«El gran desafío de la divulgación [es] inducir al lector a releer un párrafo mientras redescubre, al menos en parte, una idea científica. [En] literatura se habla en ocasiones del lector activo. [El] placer y [la] pasión por la ciencia no son compartidos por muchos. [Una] reacción que nosotros mismos hemos generado por la forma que enseñamos ciencia y la comunicamos. Algo que podríamos llamar «el efecto berenjena»: a la mayoría no le gusta, pero no podemos culpar a la berenjena. [El] placer del descubrimiento científico no debe estar restringido a los científicos, del mismo modo como la ensalada de berenjenas no debe limitarse al chef».
Me ha gustado mucho el estilo literario de Andrés Gomberoff, @gomberoff, «Física y berenjenas. La belleza invisible del universo», Debate (2017) [228 pp.]. «Un libro basado en columnas [para la] revista Qué Pasa desde el año 2008. [Los] textos han sido actualizados, reeditados y en ocasiones expandidos». El libro recopila 40 columnas que nos acercan la ciencia a la vida cotidiana; historias muy bien hiladas que nos mantienen atentos hasta su conclusión, mientras nos desvelan los secretos de muchas de las cosas que nos rodean.
Por cierto, te recomiendo visitar el canal de YouTube del autor «Belleza Física» [enlace] donde disfrutarás de vídeos inspirados en las piezas que aparecen en «Física y Berenjenas». Un libro muy recomendable, muy entretenido y que te hará disfrutar aprendiendo. Sin lugar a dudas Andrés Gomberoff es un divulgador al que hay que seguir.
Se inicia el libro con «El placer de la ciencia» [pp. 9-14]. «La divulgación científica no trata, al menos en el sentido usual, de enseñar ciencia. Quizá por esto algunos investigadores lo consideran inútil, una pérdida de tiempo, un subproducto de segunda categoría. [La] divulgación no solo es importante para atraer a las nuevas generaciones de científicos. [La] tecnología es un subproducto del corazón de la actividad: la sed de conocimiento, la curiosidad».
«¡A su salud, Mr. Joule!» [pp. 15-22], nos habla de «la cervecería más importante que haya existido en la historia. [El] hijo del cervecero» desveló qué es el calor, «una de las manifestaciones de esa moneda de cambio de la naturaleza que llamamos energía». El calor latente en «Del calor al sudor» nos acerca a «La obsesión de Joule» y sus termómetros de precisión, para acabar con «La conservación de la energía».
«Aquel fue un gran día a pesar del frío inesperado. En la mañana, el horóscopo me informaba…» inicia «Crítica de la sinrazón pura» [pp. 23-26]. «La ciencia consiste, en buena medida, en distinguir las buenas ideas de la charlatanería o la tontera. [Las] ideas son fruto de la creatividad y debe ser todas aceptadas en tanto no contengan fallas lógicas, pero luego deben ponerse a merced del escrutinio de la realidad. Esto lo que algunos llaman método científico. [La] ciencia no demuestra nada. La ciencia simplemente recolecta evidencias, y a partir de ellas construye teorías. El conocimiento científico nunca es «la verdad». [La] ciencia es —idealmente— una actividad sin prejuicios, la más democrática y globalizada de las actividades humanas».
«El sabor del universo» [pp. 27-34] nos relata una curiosa cita amorosa: «La chica era aburrida. Yo solo miraba el tártaro de atún… [Allí] residía toda la historia del universo: catorce mil millones de años de evolución cósmica impresos en una entrada». Tras «El aroma del vino», «Los insípidos del grupo», «Las estrellas y la alta cocina» y «¿Por qué los berros son verdes?» llegamos a «Atún con hierro, ostras con zinc». Como ya sabrás «la supernova también aporta lo suyo al festín culinario. Crea, por ejemplo, el cobre y el zinc, tan abundantes en estas ostras de mi cena». Te desvelo el final, perdón por reventártelo: «Es evidente que, después de todo, aquí el aburrido soy yo».
«Los números son como las personas. Cada uno con sus características únicas, su personalidad, su sensualidad y sus secretos». Qué gran verdad inicia «La alegría de los números primos» [pp. 35-40]. Tras «La supremacía del 10» y las «Alegrías de los números primos», llegamos a «El robo más grande la historia» (potencial, eso sí). «Olivia, la bomba y los dados de Dios» [pp. 41-45], nos habla del abuelo de Olivia Newton-John vía el «Determinismo perdido» y la «Industria cuántica».
