Reseña: «La universidad light» de Francisco Esteban Bara

Por Francisco R. Villatoro, el 17 julio, 2022. Categoría(s): Ciencia • Docencia • Libros • Recomendación ✎ 7

«El mensaje que ha tomado las riendas de la formación universitaria es el que señala que dicha formación consiste en la preparación para lo que se cuece allá fuera, en las calles. La formación universitaria light es la suma de una serie de acontecimientos que actualmente estamos viviendo y que pueden observarse en el quehacer diario de nuestras universidades, en las clases, en las reuniones de profesores, en las horas de tutoría, en los programas de las asignaturas, en las bibliotecas, en los pasillos de los aularios… Esa formación universitaria que se rinde ante la adaptación y se muestra desinteresada ante la orientación. Por supuesto que la formación universitaria light a la que aquí nos estamos refiriendo no está en todas las universidades ni facultades, pero eso no quita que esté en la puerta, esperando para colarse a la mínima de cambio. Se está hablando de una formación que viene empujando fuerte y que, sin demasiado esfuerzo, convence a propios y extraños».

El sugerente libro de Francisco Esteban Bara, «La universidad light. Un análisis de nuestra formación universitaria», PAIDÓS Educación (2019), ya fue reseñado en el podcast Biosíntesis BS#7, en un episodio especial con la visión de los estudiantes sobre la universidad (LCMF, 23 ago 2019). Esta reseña se mantuvo entre mis borradores desde entonces; ahora que afrontamos el receso de verano en las universidades españolas creo que es un buen momento de rescatarla. En dicho podcast entrevistamos al autor, doctor en Pedagogía y doctor en Filosofía, profesor del Departamento de Teoría e Historia de la Educación de la Facultad de Educación de la Universidad de Barcelona. Su opinión sobre la universidad se resume en que la formación universitaria actual es incompleta, pues se está perdiendo la oportunidad de vivir la verdadera aventura que debería proporcionar. Un libro fresco, lectura ideal para este tórrido verano, que se lee muy fácil y que nos hace pensar sobre el estado actual del sistema universitario español. Seguro que será disfrutado por todos los miembros de la comunidad universitaria. Porque la universidad es eso, comunidad.

El libro está dividido en cinco partes, 23 capítulos, finalizando con un instructivo epílogo y comenzando con el prólogo «Pensar como Genevieve Habert» [pág. 11 y ss.]. Lo abre una anécdota sobre un cuadro colocado al revés en 1961 en el Museo de Arte Moderno (MoMA) de la ciudad de Nueva York. Esteban Bara nos propone analizar el sistema universitario español como si estuviera patas arriba, tratando de contestar «esa pregunta que formuló el inimitable don José Ortega y Gasset en su obra Misión de la universidad, y que llamó la cuestión fundamental: ¿para qué existe, está ahí y tiene que estar la universidad?»

La primera parte, «La formación universitaria reciente: un posible diagnóstico», está formada por los tres primeros capítulos. En el capítulo 1, «¿Cómo valorar la formación universitaria? Cicerón versus Henry Ford» [pág. 23 y ss.] se nos dice que «se mire por donde se mire, resulta difícil saber si la formación universitaria de nuestros días es buena, mala o regular. [La] palabra universidad proviene de universitas, un sustantivo que denota universalidad y que etimológicamente hablando significa «totalidad». En el Medioevo, época en la que germinan las primeras universidades, el término universidad se utiliza para referirse a cualquier comunidad que se agrupa en torno a algo, a un elemento concreto y determinado. [Una] comunidad de personas que se dedica a indagar, rastrear o investigar, verbo este último típicamente universitario. Se está mencionando a individuos que no se conforman con lo que tienen, personas que no se contentan con callar y otorgar, gentes atrevidas y valerosas que más que acomodarse a la realidad de las cosas quieren conocer cómo son las cosas en realidad».

