Reseña: «De la Naturaleza. Un viaje por el conocimiento humano» de Antonio J. Lechuga Navarro

Por Francisco R. Villatoro, el 20 junio, 2015. Categoría(s): Ciencia • Libros • Noticias • Personajes • Recomendación • Science ✎ 3

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Inspirado en «De rerum natura» de Lucrecio, con un estilo que recuerda al «Discurso del método» de Descartes, «De la naturaleza: Un viaje por el conocimiento humano,» de Antonio José Lechuga Navarro, editado en 2015 por el Servicio de Publicaciones y Divulgación Científica de la Universidad de Málaga, tiene un proemio rotundo.

«Las universidades han derivado a menudo en un conglomerado de taifas desconectadas, con mandarines celosos defendiendo sus propias fronteras, parcelando artificialmente un interés por el mundo. Abogamos aquí por restaurar una cátedra global, integrada por especialistas de lo general, por tecnólogos del punto de vista cósmico y con la tradición filosófica como cimiento. Una cátedra que fagocite y metabolice conocimientos especializados que no es preciso minusvalorar, al contrario, porque son la base firme que garantiza que la narración resultante es sólida y lleva en su primera página el registro de entrada de la realidad.»

Su ensayo filosófico sobre la realidad en tiempos modernos no es de lectura fácil, a veces rayando lo pedante. Su lenguaje cartesiano obliga a una reflexión continua. Pero así es el deleite que nos ofrece Antonio, al que conocí en el IV Encuentro de Ciencias Bezmiliana, celebrado en el I.E.S. Bezmiliana, Rincón de la Victoria, Málaga, 2-4 mayo 2012 (programa). El I Encuentro de Ciencias Bezmiliana se celebró el 23 y 24 de abril de 2009. Por cierto, este año he vuelto a participar en la VII edición (programa; youtube).

Antonio Lechuga es uno de los padres y motores de la idea de estos encuentros en los que se reúnen proyectos de ciencias de institutos de toda la provincia malagueña. Una iniciativa muy loable y que puedes apoyar visitando el blog del Club Científico Bezmiliana. Pero su libro no es un ensayo de divulgación al uso, más próximo a la filosofía, raya la metafísica. Aún así, si tienes posibilidad de adentrarte en sus aguas, te recomiendo su lectura.

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Antonio recorre sus lecturas favoritas, selecciona las ideas que comparte con sus autores y nos las ofrece en su esencia, digeridas por su mente siempre inquieta. «La ciencia arranca de una mentira para acabar con otra mentira que está más cerca de la verdad,» afirma en su capítulo 7, «Caos y complejidad.» Capítulos breves, que nos recorren toda el conocimiento científico desde el big bang hasta la consciencia humana, sin olvidar la gran pregunta, ¿por qué estamos aquí?

Su estilo incita a la reflexión y al reposo. No está dirigido a adolescentes. Requiere una digestión relajada, con las posaderas bien asentadas y con un horizonte al que elevar la mirada por encima de nuestra introspección. Por ejemplo, el capítulo 11, «El despertar de la materia,» empieza con: «Para levantarse del barro, contra el viento y la marea de la segunda ley de la termodinámica, (…) para liberarse de la permanente insidia del diablo entrópico, (…) la vida se ha defendido mediante el ingenioso expediente de generar nuevas versiones de sí misma. (…) Necesitamos hacer amistad con un ambiente que no se deja engatusar fácilmente: sólo conociéndolo a fondo permitirá extraer, a regañadientes, nuestro ansiado suministro de existencia. (…) Para el mundo inanimado, en su apatía ensimismada, no existe lo bueno ni lo malo, lo bello ni lo feo. (…) La bondad o la belleza no son categorías universales sino que adquieren sentido en el contexto de seres vivos que quieren escapar de su finitud temporal.»

Profesor de Física y Química, todos los capítulos tienen un título rotundo, una o dos citas bien escogidas y un contenido bien elaborado. El capítulo 15, «Los pilares de Gaia,» nos habla de la idea de James Lovelock, pero nos brinda perlas como: «No basta con tener una idea genial, sino que hay que tener la suerte de que los demás estén preparados para verla y, si no es así, sostenerla contra las uñas y los dientes de la apoltronada comodidad intelectual. Asunto diferente es defenderse de los excesivamente entusiastas, (…) de aquéllos que se llenan la boca de términos científicos, modificados en su preciso significado, con la intención oculta de tomar prestigio prestado de la ciencia que llaman oficial, que por otra parte suelen denostar.»