De «Una lección en colores» [pp. 46-51], «¡Blanco!, ¡azul!» y «El número mágico», llegamos a «Hay onda entre nosotros» [pp. 52-57], «Buenas vibraciones», «Llamado de emergencia» y «Arriba del columpio», este último sobre la resonancia. «La radio es esencialmente un columpio hecho de circuitos eléctricos y también tiene una frecuencia natural. Una que podemos seleccionar con el dial, que es análogo a la manilla que imaginaba León para cambiar la longitud del columpio».
Los campos aparecen en «Maxwell Smart» [pp. 58-63]. «Luz, cámara, acción» nos habla del «fotógrafo e inventor de la cámara réflex» y el papel de Maxwell «en la invención de la fotografía en color». «Un salto de años luz» nos lleva a «El campo» que dio lugar a «Un nuevo mundo». Einstein «creó el «campo gravitacional», en completa analogía con el campo electromagnético de Maxwell. Con ello, además, pudo predecir la existencia de las ondas gravitacionales. [La] ciencia ha cosechado muchos éxitos utilizando [el] ideal unificador maxwelliano».
Tras el breve «Prohibido tocar» [pp. 64-65], sobre el theremin, «Todo lo que perdemos» [pp. 66-72] nos habla de la flecha termodinámica del tiempo. «Sin vuelta atrás» llegó «El conciliador» y se puso a «Ordenar y desordenar». «Boltzmann se dio cuenta de que la entropía de Clausius no era otra cosa que una medida del número de posibilidades de cierto estado «macroscópico» o global».
«La ciencia de los ascensores (y de todo lo demás)» [pp. 73- 77], tras «Sube y baja» nos presenta «La guerra contra el pensamiento mágico». En «Opiniones educadas» el autor nos dice que «el método científico no solo nos ayuda a ser científicos. Nos ayuda también a manejar mejor ese ascensor que el señor ahora insulta con gruesos adjetivos. Nos ayuda a eliminar prejuicios a través de la experiencia y la observación. [Nos] muestra un camino para construir no solo teorías científicas, sino opiniones educadas para la vida diaria. Y esto, sin duda, es de ayuda para todos».
«El color del CD» es la excusa para hablar de «La luz del ADN» [pp. 78-85]. Gracias a «Los Bragg» la labor de «Watson y Crick y Wilkins (y Franklin)» nos conectó «La genética y la música». «Porque la información genética también es digital, y allí reside el secreto de su notable estabilidad y precisión para reproducirse copiosamente» nos recuerda el autor en «¿Y la herencia?». Así llegamos a «Chocolate y calentamiento global» [pp. 86-91], sobre «La maquinaria vegetal», «El problema con el CO2» y «La huella de carbono del chocolate».
«Inmunes a la ciencia» [pp. 92-97] nos habla de «la campaña que asocia autismo con vacunación, [un] artículo considerado un clásico del fraude científico». «Mucha gente piensa que los artículos científicos publicados en revistas especializadas, con comité editorial y revisión por pares, debiesen ser correctos. Error. Una gran proporción anuncia descubrimientos que no lo son». Duro pero certero en «La ciencia del error», tras «Mentir y comer pescado» llegamos a «Estar seguros» de que «los problemas asociados a efectos secundarios de las vacunas son hechos infinitamente más raros que las complicaciones producidas por las enfermedades de las que protegen».
Tras «Física de una sopa» [pp. 98-101], «Están lloviendo rayos» [pp. 102-107] nos habla de rayos cósmicos. «El alma del rayo» permite estimar «La edad de las cosas» (como «nuestra data de muerte») y resolver «Preguntas cósmicas». «¿Cuánto vale el show?» [pp. 108-113] discute el coste de los grandes colisionadores de partículas, como el LHC, y recuerda que «Lo mejor está por venir», porque «¿Cuánto vale un tango?». «El problema de darle valor cultural a la ciencia es difícil [y] no habrá una respuesta única y precisa. [La] ciencia la hacemos simplemente porque nos gusta hacerla. [El] valor de la cultura es enorme, pero la cultura [se] hace por placer, por amor, por ego, por llegar antes que otro a un territorio inexplorado, por curiosidad, por azar o por simple obsesión. [Porque] no hay nada más valioso que lo que no sabemos», remata el autor «El motor de la ciencia».
«El universo en la punta de un alfiler» [pp. 114-116], «El videojuego y esos benditos accidentes» [pp. 117-119], «Sobre tu cielo azulado (y tus ojos)» [pp. 120-125], y «El mejor de los tiempos» [pp. 126-129] nos conducen a «Agujeros negros y vientos de guerra» [pp. 130-137]. Como físico teórico especializado en gravedad cuántica el autor nos habla de «La gravedad», «Estrellas oscuras», «Einstein en lo correcto», «Horizonte de eventos», «Agujeros negros en el cielo» y «Una luz que nunca se apaga». En la misma línea «El eclipse que iluminó todo» [pp. 138-140].