El capítulo 2, «Adáptense y oriéntenme, todo al mismo tiempo» [pág. 33 y ss.], recuerda que «a los universitarios se les suele imaginar como profesionales que saben identificar lo que está bien y reconocer lo que está mal, como individuos que garantizan cierta confianza y tranquilidad porque, tal y como reclama el mensaje, están preparados para poner orden ético en el patio social. [El] saber diferenciar entre lo malo y lo bueno, entre lo execrable y lo admirable, entre lo feo y lo bello, entre lo nocivo y lo beneficioso, o entre antagonismos similares, no es cualquier cosa». Finaliza la primera parte con el capítulo 3, «La aciaga convivencia, la formación universitaria light» [pág. 41 y ss.]. El primer párrafo de esta reseña está extraído de este capítulo.

La segunda parte, «Sobre la vida universitaria», comprende cinco capítulos, empezando por el cuarto «El regalo de un intervalo» [pág. 51 y ss.]. «Opinar sin conocer, vivir sin leer, entrar sin saludar, criticar sin medida o seguir a rajatabla la ley del mínimo esfuerzo, por ejemplo, son rasgos de identidades posibles que tienen cabida en la universidad de hoy, pero, desde luego, no son rasgos de una identidad universitaria saludable y beneficiosa. [No] es recomendable implicarse en el intervalo de tiempo universitario asumiendo que uno ya está hecho y derecho. [Todo] lo contario, es aconsejable dejarse llevar, despojarse de casi todo al entrar, atreverse con lo desconocido y con lo nuevo, estar dispuesto a convivir con la incomodidad, en fin, arriesgarse a estar transido por la universidad. [En] la vida universitaria actual se están reduciendo a la mínima expresión las conversaciones largas y tendidas entre maestros y estudiantes, los intercambios de libros en el bar, las quedadas para ir a la exposición que se acaba de inaugurar en la ciudad, la organización de viajes con los que se aprenden cosas, por ejemplo a viajar, labrar amistades de las de verdad o enamorarse de veras. No se trata de desmontar la vida universitaria. [Se] trata de dejar espacio a la vida universitaria que, aunque parece no servir para nada, vale para mucho».

El capítulo 5, ««James, hágase usted digno de esto, merézcalo»» [pág. 59 y ss.], recuerda el estreno en 1998 de la película Salvar al soldado Ryan, «otra obra maestra más del incombustible y genial Steven Spielberg. [Un] universitario, sea estudiante o profesor, está llamado a merecerse la vida universitaria. [Sentirse] heredero de algo. [Cultivar] las ganas de hacerse responsable de buscar los mejores conocimientos posibles y de las maneras más oportunas. [Y] sin embargo, hoy [uno] puede salir de la universidad sin sentirse heredero de nada ni en deuda con nadie, sin ni tan siquiera imaginar que tiene un compromiso con esa institución que lo ha visto crecer, sin sospechar que una de sus tareas va a consistir en ensalzar y dignificar el nombre de la universidad».

«El estruendoso mensaje en el gran silencio» [pág. 67 y ss.], el sexto capítulo, trata de justificar que «la formación universitaria está precisamente para ir contracorriente, [para] aprender a no valorar tanto lo que es de común aprecio, y para aprender a apreciar lo que no es estimado por casi nadie. Esa es quizá una de las mejores competencias que un estudiante puede alcanzar y que una institución universitaria se puede plantear. [Este] tipo de aprendizajes no deberían entenderse como una pérdida de tiempo, sino todo lo contrario. [En] la vida universitaria, en la comunidad de buscadores de conocimiento, [no] hay que justificar todo lo que allí se hace, ni tan siquiera por qué se hace. […] ¿Cómo demostrar la incidencia que los buenos maestros y maestras tienen en sus estudiantes? [La] vida universitaria es el intervalo de la contemplación, del asombro, de la atenta dedicación a todo aquello que necesita ser examinado para ser comprendido. La vida universitaria es el lugar de los porqués y no tanto de los cómos».

El capítulo 7, «Perder el horizonte y acabar a dos mil cuatrocientos metros de altura» [pág. 75 y ss.], nos describe los horizontes que nos depara la vida universitaria. «Uno es el estudio, [otro] es el compromiso social. [La] vida universitaria es por sí misma enriquecimiento, mejora, regeneración, ganancia, florecimiento. [La] vida en comunidad es una seña de identidad de ese grupo de maestros y estudiantes que tienen encomendada la tarea de encontrar conocimiento. Es más, habría que preguntarse si los fines de la universidad podrían alcanzarse si no es en comunidad. [Esa] vida en comunidad, no obstante, tiene hoy un considerable reto encima de la mesa, por no decir un aprieto que, aunque no es propio de la universidad, le incumbe, y de qué manera. Se trata de la relación entre autonomía y autoridad, entre profesores y estudiantes, entre quienes están facultados para enseñar determinadas materias y quienes acuden a su encuentro para facultarse en esas mismas materias».

