado nada común. De cómo los rinovirus conquistaron gradualmente el mundo» [pp. 23-27]. «El rinovirus humano —la causa principal del resfriado común y de los ataques de asma— es un camarada tan viejo como cosmopolita. Se estima que a lo largo de su vida, una cada persona permanecerá un año en cama por culpa de los resfriados. (Los) rinovirus son de una sencillez pasmosa, con solo diez genes por unidad. (El) rinovirus infecta un número relativamente pequeño de cálulas, por lo que causa un daño limitado. (Pero) las células infectadas liberan moléculas señalizadoras, llamadas citocinas, que atraen a células inmunitarias próximas. Son estas células inmunitarias las que nos hacen sentir fatal».

El capítulo 2, «Mirando hacia abajo desde las estrellas. La reinvención interminable de la gripe» [pp. 29-34], se inicia con la gripe de 1918. «El virus de la gripe se las ingenia para infligir daño con muy escasa información genética, apenas trece genes. (Sus) orígenes (se) remontan a las aves. (El) cuerpo humano es más frío que el de las aves. (Una) cuarta parte de las aves con gripe llevan en su interior dos o más cepas del virus. Los virus intercambian genes y obtienen nuevas adaptaciones, como la habilidad de pasar de vivir entre aves salvajes a hacerlo (entre) mamíferos como cerdos y caballos».

Finaliza la primera parte con el capítulo 3, «Conejos con cuernos. El virus del papiloma humano y el cáncer infeccioso» [pp. 35-42]. «Los científicos han identificado más de un centenar de cepas diferentes del virus del papiloma humano (VPH para abreviar)». Por cierto, «cuando nuestra especie comenzó a evolucionar en África, unos doscientos mil años atrás, es probable que nuestros ancestros fueran portadores de diversas cepas del virus del papiloma. (La) genealogía de algunas cepas del VPH refleja la genealogía de nuestra especie. (Jamás) se debería subestimar la creatividad evolutiva de un virus capaz de convertir a conejos en lebrílopes, o a hombres en árboles».

La segunda parte, «En todas partes, en todas las cosas» se inicia con el capítulo 4, «El enemigo de nuestro enemigo. Los bacteriófagos como medicina viral» [pp. 45-52], que nos habla de los microscopios electrónicos, el descubrimiento de los fagos y su uso terapéutico. «Las voces críticas han señalado que la terapia con fagos promoverá la evolución de bacterias resistentes a los fagos, permitiendo el efecto rebrote de las infecciones. (Los) fagos de diseño pueden acabar con el 99,997 por ciento del E. coli en un biofilm, un porcentaje de letalidad que multiplica por cien la efectividad de los fagos normales».

El capítulo 5, «El océano infectado. De cómo los fagos marinos gobiernan los mares» [pp. 53-58], se inicia con Lita Proctor en 1986 y destaca que «los virus del océano son asombrosos tanto por su cantidad como por su diversidad genética. (La) configuración genética de los virus marinos apenas dispone de homólogos. (Los) virus no dejan atrás fósiles en las rocas, pero sí marcas en los genomas de sus huéspedes. Estas marcas sugieren que los virus llevan miles de millones de años pululando».

Finaliza la segunda parte con el capítulo 6, «Nuestros parásitos internos. Los retrovirus endógenos y nuestros genomas plagados de virus» [pp. 59-64]. El traductor usa un falso amigo para traducir «host» por «huésped», cuando lo más correcto sería usar «hospedador» o «anfitrión». «La idea de que los genes de un huésped pueden proceder de los virus resulta tan extraña que posee incluso una pátina filosófica. Nos gusta pensar que en nuestros genes radica nuestra identidad profunda. (Pero) si miramos en el interior de nuestro genoma, encontramos virus. Miles de ellos». Por fortuna, «hasta donde saben los científicos, no hay rastro de retrovirus endógenos en activo en el genoma humano».

La tercera parte, «El futuro viral», se inicia con el capítulo 7, «El azote joven. El virus de la inmunodeficiencia humana y los orígenes animales de las enfermedades» [pp. 67-75], que nos sirve para recordar que el libro no tiene ilustraciones, pero incluye ocho páginas de ilustraciones a color insertadas entre la páginas 68 y 69 (en la edición en inglés del libro que leí en su momento se encontraban insertadas antes de cada capítulo. «El VIH llevaba más de medio siglo infectando a personas en secreto. Tras su descubrimiento, en la década de 1980, el virus infectaría a más de sesenta millones de individuos en todo el mundo. Casi la mitad de ellos moriría. (El) hallazgo de VIS de gorila ha permitido clarificar la forma general del árbol evolutivo del VIH. El VIS ha saltado trece veces a nuestra especie, nueve de ellas a través de cepas del VIH-2 y cuatro a través de cepas del VIH-1».

