Reseña: «Eso no estaba en mi libro de Historia de la Química» por Alejandro Navarro

Por Francisco R. Villatoro, el 27 mayo, 2019. Categoría(s): Ciencia • Libros • Química • Recomendación • Science

«Uno de los mayores defectos de la enseñanza reglada de la química es que rara vez se introducen en ella los relatos y las anécdotas que han jalonado su milenaria historia, y que ayudan a comprender perfectamente su inconmensurable impacto sobre todos los aspectos de nuestra sociedad. Por fortuna, los libros de divulgación están para eso, es decir, para ofrecer a los lectores que no estén interesados en los detalles técnicos una visión global, amena y a menudo divertida, de una ciencia prodigiosa que se encuentra detrás de todas las actividades de nuestra existencia».

El nuevo libro de la serie «eso no estaba en mi libro de…» de la editorial Guadalmazán gustará a todos los amantes de las buenas historias que sirven de excusa para aprender un poco de ciencia, química en este caso. Alejandro Navarro, «Eso no estaba en mi libro de Historia de la Química», Guadalmazán (2019) [234 pp.], es un libro repleto de curiosidades al hilo de la historia. Aún así, su autor no desaprovecha la oportunidad para criticar la quimiofobia y la mala imagen que para algunos tiene lo «químico». El libro se lee muy fácil y se disfruta desde la primera página.

Por cierto, Alejandro Navarro Yáñez, @Alexny_85, es bioquímico que ha sido directivo en compañías multinacionales del sector del petróleo y las energías renovables. Este es su quinto libro con la editorial Gudalmazán, tras «El científico que derrotó a Hitler y otros ensayos sobre la historia de la Ciencia» (2013), «El secreto de Prometeo y otras historias sobre la Tabla Periódica de los Elementos» (2015), «Los vikingos de Marte y otras historias científicas sobre la búsqueda de vida extraterrestre» (2016), y «La ciencia de la inmortalidad. De los elixires a los telómeros» (2018).

El libro está dividido en dos partes, cada una de tres capítulos, tras la «Introducción. ¡Eso no estaba en mi libro de Historia de la Química!» [pp. 13-24]. La historia de «el boy scout radiactivo» nos lleva a «la inquietud que a menudo a mostrado la opinión pública hacia la física o la química, ciencias consideradas tan duras de aprender como potencialmente peligrosas en sus aplicaciones». Y de ahí a «la llamada Estela del Hambre, un antiguo texto jeroglífico» como posible origen de la química. Muchos químicos «eran tipos muy peculiares que además de costumbres excéntricas eran incluso capaces de desarrollar la química en sueños. Ello lleva a algunos a pensar que los químicos son gente muy rara y la química una ciencia muy complicada. Sin embargo, la verdad des muy distinta, y la mayoría de los químicos son personas alegres y equilibradas, como en cualquier otra profesión».

La primera parte, «La química del mal», tras una breve presentación [pp. 27-29], se inicia con el capítulo 2, «La química beligerante» [pp. 31-64]. Los «pioneros de la guerra química», como Fritz Haber, nos adentran en «monjes, explosiones y los orígenes químicos del estado de Israel» y en «del western de Colorado al amanecer de la era atómica». El libro está decorado con buenas dosis de ironía, como en «tal y como demuestra la historia del molibdeno y del tungsteno, en la guerra no puedes fiarte de nadie, ni de las naciones neutrales, ni tan siquiera de tus aliados…» Finaliza el capítulo con Szilárd quien «en 1950 especuló durante un programa de radio con la posibilidad de que un arsenal de bombas atómicas recubiertas de cobalto pudiese llegar a exterminar por completo a la raza humana». Por fortuna, «hemos optado por otro tipo de «bomba de cobalto», esa que llevamos décadas utilizando para machacar el cáncer desde las unidades de radioterapia de los hospitales».

El capítulo 3, «La química que te engaña» [pp. 65-96], comienza con el «arte de pega y recetas para fabricar oro (y ratones)», con Van Meegeren, «el mejor falsificador de todo el siglo XX», como protagonista. El libro está lleno de curiosas aportaciones del autor, como que «la química sería «la ciencia de Egipto»». En «modas radiactivas, medallas viajeras y muchos sabotajes» se nos cuenta la historia de las medallas Nobel de Von Laue (1914) y Franck (1925) gracias a una idea de Von Hevesy. «La sombra de los fantasmas y la lejía milagrosa» nos pasea por la pseudociencia desde Uri Geller a la homeopatía de Hahneman.