«Pasar el día de cualquier manera, por ejemplo, en pijama» [pág. 85 y ss.], el octavo capítulo, destaca que «una comunidad de maestros y estudiantes no puede funcionar si no es a partir de determinados hábitos de comportamiento, de concretos modos de estar y de ser. [Ya] no se trata de apagar el móvil en clase, entrar y salir del aula según marca el horario o mantener intactos los libros de la biblioteca porque sí, porque es lo adecuado o por aquello de salir bien en la foto, que en este caso sería salir bien retratado en la evaluación de turno. Se trata de habituarse a hacer tales cosas y muchas otras del mismo calado por las ganas de querer llevarlas a cabo o, incluso, si se prefiere, porque a uno le da la gana querer practicarlas. [La] vida universitaria es la universidad vivida».

«Un universitario es un buscador de conocimientos, y es de suponer que eso incluye hábitos como la indagación y la averiguación; es de imaginar que no incluye el hábito de la pasividad o el de que me lo den todo hecho. [Alguien] que se transforma buscando y gracias a lo que va encontrando, y eso incluye habituarse, entre otras cosas, a ser paciente, sobrio, empático, a sentirse vulnerable, pequeño e inseguro».

La tercera parte, «Sobre el profesorado universitario», también comprende cinco capítulos. El capítulo 9, «Enamorados de don Juan, don Juan el enamorador» [pág. 95 y ss.], nos ofrece una mejilla: «lo lógico es pensar que quien se dedica a la enseñanza lo hace porque le gusta eso de dar clases, con todo lo que conlleva, y sobre todo, porque le cautiva estar rodeado de personas que necesitan aprender muchas cosas todavía. [Un] profesor o una profesora enamorados de la aventura universitaria se convierten en personas que enamoran, en un foco de atracción para los estudiantes. [Bien], ¿y qué está sucediendo hoy cuando el profesorado enamorador no es el perfil común de nuestras universidades?, ¿qué está pasando cuando lo habitual es que los estudiantes salgan de clase sin sentirse cautivados por nadie, sin haber recibido ningún flechazo?»

El capítulo 10, «De don Juan a Juan» [pág. 103 y ss.], nos ofrece la otra mejilla: «el profesorado universitario de los últimos años está viviendo un considerable proceso de devaluación y desconsideración». El autor nos describe los cuatro puntos cardinales que rodean al profesor. «En el norte está todo aquello que se valora realmente y que uno debe cumplir a rajatabla, [la] investigación y junto a ella la gestión. Allí la docencia ni está ni se la espera. En el este, la burocracia, [y] en el oeste, la ajetreada vida de los departamentos, las facultades u organismos similares, los tejemanejes, intrigas y maquinaciones, los movimientos de cintura, las mangas anchas y las manos izquierdas, los colegas y los adversarios. Y en el sur, está la docencia, allí abajo, en los lindes del mapa. [La] docencia es un asunto secundario por no decir accesorio».

«Habría que considerar la docencia como se merece o, si se prefiere, devolverle el valor que nunca debería haber perdido. [Quizá] se logre de otra manera que a nosotros nos convence más, a saber, señalando algunas de las peculiaridades del profesor enamorador. [Primero] está la búsqueda de la sabiduría, el cultivo de la intelectualidad, el ansia de saber mucho sobre muchas cosas. [Segundo] con la artesanía, o por decirlo de una manera menos poética, con las obras de arte en las que puede convertir sus clases, los encuentros con sus estudiantes. [Y tercero] con la influencia moral y personal que un profesor universitario puede ejercer en sus estudiantes».

