«Debemos conocer para poder curar. [Si] queremos vivir más y, sobre todo, si queremos vivir mejor, el objetivo final es lograr comprender la lógica molecular de las enfermedades. [La] felicidad no es otra cosa que la ausencia de enfermedad, de miedo o de dolor. [Las] cinco claves de la felicidad son imperfección, reparación, observación, introspección y emoción. [Aceptar] la imperfección es entender la vida, asumir nuestro humilde pasado microbiano y reconocer nuestras actuales limitaciones, incluyendo la presencia de la enfermedad y la muerte. [Somos] seres vulnerables y lo vamos a seguir siendo, los humanos no somos inmortales y nunca lo seremos. [La] felicidad no es una ciencia sólida y perfecta, sino más bien un arte líquido e imperfecto en cuya construcción hay que trabajar duramente cada día».
Una imperfecta fórmula genómica de la felicidad es la propuesta del nuevo libro de Carlos López-Otín, «La vida en cuatro letras. Claves para entender la diversidad, la enfermedad y la felicidad», Paidós (2019) [237 pp.]. Un paseo por la biomedicina a los ojos de un bioquímico de reconocido prestigio internacional, que nos presenta una filosofía de vida en la línea del ascetismo racional, pero con afinidad hacia la contemplación budista. Divulgación científica decorada con erudición humanista al hilo de una pluma cultivada en las letras. Un libro que he disfrutado, aunque mi lectura no ha estado libre de sesgos.
Carlos López-Otín es catedrático de Bioquímica en la Universidad de Oviedo, donde investiga sobre el cáncer y el envejecimiento. Su grupo de investigación ha secuenciado el genoma de cientos de pacientes con cáncer u otras enfermedades. Su incursión en la divulgación es muy personal y resulta refrescante, aunque quienes sepan mucho de biología molecular y genética aprenderán pocas cosas nuevas. A pesar de ello, muchos legos disfrutarán de las continuas referencias a obra literarias y artísticas, que serán todo un placer para los apasionados de las humanidades y de las letras. Sin lugar a dudas un libro muy recomendable.
El libro está compuesto de catorce capítulos tras el índice, «Sumario» [pp. 9-10], y el «Prólogo» [p. 11-20]. Tras una breve autobiografía, nos confiesa López-Otín que «un día de las postrimetrías del verano de 2017, [lo] que parecían ser unas pequeñas disputas profesionales acabaron por causarme una tristeza tan grande que el mundo empezó a temblar bajo mis pies. [La] bola creció tanto que sentí muy cerca el aliento del acoso laboral y, al final, la vida cotidiana se convirtió en una pesadilla difícil de soportar. [En] plena vorágine de tristeza y decepción, me comunicaron que se había producido una sorprendente infección en el bioterio en el que manteníamos a los ratones que habíamos creado durante más de veinte años de actividad para generar modelos animales de enfermedades humanas. [Frente] a la infección, solo quedaba una solución: el sacrificio inmediato de todos esos animales. [Todas] nuestras historias «de ratones y hombres» quedaron destruidas».
«Ahora mismo, mientras escribo este texto todavía en pleno eclipse del alma, [no] me queda más remedio que asumir que la felicidad es un concepto de extraordinaria volatibilidad. Crees que tienes controlada tu vida, y de pronto entiendes que lo que parece imposible al final es posible y sucede: ahora eres feliz, ahora ya no lo eres; y lo que todavía es más concluyente: ahora estás vivo, ahora ya no lo estás. [Me] doy cuenta de que cualquiera puede ser «el hombre más feliz del mundo», incluso yo mismo creía que lo era, pero de pronto sin enterarte, en un abrir y cerrar de ojos, pasas a ser «el hombre más triste del mundo»». Esta revelación es el germen de este libro sobre la búsqueda de la felicidad gracias a la bioquímica y la biología molecular.
El capítulo 1, «Sapiens y sentiens: los campeones de la felicidad» [pp. 21-27], se inicia con «cierro los ojos y, mientras llego al infinito, me distraigo escuchando Spiegel im Spiegel, [de] Arvo Part» [Youtube]. Lo que me sirve para destacar que todo el libro está decorado con sugerencias musicales, que el autor se supone que está oyendo mientras escribe el propio libro (y yo mismo mientras lo reseño). Tras desvelar la diferencia entre su esencia como Homo sapiens sapiens «educado en los misterios biológicos» nos habla de su conversión en un Homo sientens sientens, que «siente que siente y se da cuenta de que está vivo» [web de Federico Fros Campelo].