No sé muy bien el porqué, pero el estilo de Antonio me resuena cartesiano. Por ejemplo, el capítulo 23, «De la naturaleza humana,» empieza con: «El universo es un hervidero de sucesos, un azogue atosigado por el cambio, un ser turbado por un devenir incesante. Cualquiera de sus porciones puede ser descrita por multitud de parámetros a diversos niveles que a su vez cambian continuamente con el tiempo.» O el capítulo 27, «Las palabras y los  gritos,» que tras citar a Wilhelm von Humboldt, hermano del famoso viajero Alexander von Humboldt, me recuerda a la prosa poética: «La palabra es poderosa. La palabra hiere. La palabra cura. (…) La palabra separa. La palabra es instrumento para la clausura y la exclusión social. (…) La palabra expresa respeto y pide respeto. Las lenguas son como los niños: todas hermosas y adorables, todas merecedoras de dignidad y consideración. El futuro será plurilingüe: una lengua universal, una lengua nacional y, en su caso, una lengua autóctona.»

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«Lágrimas en la lluvia» se titula el capítulo 28. «Una conspiración de instantes ya resueltos desemboca en cada uno de nosotros. Un universo encendido en su justo punto estructural. Una transcendencia inorgánica labrada en nebulosas, estrellas, supernovas, polvo cósmico, planetas y fuentes hidrotermales submarinas. Un conatus encapsulado por una doble capa de fosfolípidos. Una evolución biológica que ha arracimado las células bajo el paraguas protector de un único organismo integrado.»

El final de este ensayo no puede tener otro título, «Final de viaje,» capítulo 30, páginas 229-232: «El relato que hemos expuesto a lo largo de todo este libro nos entroniza en la vulgaridad del cosmos, girando ciegamente en curvas triviales alrededor de una estrella común, asediados por una oscuridad casi unánime. Destronados de una cúspide imposible por ser un ser como cualquier otro, ni apuntado ni apuntalado por alguna confluencia cósmica inconcebible que pruebe sin duda nuestra condición de centro de la existencia. Viajeros transitorios de un viaje cósmico sin paradas intermedias ni final, por los cauces de un tiempo imprevisto e imprevisible.»

Resumir en pocas palabras «De la Naturaleza» es muy complicado, pues se pierde su esencia y su forma. Hay que leerlo para hacerse una buena idea de su contenido. Yo entreleo que el autor está a favor del principio de antrópico, que afirma que somos un accidente, un simple suceso cósmico. Nuestros «instantes se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.» Gloriosa frase del replicante de la película Blade Runner. Quizás como le pasa a la teoría de cuerdas, todo apunta a una serie ordenada, en apariencia, de momentos de gloria.



3 Comentarios

  1. Bienvenido sea ese libro. La humanidad nunca ha andado sobrada de «Lucrecios» dispuestos a defender la cosmovisión racional.

    Sin embargo, me temo que Antonio Lechuga se equivoca garrafalmente en la cuestión de las lenguas. Una lengua no puede «merecer dignidad» porque es una mera ‘herramienta’ de comunicación. La idea de que los idiomas «merecen dignidad» es un camelo nacionalista.

    Tampoco parece acertado el pronóstico de que «el futuro será plurilingüe». La diversidad lingüística actual se originó debido a las barreras geográficas, pero ahora las tecnologías de la comunicación anulan el efecto separador de dichas barreras. En consecuencia, lo más probable es que el futuro sea monolingüe. Primero desaparecerán los idiomas «aborígenes» y más tarde los idiomas nacionales poco hablados. Al final, toda la humanidad hablará un único idioma, seguramente el inglés.

  2. «¿por qué en nuestra realidad sería diferente de lo que le ocurrió al latín?»

    Ya he indicado la razón: ahora tenemos ‘tecnologías de la comunicación’ que no existían en el pasado. Dichas nuevas tecnologías eliminan las barreras responsables del nacimiento de nuevos idiomas y en consecuencia posibilitan que una única lengua logre implantarse y mantener su coherencia en todo el planeta. Todo esto, claro, suponiendo que no ocurra alguna catástrofe que nos haga retroceder a tiempos medievales o incluso prehistóricos.

    Por supuesto, la lengua global única puede ir cambiando gradualmente, con lo cual cada cierto tiempo habrá que sacar nuevas traducciones para actualizar los libros, como acaba de hacer por ejemplo Andrés Trapiello con su actualización de ‘El Quijote’ . Pero lo importante es que en cualquier momento dado todos los terrícolas podrán entenderse y acceder al acervo cultural mundial gracias a la lengua global.

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Por Francisco R. Villatoro, publicado el 20 junio, 2015
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