«La química que te envenena» [pp. 97-126], el cuarto capítulo, nos habla de «sustancias ponzoñosas y desastres ambientales», «atropina, polonio y arsénico por compasión» y «el cesio carioca, el agente naranja y el «top 5» de los asesinos sin piedad». Aprovecho para indicar que el libro está decorado con gran número de personajes de la cultura general, no científica, y de la historia de la humanidad. «La mayoría de los sigilosos asesinos que han jalonado la historia de los envenenamientos son sustancias naturales, algo que contrasta fuertemente con la actual moda de que lo natural es bueno y lo artificial o procesado es malo, moda de la que por otra parte se aprovechan cumplidamente las multinacionales de alimentación y de cosmética».

La segunda parte se opone a la primera, «La química del bien», iniciándose tras una breve presentación [pp. 129-131] con el capítulo quinto, «La química que te cura» [pp. 133-164]. De «la medicina de los frany y el polvo medieval», pasando por «vacunas, vitaminas y el poder de las «balas mágicas»», llegamos a «bombas para la quimioterapia y elementos contra el transtorno mental». Aprovecho para indicar que muchas de las historias del libro son conocidas para los buenos aficionados a la divulgación científica, lo que no quita que se disfruten al leerlas de nuevo gracias a Alejandro Navarro. Por cierto, el libro está bien ilustrado con fotografías históricas en blanco y negro sobre los personajes y las historias relatadas.

El capítulo 6, «La química que te alimenta» [pp. 165-196], nos cuenta en «del salario y las consevas, al agua de vida de Ramón y Arnau», que «la tradicción occidental atribuye en ocasiones al aragonés Arnau de Vilanova y al catalán Ramón Llull el origen de la destilación del alcohol con fines de consumo, a finales del siglo XIII o en los albores del siglo XIV. [Tanto] el vino como la cerveza y otras bebidas con contenido alcohólico eran conocidos desde tiempo inmemorial, pero se trataba de bebidas fermentadas. [Como] el alcohol era muy volátil, los alquimistas medievales [lo] consideraban como una suerte de «espíritus» encerrados en la materia. Por este motivo, a las bebidas mezcladas con aqua vitae se las pasó a llamar «bebidas espirituosas». En España pronto se popularizó la voz «aguardiente» para referirse de forma genérica a cualquier bebida destilada».

«La síntesis milagrosa y el caso del DDT», sobre los fertilizantes, nos lleva a «transgénicos, ultraprocesados, y el mito de la alimentación «natural»». «¿Por qué mucha gente está a favor de los «alimentos sin químicos» y de que «lo mejor es lo más natural»? [En] el mundo desarrollado, la falta de tiempo para cocinar hace que la gente busque la comodidad de comprar alimentos ya preparados. Esto [ha] terminado por generar una industria de productos «ultraprocesados». [Como] a la industria le da igual lo que tenga que vender, con tal de que gane dinero al venderlo, en los últimos años se pone las botas a base de colocarles a los incautos infinidad de productos, tales como los etiquetados como «eco» y «bio», que la gente se compra pensando que son más sanos, cuando lo único que suelen ser es más caros. [Estos] productos son exactamente iguales a los convencionales desde el punto de vista nutricional».

El último capítulo, «La química que te lo pone fácil» [pp. 197-232], se inicia con «el metal extravagante y la amalgama que salvó a Carlos» (I de España y V de Alemania). «Las espadas imposibles, la flota de las estrellas y el vidrio del emperador» nos relata, entre otras, la historia de «unos desconocidos pioneros de la metalurgia que descubrieron un formidable tratamiento anticorrosión más de dos mil años antes que sus colegas occidentales». De «los mitos de la pila eléctrica y el plomo de Thomas Midgley» acabamos con «cohetes renacentistas y un ocultista en el programa espacial», que prueba que «las personas que se dedican a la química no son individuos encerrados en sus laboratorios, con vidas poco interesantes».

Finaliza el libro con la «Bibliografía seleccionada» [pp. 233-234], que por desgracia no es citada de forma explícita en el texto. En resumen, un nuevo libro de la serie «eso no estaba en mi libro de…» repleto de buenas historias. Quizás conozcas algunas, pero muchas otras seguro que te sorprenderán.



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