López-Otín nos describe a las personas más felices que conoce, como Sammy Basso, cuyo ejemplo «demuestra que, incluso en condiciones tan adversas como las de una enfermedad incurable y devastadora, la vida encuentra argumentos para sostenerse y para abrir nuevas ventanas a la felicidad total». El libro también está impregnado de filosofía oriental, próxima al budismo. La búsqueda del «equilibrio perfecto entre el modo sapiens y el modo sentiens. [La] vida en cuatro letras es un ensayo sobre las claves de la diversidad, la enfermedad y la felicidad».
«Las letras de la vida» [pp. 29-37], el segundo capítulo, remarca que «el paso del tiempo ha acabado por extender la idea de que la ciencia en cualquiera de sus manifestaciones, pues no distingo entre las distintas formas del conocimiento, es un instrumento excepcional para aprehender la verdadera belleza del mundo» [Youtube]. Tras recordar el trabajo de Watson y Crick, pasamos al capítulo 3, «Del sueño de una bacteria a la mente humana» [pp. 39-46]. «Todos los días de nuestra vida sacrificamos millones de células por el bien común de nuestro organismo. [Con] este fin, ponemos en funcionamiento los diversos lenguajes de la muerte celular, especialmente el que llamamos «apoptosis». [La] invención de la muerte celular tuvo un extraordinario éxito evolutivo. [En] suma, surgieron muchas maneras de morir para que pudieran existir muchas maneras de vivir».
En el capítulo 4, «Las imperfecciones de la vida» [pp. 47-55], López-Otín nos habla de su propia investigación. «Nuestro primer objetivo fue la investigación molecular del cáncer, la cual nos ha conducido al descubrimiento de muchos genes nuevos cuyas alteraciones convierten a las células en entidades egoístas, inmortales y viajeras, capaces de destruir la complejidad y armonía de nuestro organismo. [Sin] necesidad de viajar más allá de Orión, he visto cosas que no creeríais, pues la naturaleza pone incansablemente a prueba la resiliencia humana. [En] algunos casos —demasiado pocos todavía— hemos encontrado las causas del problema y hasta hemos podido aportar soluciones concretas para su tratamiento».
«Los lenguajes de la vida» [pp. 57-71], el quinto capítulo, nos describe el dogma de la biomedicina: «la gran mayoría de las enfermedades surgen por disfunciones moleculares y celulares, de manera que si entendemos la lógica científica que subyace a estos defectos podremos encontrar los puntos más débiles de cada patología. [Entre] dos humanos escogidos al azar puede haber más de tres millones de diferencias en sus respectivos genomas. [El] talento musical también está parcialmente anticipado en el varioma. [Una] cosa es que las capacidades personales estén escritas en el genoma, y otras muy diferente que hoy sepamos entender dónde y cómo están escritas». Finaliza el capítulo hablando del epigenoma y del microbioma. «Nuestra vida es una historia ómica casi interminable».
El breve capítulo 6, «Armonía o entropía: orden en el laberinto» [pp. 73-78], parte de Darwin para concluir que «debemos asumir la existencia de la enfermedad como algo natural y debatir cómo podemos afrontarla para evitar que nos robe la felicidad» [Youtube]. Así llegamos a «La lógica molecular de la enfermedad» [pp. 79-97], sobre las enfermedades hereditarias, que se inicia con Carlos II el Hechizado, las enfermedades raras, «que afectan a pocos o muy pocos pacientes», las enfermedades de novo, cuya «incidencia parece estar aumentando porque se estudian más y mejor». El autor nos confiesa que «no cree en la falsa promesa de la invulnerabilidad humana. [Las] enfermedades de novo, aunque técnicamente sería factible anticiparlas, en términos prácticos hoy por hoy es casi imposible hacerlo. [Surgen] sin avisar, formando parte de la lógica molecular de la vida, que no es otra que la generación de diversidad y de variabilidad. [Estas] enfermedades van a ser fieles compañeras de la vida humana».
«El mensaje más optimista del viaje al futuro de la felicidad surge una vez más de la investigación básica sobre las claves de la vida y de las enfermedades». Así llegamos al capítulo 8, «Nuevos elixires de felicidad» [pp. 99-114], que nos habla del genoma del cáncer, «cuyo estudio conducirá al diseño de medicamentos más selectivos y más eficaces que los disponibles en la actualidad, y a la instauración de tratamientos individualizados para cada paciente». Tras presentar el trabajo de Shin’ya Yamanaka, Premio Nobel 2012, sobre células iPS, «cuyo objetivo no es retrasar el paso del tiempo, sino luchar contra las enfermedades asociadas al propio paso del tiempo», se presentan las técnicas de edición genética CRISPR/Cas9, incluyendo el propio trabajo del autor en la progeria (la enfermedad de Sammy Basso).