El VIH es un virus que muta mucho, tanto que hay gran diversidad en cada individuo contagiado. «A medida que el virus se replica, va acumulando mutaciones a un ritmo sostenido, acumulándolas al modo de los granos que van quedando en el fondo de un reloj de arena. A base de medir la altura de este montículo de arena, los científicos pueden estimar cuánto tiempo ha transcurrido». Una sugerente metáfora para explicar el llamado «reloj molecular» en genética y genómica. «Hoy en día, millones de personas en todo el mundo toman un cóctel de fármacos que neutralizan la habilida del VIH para infectar las células inmunitarias y utilizarlas para replicarse. (Así) algunas personas gozan de una vida relativamente saludable».

Con la pandemia de la COVID-19, el capítulo 8, «Convertirse en un americano. La globalización del virus del Nilo Occidental» [pp. 77-83], está muy de actualidad; nos ilustra cómo la globalización favorece la propagación de virus propagados por vectores como los mosquitos. El siguiente capítulo, «Predecir la siguiente plaga. El virus del Ébola y sus muchos semejantes» [pp. 85-94], nos habla de los virus que circulan entre murciélagos y menciona la epidemia de SARS. «En noviembre de 2002, un granjero chino se presentó en el hospital con fiebre muy alta y murió al poco tiempo. (El) virus pertenecía al grupo de los denominados coronavirus, que incluye especies que pueden causar resfriados y gripes estomacales». Y también el MERS, «que los murciélagos se lo transmitieron a los camellos de África del Norte. (Quizás) un camello enfermo llevara el virus a su nuevo hogar (en Oriente Medio)».

El capítulo 10, «El largo adiós. El aplazado olvido de la viruela» [pp. 95-105], nos ofrece un ápice de esperanza en la lucha contra los virus gracias a las vacunas. «El primer método efectivo a la hora de prevenir la propagación de la viruela probablemente surgió en China, alrededor del año 900 a. C. Consistía en frotar una costra extraída de una víctima de la viruela en el interior de un rasguño producido en la piel de un individuo sano». La variolización fue rebautizada como vacunación en 1798. «Una vez se normalizó el uso de las vacunas, la humanidad empezó a librarse del yugo de la viruela. (La) OMS declaró oficialmente erradicada la viruela en 1980».

«La viruela solo es capaz de infectar a una especie, la humana, mientras que el resto de sus familiares, llamados virus orthopox, pueden infectar a varias. Nadie sabe qué hace que la viruela sea tan especial. (Después) de 3.500 años sufriendo y dándole vueltas a la viruela, por fin hemos conseguido comprenderla y frenar su poder de destrucción. Esta comprensión, sin embargo, nos ha llevado a la certeza de que jamás podremos erradicar por completa la amenaza que supone para el ser humano. Nuestra progresiva familiarización con los virus ha acabado por concederle a la viruela una peculiar forma de inmortalidad».

Así llegamos al «Epílogo» titulado «El alien en el dispensador de agua fría. Virus gigantes y la definición de vida» [pp. 109-116]. Confieso que me encantan los megavirus (y los megafagos). Al primero descubierto «lo llamaron mimivirus, en honor a su capacidad de mimetizarse con las bacterias. (La) historia de los virus gigantes pone de manifiesto lo poco que llevamos explorado de la virosfera. Asimismo inyecta nuevas fuerzas a un debate que arrancó hace un siglo con el descubrimiento de los virus: ¿qué significa estar vivos?».

Finaliza el libro con los «Agradecimientos» [p. 117] y las «Referencias seleccionadas» [pp. 119-127] ordenadas por capítulos. Un libro que se disfruta desde la primera página gracias a la pluma inconfundible de Zimmer. Un libro que apetece volver a releer tras la primera lectura para disfrutarlo dos veces. Ya se sabe que lo breve, si bueno, dos veces bueno. ¡Qué lo disfrutes!



3 Comentarios

  1. Es un error habitual, en traducciones, pero tambien en libros técnicos de parasitología o micro, confundir huesped y hospedador. A mi, me lo dejó claro mi catedratico de Parasitología, ya fallecido, Dr. Cordero del Campillo. El huesped, el parásito o microorganismo, es el que se «aloja» en el hospedador, hombre o animal, en general.

    1. Gerardo, aunque parezca increíble, el error de traducción que señalas lo fomenta el propio diccionario, ya que denomina «huésped» tanto al hospedado como al hospedador. De hecho, la segunda acepción de la voz ‘hospedador’, supuestamente específica del campo de la «Biología», reza «huésped (vegetal o animal en que se aloja un parásito)».

      Dado que en el lenguaje cotidiano nadie llama jamás «huésped» al hospedador, los académicos de la RAE no tienen ninguna excusa para seguir manteniendo en el diccionario esta definición absurda que únicamente genera confusión.

  2. En la parte «…..como la habilidad de pasar de vivir entre aves salvajes a hacerlo (entre) mamíferos como cerdos y caballos», me crea la sensación de que, los humanos, pudiéramos ser viruses evolucionados al través de los tiempos.

    Si fueron la semilla del todo, seguro que existe una razon para lo que hoy se vive.

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