Reseña: «La maldición de Tutankamón» de Raúl Rivas

Por Francisco R. Villatoro, el 7 abril, 2019. Categoría(s): Ciencia • Historia • Libros • Noticias • Recomendación • Science

«La capacidad de los microorganismos para influir en el desarrollo de la humanidad ha sido rotunda y en ocasiones estrepitosa. Han derrotado a reyes y faraones. Han diezmado ejércitos y asolado naciones. Han sido temidos y sin embargo, algunos de ellos han salvado millones de vidas. Han plagado la historia de anécdotas, chascarrillos, encuentros y desencuentros que merecen la pena conocer. [Por ejemplo, que] el único remedio conocido durante la Edad Media para combatir el fuego de San Antón era acudir en peregrinación a Santigao de Compostela para pedir ayuda al apóstol. [Porque] en la península ibérica el trigo era más cultivado que el centeno. Así, los peregrinos afectados mejoraban [gracias] al pan de trigo no contaminado».

La Microbiología estudia «bacterias, arqueas, hongos, virus, protozoos, priones, viroides y microalgas», ellos son los protagonistas de las historias que nos relata con maestría literaria Raúl Rivas, «La maldición de Tutankamón, y otras historias de la Microbiología», Guadalmazán (2019) [238 pp.]. Para los buenos aficionados a la divulgación de la microbiología, la mayoría de las historias son ya conocidas, por lo que el mérito de este libro es releerlas con una nueva y exquisita pluma. Pero el público objetivo de este libro no son los aficionados a la divulgación, sino los que se autocalifican como de letras y humanidades. Ellos serán los que más disfruten de este libro (aunque no sé si habrá muchos entre los lectores de este blog).

El autor es Doctor en Biología y Profesor Titular de Microbiología en la Universidad de Salamanca. Conocido como director y presentador del programa radiofónico de divulgación científica El Viejo Verde, y autor del blog Diarium. Su estilo literario es muy agradable de leer, mostrando que tiene una gran cultura de letras y humanidades. Así que, tras la lectura de las historias de este libro, uno se queda con ganas de más. Si te gustan las buenas historias, muy al estilo que caracteriza al genial José Ramón Alonso, seguro que disfrutarás con este libro.

Tras la «Presentación» [pp. 9-10], nos encontramos con 21 breves capítulos, de unas diez páginas, cada uno con una curiosa historia donde el protagonista, directo o indirecto, es la microbiología. «Este libro pretende divulgar y enseñar, compartir, entretener y por supuesto aclarar algunos sucesos en los que han estado involucrados microorganismos». La historia 1, «El brillo del ángel» [pp. 11-19], nos relata «la batalla de Shiloh, una de las más cruentas de la historia de Estados Unidos [al hilo de] un tenue brillo azulado [que] brotaba de las heridas de algunos soldados [quienes] mostraron un índice más alto de curación y recuperación. [Como si] los heridos hubieran sanado porque las heridas habían sido tocadas por los ángeles. Así, aquella sutil luz azul fue denominada como «el brillo del ángel». […] Nadie sabía lo que era [hasta] el año 2001″. Y no puedo contar más… no te quiero destripar la historia.

La historia 2, «La dama de la lámpara» [pp. 21-30], nos habla de Florence Nightingale y «el floreciente negocio europeo de la odontología [gracias a los] «dientes de Waterloo»». Ella fue calificada como el «ángel guardián» por su labor en hospitales durante la Guerra de Crimea. En Enfermería es buen conocido el «método Nightingale» que propugna «la mejora de la higiene de las manos del personal sanitario». Estas historia me sirve para resaltar que todas finalizan con un listado de referencias «Para saber más» que incluye entre tres y ocho citas a artículos científicos y/o libros.