«Agujeros no tan negros» es el primer epígrafe de «Zona iluminada» [pp. 141-145], que además de los «Pequeños y primordiales» nos habla del nacimiento del Wi-Fi en «Fourier y una infructuosa búsqueda». En «Cuestión de química» [pp. 147-151], con un rotundo «I lab you» aparecen los Curie «En busca del radio» y comprendemos por qué «La vida me mata». El título «Orgánico y natural: mito e ingenuidad» [pp. 152-155] deja claro su contenido escéptico: «Infórmese, mal no le va a hacer». Chile se convierte en protagonista, con cierto toque de ironía, en «Se ruega no innovar» [pp. 156-158] y en «Perdimos como en la guerra» [pp. 159-164].
«Chanta» [pp. 165-167] es un buen lugar para comentar un punto importante. El libro está escrito en español de Chile y a veces usa términos que suenan chocantes al español de España. Además de «chanta» (algo así como magufo), «computador análogo» (por analógico), «sistema eleccionario» (por electoral), «situaciones paradojales» (por paradójicas), «conceptos valóricos» (por valiosos), y un largo etcétera. Como las piezas se publicaron en una revista chilena, este uso del lenguaje es comprensible. Aún así, una revisión editorial (o la adición de notas a pie de página) no hubiera estado mal.
Me han encantado las metáforas de «Los sonidos de la caverna» [pp. 168-173], sobre la física del «Baño sonoro» en la ducha, «En clave acústica», gracias a la reverberación, hasta la invención de los parlantes (altavoces) de la marca Bose en «Quiero hablar con Bose». «Un mundo superconducido» [pp. 174-180] explica muy bien la teoría BCS de la superconductividad, descubierta gracias a «Un pobre cuarentón». Se comprendió la conducción «Sin resistencia» gracias a «Teorías conducentes» y «Un asunto de magnetismo».
«El elemento fundamental que la mecánica cuántica otorga al modelo BCS es el llamado «gap de energía». Los electrones se organizan de modo que no pueden intercambiar una cantidad arbitrariamente pequeña de energía con la red de núcleos. En un comportamiento típico de la teoría cuántica, el intercambio, cual apuesta en un casino, tiene un monto mínimo: el gap. Tal como no podremos intercambiar dinero con el casino si llevamos menos dinero que la apuesta mínima, electrones y núcleos no podrán intercambiar energía a menos que sean suficientemente energéticos».
«Google» [pp. 181-186], sobre el algoritmo PageRank, «Las matemáticas de la democracia» [pp. 187-192], sobre el teorema de Arrow, «Darwin radiactivo» [pp. 193-195] y «La ciencia del pitazo» [pp. 196-198], muy futbolera, nos llevan a «Einstein y el GPS» [pp. 199-202] y a «Marconi, una estrella de la radio» [pp. 203-205]. Otro punto que quiero destacar es que el libro hace continuas referencias a la cultura popular, desde canciones a películas, pasando por literatos y políticos.
Curioso «La física del divorcio» [pp. 206-211] donde el autor habla de uno de sus artículos que conecta la física de los vidrios de espín con la matemática de un problema social. «Micro revolución» [pp. 212-217] nos lleva a la última pieza «Estrellas de cine» [pp. 218-222] sobre la película Interstellar (2014) y Kip Thorne. «No conozco nave espacial más poderosa que el cerebro humano» y yo tampoco. Otra gran verdad es que «la ciencia ficción no tiene que explicarse. No es ciencia. Es una fantasía basada en ciertas realidades científicas». Aún así a los divulgadores nos encanta explicarla. ¡Somos como niños!
Finaliza el libro con unos agradecimientos [p. 223] y un índice onomástico [pp. 225-228]. Sin lugar un libro para leer y disfrutar. Me encanta el estilo de Andrés Gomberoff. Se nota que ha leído mucha literatura y se prosa es ágil, disfrutona, a veces pícara, y siempre muy aguda. Un libro muy recomendable, sin lugar a dudas.
Una pregunta totalmente off-topic, pero que si no la hago reviento. Por qué pones algunas palabras de la cita del primer párrafo entre corchetes[]?
Por cierto, gran blog!
Saludos
Robob, los corchetes se usan para dos cosas: (1) para indicar qué palabras se han añadido o cambiado en un texto citado literalmente (p.ej. «Placer y pasión por la ciencia» lo he cambiado por «El placer y la pasión por la ciencia»); y (2) cuando se unen varias frases citadas de un texto original que no aparecen seguidas con objeto de construir un nuevo párrafo, los saltos se deben indicar los cortes usando corchetes (p.ej. la frase «El gran desafío … idea científica» aparece en pág 13 mientras que mi siguiente frase «En literatura …» aparece en la página 12).