La curiosidad es el gran protagonista del capítulo 11, «Pourquoi, ¡por saberlo!» [pág. 111 y ss.]. «La curiosidad desinteresada [es una] característica del profesor enamorador. [Tiene] que ver con la sorpresa o, mejor dicho, con las ganas de sorprenderse y con el anhelo de ser sorprendido, y ese apetito, aunque se calma poco a poco, no se sacia nunca. [Se] trata de querer saber de todo y aprender de todos. [El] profesor enamorador está prendado del conocimiento, es un estudiante de por vida. Y una buena manera de demostrarlo es, por un lado, querer saber por saber, desear aprender por aprender, y por otro lado, aspirar a conocer cualquier cosa que valga la pena, sea «de lo mío», «de lo de aquel» o «de lo de todos»».

El capítulo 12. «El caso de los S-80 Plus» [pág. 119 y ss.], sí de los submarinos y de la famosa ley de Murphy. «Podría parecer que las maneras de enseñar de los últimos años, o como dirían algunos, antes de la revolución boloñesa, estaban anticuadas. [Se] creyó que la solución pasaba por la ingeniería psicopedagógica, a saber, por la renovación, la invención y la utilización de técnicas psicológicas y pedagógicas que permitieran el máximo aprovechamiento de la tarea educativa universitaria. [Bajo] esta filosofía psicopedagógica al docente universitario se le viste de técnico en evaluación. [Ese] profesor casi no recuerda que buscar conocimientos con el estudiante no conlleva tener que evaluarlo todo y a cada momento; es más, por poco olvida que la aventura universitaria tiene una buena dosis de misterio y de intimidad que no es evaluable».

«El profesorado universitario de hoy [es] algo así como un técnico informático. [Nadie] está en contra de adaptarse a lo nuevo, lo que preocupa es que se confunda un recurso con una finalidad. [El] artista de la formación universitaria considera lo que está haciendo y le da la palabra. [Ante] la propuesta de una evaluación continuada y desmedida, el artista se pregunta qué importancia tiene esa manera de funcionar para la comunidad de buscadores de conocimientos. [Sabe] bien que las cotas más altas y sublimes se alcanzan cuando la cabeza no para de dar vueltas, cuando filosofar se convierte en una forma de trabajar y de vivir. [El] profesor enamorador no tiene una rutina establecida, cada día es nuevo para él, cada clase es diferente por mucho que se dedique a explicar las mismas cosas año tras año. [Su] deseo de querer hacer las cosas de la mejor manera posible es imparable, tiene vida propia y no está a expensas de nada».

En el capítulo 13,»«¿Qué vengo a hacer aquí?» ¡Cuidado con aquello y adelante con lo otro!» [pág. 127 y ss.], se nos advierte en contra de «la filosofía del compadreo y la camaradería, que parte de aquellas teorías psicopedagógicas que defienden un vínculo de simetría, equilibrio y consonancia entre profesores y estudiantes». Y se apunta hacia el «profesor universitario que apuesta por los estudiantes como personas, es decir, el que los advierte y aconseja cuando conviene, el que los censura y elogia cuando es necesario, no es el más vitoreado en la formación universitaria de hoy. [Esos] profesores atentan contra la formación universitaria light, [y] consideran que otra formación universitaria es posible».

La cuarta parte, «Sobre estudiantes», comprende cinco capítulos. El capítulo 14, «Las ocurrencias de Leila y la pista de Pedro Salinas» [pág. 137 y ss.], el autor se «inquieta en relación con [la] férrea unión que suele establecerse entre la libertad y la autonomía moral de cada uno con la satisfacción de sus fines, intereses, motivaciones y preferencias personales. [A] nuestras actuales universidades llegan estudiantes a ver qué se les ofrece, que es como decir a ver qué se ajusta a sus intereses y preferencias personales. [Del] estudiante que supuestamente tenía que adaptarse a la formación universitaria se ha pasado a la formación universitaria que debe considerar al estudiante y lo que este trae consigo. Los tiempos han cambiado».