«¿Quién mató a Mary Ann Nichols?» [pp. 31-41], como no, sobre Jack el Destripador. No te cuento más, pero aprovecho para destacar que todas las historias están ilustradas con varias fotografías, la mayoría de época; en este caso, destaca una espectacular «fotografía de Joseph Carey Merrick», el famoso «Hombre Elefante». Y así llegamos a la historia 4, que da título al libro, «La maldición de Tutankamón» [pp. 43-58], que aprovecha que «pocos meses después de la apertura de la cámara real se sucedieron una serie de muertes en circunstancias inexplicables de personas vinculadas a la exhumación de la tumba». Como puedes imaginar «se ha atribuido su fallecimiento a una infección microbiana». No cuento más, pero destaco que muchas historias tienen un redoble final inesperado. En esta podemos leer que «unos 20 monjes budistas lograron momificarse utilizando un entrenamiento asceta y una dieta rigurosa durante casi 3 años». Por supuesto, tomaban un té tóxico.

La historia 5, «Unidad 731» [pp. 59-70], nos ofrece un paseo por Japón, sin olvidar a don Miguel de Unamuno y sus pajaritas de papel (cuyo arte bautizó como cocotología). Y la historia 6, «El mal de Panamá» [pp. 71-79], toma como hilo conductor Cien años de soledad del escritor colombiano Gabriel García Márquez; por supuesto, nos habla del «hongo [que] ocasiona una de las enfermedades más destructivas del banano a nivel mundial» y por qué se introdujo la variedad Cavendish, de peor sabor. Tras «Julio Verne y la bacteria que viajó al centro de la Tierra» [pp. 80-88], y «Las brujas de Salem» [pp. 89-102], llegamos a la historia 9, «El negocio de aire» [pp. 103-112], sobre Samper augustus y otros tulipanes afectados por polyvirus.

«Fordlandia» [pp. 113-121], nos  habla de Henry Ford, el caucho en Brasil y «el hongo que venció al hombre más rico del mundo». La historia 11, «Piojos verdes» [pp. 122-133], al hilo de Ojos verdes, la canción de Manuel Quiroga que popularizó Concha Piquer. Por supuesto, solo se trata de «un fenómeno de sincretismo lingüístico en la población que mezcló ambos conceptos. [En] realidad, los piojos no son verdes y el tifus es provocado por una bacteria»… y no quiero contar más. «La enfermedad del Legionario» [pp. 135-146], provocada por la Legionella penumophila, nos lleva a «Adiós Titanic, adiós» [pp. 147-158], con mención al posible origen del diluvio universal hace unos 7600 años.

El libro está decorado de continuas referencias a la cultura humanística que hace unos años se consideraba imprescindible para autodenominarse culto, pero quizás ahora, para los más jóvenes, sea propia de los eruditos. Supongo que el autor tiene en mente a sus potenciales lectores entre los que ya no somos tan jóvenes. La historia 14, «El geógrafo, el astrónomo y el tratante de telas» [pp. 159-169], tiene un título que evocará a todos los eruditos a Antonie van Leewenhoek. Su papel en la microbiología es obvio y nos lleva a «¿Cómo se puede gobernar un país que tiene doscientas cuarenta y seis variedades de queso?» [pp. 171-180], que obviamente no es Holanda.

La historia 17, «Experimento número 11» [pp. 181-191], se inicia con Mario Benedetti y la lluvia. ¿La lluvia? Sí, claro, «la fragancia pasajera que emana de la tierra tras el martilleo constante de un chaparrón. [El] aroma petricor [de] la geosmina [producto de] las bacterias del género Streptomyces«entre otras. El origen de la estreptomicinia, con un paseo por la historia de la cerveza, nos lleva hasta «El milagro de Bolsena» [pp. 193-203], inmortalizado por Rafael en 1512 y provocado por el hongo Serratia marcences. Y hablando de sangre, llegamos a «Los vampiros de Rhode Island» [pp. 205-214], y a «María Tifoidea» [pp. 215-224], sobre Mary Mallon.

Finaliza el libro con «Jim» [pp. 225-238], sobre William Key y su caballo Jim Key, capaz de «leer, deletrear, realizar operaciones aritméticas, [o] participar en debates políticos». ¿Qué tendrá que ver Jim con los microbios? Su historia nos lleva al papel de los caballos en la historia de las vacunas, que sí están relacionadas con la microbiología. Así finaliza el libro, que pide a gritos más historias. Supongo que Raúl Rivas no nos decepcionará en un futuro próximo. ¿Te animas a disfrutar de estas historias?



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