El capítulo 9, «Los genes de la felicidad» [pp. 115-137], se inicia hablando de la heredabilidad de la felicidad [Youtube]. «Con calma, disciplina, curiosidad y una paciencia infinita he revisado todos los estudios científicos que se han publicado en torno a las variantes génicas que influyen en la felicidad o en el bienestar emocional. [Gracias] al empleo de una técnica rápida y muy eficaz llamada GWAS». Se discute con cierto detalle el papel de genes como SLC6A4, 5-HTTLPR, FAAH, VMAT2, entre otros. «A menudo he pensado que la felicidad no es otra cosa que la ausencia de enfermedad, de miedo o de dolor». Lo que lleva a los genes asociados al miedo, como ECM1 y STMN1, y al dolor, como ZFHX2, SCN9A, PRDM12 y NTRK1.
López-Otín nos presenta en la página 136 su «particular e imperfecta fórmula genómica de la felicidad» (que omito aquí para no destripar el capítulo). Pero no basta la genética, también necesitamos «Los otros lenguajes de la felicidad» [pp. 139-149]. «La felicidad de la mayoría de los seres humanos depende en buena medida de la felicidad de aquellos con quienes se conectan, ya sean sus familiares, sus amigos o los miembros de la comunidad en la que viven». Así se introducen algunos neurotransmisores (como GABA) y hormonas (como la oxitocina).
Ojalá la felicidad fuera determinista. Pues como nos cuenta el capítulo 11, «El azar y la felicidad» [pp. 151-158], el azar y el caos son inevitables. Nos relata su viaje a Italia para apoyar moralmente a Sammy Basso al hilo de la máxima de Oscar Wilde: «nada envejece tan rápido como la felicidad». Una excursión que los lleva hacia la futurología singularista en «Homo sapiens sentiens 2.0» [pp. 159-177], aunque no comparte las ideas de visionarios como Ray Kurzweil. «La simbiosis hombre-máquina ya ha tenido lugar, al menos en una primera fase, y que se ha instalado cómodamente entre nosotros. La rápida dependencia que los humanos actuales han adquirido respecto de los teléfonos móviles y de otros artilugios informáticos es una prueba simple e inocente del nuevo estado que hoy nos domina y que podríamos definir como una simbiosis cordial de baja intensidad, pero de alta adicción».
Nos espera un futuro de película de ciencia ficción, con «híbridos hombre-máquina, y con el tiempo nuevas tribus de cyborgs, geborgs y silorgs ocuparán nuestras ciudades. [Y] aparecerá sobre la Tierra una nueva especie, una especie que será el producto de la fusión del Homo sapiens y el Homo sentiens y de su posterior transformación —por obra de la inteligencia artificial— en una entidad distinta, con capacidades y objetivos diferentes que alguien tendrá que empezara a definir. Será el Homo sapiens sentiens 2.0. [Así,] todo apunta a que el hombre más feliz del mundo será pronto un robot». Ante la pregunta «y Dios, ¿dónde queda?», el autor contesta que «y el ser humano, ¿dónde queda? Y su felicidad, ¿dónde se almacena?, ¿cómo se gestiona?».
El capítulo 13, «Las claves de la felicidad» [pp. 179-201], empieza con «siempre pensé que los avances científicos y tecnológicos solo tienen verdadero sentido si se interpretan bajo un prisma humanista que permita asegurar que el objetivo final no sea otro que el de mejorar la vida humana». Y pasa a describir «las cinco claves de la felicidad: imperfección, reparación, observación, introspección y emoción. La primera englobaría el conjunto de factores primarios que afectan a la felicidad; la reparación, la observación y la introspección formarían parte de nuestra respuesta a estos factores y, por último, la emoción constituiría la clave integradora final. «. Porque , reparación, observación, introspección y emoción. La primera englobaría el conjunto de factores primarios que afectan a la felicidad «.
Así llegamos al breve último capítulo, «El arte de la felicidad» [pp. 203-205]. «La ciencia nos aproxima a la verdad, pero no tiene los secretos del arte de la felicidad. [Por] eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible». El libro finaliza con unas recomendaciones musicales en «Playlist» [pp. 207-208], las páginas de referencias y «Notas» [pp. 209-227], la «Bibliografía» [pp. 229-231], un breve «Glosario» [pp. 233-236] y los «Agradecimientos» [p. 237].
En resumen, un libro muy personal que combina la divulgación científica con una autobiografía centrada en las contribuciones del autor. No pierde ocasión para recordarnos que su prestigio internacional está bien fundamentado. Pero, además, no para de ofrecer consejos que pretenden conducir hacia a la felicidad desde una posición cientificista. En este sentido, podría parecer cercano a un libro de autoayuda, aunque lo es más para el autor que para el lector. Lo relevante es que es un libro que se lee muy bien y será disfrutado por todos los buenos aficionados a la biomedicina. Obviando todos los sesgos, se trata de un gran aporte a la divulgación científica en español para público general. Si te atreves, ¡qué lo disfrutes!