En el capítulo 15, «Dejarse llevar por la formación universitaria [pág. 145 y ss.], el autor aclara que «valoramos positivamente que la formación universitaria se adapte a las necesidades e intereses del estudiante y, en consecuencia, que este tenga voz y voto en su diseño y confección». Pero critica el foco en «la empleabilidad, propio de la formación universitaria light». En el capítulo 16, «La grandeza de no aportar nada de interés [pág. 153 y ss.], se centra un punto curioso: «hay personas geniales, que rompen esquemas y se salen de la norma. [Nuestras] calles están llenas de jóvenes que quieren hacer algo, modificar el mundo, aportar lo que sea. Unos quieren inventar cosas nuevas; otros, frenar tanta injusticia; los de allá, convertirse en personajes de referencia en distintos ámbitos; y los de más allá, renovar el mundo de arriba abajo. [Al] estudiante universitario que aspira a aportar cosas interesantes se le puede imaginar como alguien que desea vivir en esa admirable combinación de erudición y sencillez».

«Hay personas a las que podemos llamar «buscadoras de sensaciones», [que] sienten la necesidad de experimentar riesgos físicos y sociales. [La] búsqueda de conocimientos puede ser considerada bien como una actividad de riesgo». El capítulo 17, «Buscadores de hábitos universitarios» [pág. 161 y ss.], recalca esta idea con «la formación universitaria tiene mucho que ver con la incertidumbre, y por eso es lógico defender que el alumnado viva situaciones en las que tenga que probar, ensayar, sondear, en definitiva, experimentar». Pero «la formación universitaria actual parece haber confundido la incertidumbre con el movimiento, las sensaciones de riesgo con la percepción de no estar quieto. [Un] buen número de las metodologías pedagógicas universitarias actuales, que parecen ser una apología de la incertidumbre y que no dan un minuto de descanso, están asentadas en la defensa de la seguridad y protección del estudiante».

El capítulo 18, «Legolas, ¿qué ven tus ojos de elfo?» [pág. 167 y ss.], enfatiza que «es fundamental que la universidad atienda [a] cualquier estudiante como se merece, reparando en sus circunstancias personales, como personas únicas e irrepetibles. [La] universidad está para ofrecerle la visión de ese gremio en el que se está formando. [El] propósito de la universidad es básicamente [que] el estudiante encarne la profesión a la que se dedique de la mejor manera posible, que sea un excelente representante de esta; en fin, que sea una persona orgullosa de hacer lo que hace, feliz por dedicarse a lo que se dedica. [La] visión universitaria se aprende llevando una vida universitaria».

Así llegamos a la quinta y última parte, «Sobre la práctica educativa universitaria», cinco capítulos en el campo de especialidad del autor que se inician con el 19, «Paradojas del arte, discordancias de la formación universitaria» [pág. 177 y ss.]. «La pedagogía universitaria de los últimos tiempos podría asentarse en tres pilares. El primero de ellos es una curiosa y persuasiva voz. El segundo pilar [es] el de la motivación, la creatividad, la alegría; en fin, todo lo que tenga que ver con cuestiones entretenidas. [La] pedagogía universitaria de hoy debe ser cualquier cosa menos aburrida. [Y el] tercer y último pilar [tiene] que ver con la tradición y, más concretamente, con su desconsideración. […] ¿Por qué acostumbran a criticar las clases magistrales quienes no suelen darlas, y no por no querer, sino por no quedar en evidencia?, ¿por qué las críticas a quienes enseñan mediante la palabra y poca cosa más suelen venir de quienes se quedan sin nada que decir si la conexión a internet desaparece?»

El capítulo 20, «Unidos por la calefacción, saludados en el parking» [pág. 185 y ss.] se destaca que «hay profesores que, por ejemplo, deciden no aprenderse el nombre de sus estudiantes. [Puede] parecer una minucia o una anécdota, pero este es un asunto fundamental. ¡Cómo cambian las cosas en la práctica educativa universitaria cuando unos y otros se conocen, y sobre todo se reconocen! Si un estudiante reconoce a un profesor como tal, esto es, como alguien que no solo explica y evalúa. [A] ese profesor no le hace falta demasiada virguería ni ingeniería pedagógica, basta con que asuma la importante labor a la que se dedica». Esta crítica se asienta en «la especialización, el dominio y el conocimiento profundo de un asunto particular es condición imprescindible para ser profesor, pero suele ir de la mano de un conocimiento superficial de casi todo lo demás. [Las] asignaturas se parecen a compartimentos estancos, cotos privados en los que, claro está, no entra nadie más que sus propietarios y, lo más preocupante, lugares casi aislados sin apenas canales de comunicación entre sí. [La] formación universitaria light es la que encuentra acomodo en esto último, va dando saltos sin demasiado ton ni son, sin más sentido de unidad que el burocrático».

La letra de una canción, ««Cien gaviotas»» [pág. 193 y ss.], vertebra el capítulo 21. «La pedagogía universitaria, que bien puede ser vista como la inmersión en una comunidad de buscadores de conocimientos, se siente viva y coleando cuando ninguna de las agencias estatales de turno la controla en exceso, cuando se la deja caminar a su ritmo. [Piénsese], por ejemplo, en una profesora que se conmueve cuando toma la palabra y explica las cosas que guarda en su mente y en su alma; o que se emociona respondiendo a las inquietudes que los estudiantes le plantean, no porque sabe las respuestas, sino porque le demuestran que se están convirtiendo en personas inquietas, justo lo que ella trata de enseñarles. [Deberíamos] convencernos entre todos de que no pasa nada si no tenemos todo controlado».

El capítulo 22, «Beyoncé y el Sísifo de Albert Camus» [pág. 199 y ss.], discute el problema de la motivación. «El asunto de la motivación se ha vuelto preeminente, hay que ir tras ella todo lo que se pueda y caiga lo que caiga, es decir, echando a un lado aquello que no encienda las ganas de aprender desde el minuto cero. Este movimiento pedagógico motivacional está empequeñeciendo ideas que forman parte de la raíz de la formación universitaria y que, por lo tanto, sin cuyo concurso no se puede explicar dicha formación de un modo completo. [Durante] la experiencia universitaria, uno puede sentir que no hace más que subir y bajar piedras de diferente forma y peso, asignaturas obligatorias u optativas con más o menos créditos, tutorías voluntarias o indispensables, prácticas complementarias o preceptivas, seminarios a la carta o impuestos, lo que sea, pero piedras al fin y al cabo. [Pero] hay algo tremendamente motivador en la formación universitaria. [La] cuestión puede resumirse en esforzarse por esforzarse, sin esperar demasiado a cambio, gratuitamente, en fin, esforzarse porque simple y llanamente vale la pena hacerlo».

Un chiste de Eugenio da pie al título del capítulo 23, «Platero, el jefe y la gran conversación» [pág. 207 y ss.]. «La formación universitariaestá representada en la conocida metáfora del filósofo neoplatónico del siglo XII Bernardo de Chartres: «Somos enanos a hombros de gigantes. Podemos ver más y más lejos que ellos no por una distinción física nuestra, sino porque somos levantados por su gran altura». [Hay] algo del pasado de la pedagogía universitaria que mal que pese no pasa de moda o, si se prefiere, con el que las modas no podrán. Nos estamos refiriendo a esos seminarios, tutorías grupales o como se quieran llamar, que consiguen que esa «gran conversación» de la que venimos hablando adquiera vida».

Y así llegamos al «Epílogo. Una manera de diagnosticar la formación universitaria light» [pág. 215 y ss.], una serie de «criterios que permitan valorar la formación universitaria que ofrece una institución dada; con un medio que sea útil para diagnosticar. [Para] alumbrar una posible formación universitaria light o acaso para iluminar una formación universitaria lograda y completa». Se nos ofrecen cinco cuestiones sobre la vida universitaria, cinco cuestiones sobre el profesorado universitario, cuatro concreciones sobre los estudiantes y cinco cuestiones sobre la práctica educativa universitaria. Las omito aquí para no destripar esta interesante parte del libro.

Finaliza el autor con un «no queda mucho más que decir. Solamente que no menospreciemos la completa misión de la formación universitaria, que no olvidemos que estamos ante una de las ideas más esplendorosas que la humanidad haya podido tener y que, por lo tanto, no merece ser reducida, manipulada o desustanciada. Tendríamos que poner freno: no se puede llamar formación universitaria a cualquier cosa, no debería consolarnos tener una formación universitaria light». Las notas a pie de página se agrupan al final del libro.

Un libro fresco y sugerente que nos hace replantearnos la situación actual del sistema universitario español. Una aportación muy recomendable a las bibliotecas personales de todos los universitarios. ¡Qué lo disfrutes!



7 Comentarios

  1. Tendré que leer el libro, parece contener reflexiones interesantes. Pero sin escribir tanto, hay algo que me llama la atención sobre las universidades de un tiempo (no mucho) a esta parte. Tengo una hija estudiando Derecho, esta en su primer año y ha aprobado (con nota) todas las asignaturas.
    Por un lado, por mucho que sea su padre, no la considero un dechado de inteligencia y esfuerzo a la hora de estudiar. Ni soy un político o empresario que pueda influir en sus calificaciones…
    Por otro lado, he conocido muy de cerca los estudios de Derecho en los años 80-90, y sé que era virtualmente imposible llegar a tercero de Derecho (en la UAM) sin arrastrar asignaturas de primero (normalmente Romano y Civil).
    ¿Qué ha cambiado? Las leyes no, que yo sepa. La sociedad, básicamente, tampoco. ¿Qué futuros abogados y jueces se estan formando?

  2. Queria preguntar sobre la hipotesis penrose hameroff,mas especificamente sobre un metodo que se me ocurrio para probarlo,es basicamente tomas un embrion de chimpance y cambias sus genes de las tubulinas por genes de tubulinas humanas y esperas a ver si eso le da una inteligencia cuasi-humana,que opinan?

    1. Isaac, tu propuesta no tiene sentido (más bien parece una broma). Ya se han estudiado en laboratorio las propiedades cuánticas de las tubulinas y no corresponden a las predicciones de las ideas de Hameroff y Penrose. Así que sus ideas ya están refutadas. Más información en este blog en «Sobre la teoría cuántica de la consciencia (de Hameroff y Penrose)», LCMF, 22 jun 2015; «Duro varapalo a la teoría cuántica de la consciencia de Penrose y Hameroff», LCMF, 09 jun 2009; entre otras.

  3. Que yo sepa ninguna universidad en el mundo tiene lo que pudiera llamarse una Interventoría. Este artículo revela que cabe más de una interventoría que esté revisando cada partición, a sabiendas de que el mundo universitario se profundiza cada vez más según se hace más hondo el conocimiento humano. Queda uno perplejo ante las exigencias de cada entorno analizado aquí. El artículo sin duda abre expectativas para que el libro sea leído.

  4. Es más que evidente la decadencia en muchas disciplinas, pero sobre todo en la carencia de una formación más ecléctica, más holística y vinculada a las realidades de las relaciones entre los diferentes aspectos de la vida. Falta la sensibilización hacia una valoración de las capacidades naturales y a las opciones potenciales para una vida mejor, de mayor bienestar y no ligada a el materialismo – en sus diferentes formas -, no solo una fábrica para desarrollar capacidades laborales. Igual, los valores éticos y morales que esculpen nuestro camino personal y profesional, cada vez más, son dejados de lado. La formación integral está en el olvido !

  5. Muy interesante el artículo y el libro (tendré que conseguirlo para ponerme al tanto). Muchas de las cosas que resumes en el artículo son muy ciertas y valen tanto a un lado del océano como al otro. Mi experiencia en la Universidad en Argentina me ha mostrado que en los últimos 15 años ha cambiado, notoriamente, el perfil de los estudiantes. Cada vez es más difícil motivarlos, hay un desinterés en entender conceptos básicos y conectarlos, están más centrados en aprender las recetas de turno para aprobar el examen, sin tener muy en claro a veces los criterios de esas «recetas». Una buena parte de la culpa la tenemos nosotros, los profesores, que quizás no hemos adaptado adecuadamente las materias para atraer la atención del alumno. Pero aún así, y esto es algo que hemos hablado con colegas de diferentes universidades, el alumno promedio muestra cada vez menos interés por lo que está estudiando, como si todo fueran solo obstáculos en vez de peldaños en el camino de la formación.
    Bueno, simplemente quería dejar esta reflexión. Da para una discusión muy larga, pero creo que en parte se resume en los extractos que has publicado del libro.
    Saludos

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