Eva Caballero me entrevistó en el programa La Mecánica del Caracol de Radio Euskadi a modo de reseña del libro de Janna Levin, «El blues de los agujeros negros. Y otras melodías del espacio exterior», Capitán Swing (2021) [229 p.], traducido por Marcos Pérez Sánchez. Puedes disfrutar del audio a partir del minuto 36:00 en el episodio «Funciones de la piel, fototerapia y cáncer y blues de los agujeros negros», 13 abr 2021 [iVoox, eitb.eus]. La razón es que ya reseñé dicho libro (en su versión en inglés) en este blog, «Reseña: «Black Hole Blues» de Janna Levin», LCMF, 02 sep 2017. Lo novedoso es la traducción al español; en general es aceptable, aunque me desagrada el uso del loísmo, el cambio de género de algunos términos científicos y algunos giros lingüísticos que, en mi opinión, se alejan de la intención original de la autora; la prosa de Levin está muy trabajada a la hora de decorar ciertas metáforas, algo que echo de menos en la traducción. A pesar de ello, la lectura es fluida y el libro no pierde un ápice de su pasión.
Como dice la autora (traducida) en el capítulo 01, «este libro es tanto una crónica de las ondas gravitacionales —un registro sónico de la historia del universo, una banda sonora para acompañar la película muda— como un homenaje a un esfuerzo experimental quijotesco, épico y conmovedor; un homenaje a una ambición disparatada. (…) Una astronauta que estuviese flotando en las proximidades no vería nada. Pero el espacio que vibraría y al hacerlo la deformaría, encogiéndola y estirándola. Si estuviese lo suficientemente cerca, su sistema auditivo podría vibrar también. Oiría la onda. En el oscuro vacío, oiría sonar al espacio-tiempo. (A menos que muriese por causa del agujero negro). Las ondas gravitacionales son como sonidos sin un medio material. Cuando los agujeros negros colisiona, hacen ruido».
Levin nos describe la historia de la astronomía de las ondas gravitacionales (hasta septiembre de 2015, porque el libro se publicó en marzo de 2016) al hilo de la vida y obra de sus principales artífices (incluidos los tres galardonados con el Premio Nobel de Física de 2017). Ella les entrevista en persona (si estaban vivos en 2015) o recurre a entrevistas previas en audio y a la opinión de personas que les conocieron. Algunos capítulos son apasionantes, otros no tanto, pero en general estamos ante un libro que merece ser disfrutado. Un excelente ejemplo de que la ciencia es una labor humana, con todo lo bueno y todo lo malo que eso implica. Lo que más echo de menos en este libro es que relegue la ciencia a un segundo plano, siendo ella cosmóloga teórica, como si la aventura científica fuera más relevante que su objetivo. Sin embargo, soy consciente de que para un público general son más atractivas las historias humanas que el conocimiento científico.
Janna Levin es profesora de Física y Astronomía en el Barnard College (una universidad publica femenina en Nueva York que depende de la Universidad de Columbia). Ha publicado cuatro libros de divulgación (el reseñado es el tercero), todos de gran éxito de ventas. En este libro su estilo es periodístico, no solo porque esté basado en entrevistas, sino también porque ella misma aparece como personaje y sus experiencias durante las visitas a los entrevistados vehiculan el libro. Me agrada mucho que se haya traducido este libro al español, aunque mi deseo es que se traduzcan los libros del historiador oficial de LIGO, Harry M. Collins, en concreto «Gravity’s Shadow. The Search for Gravitational Waves,» (2004), «Gravity’s Ghost and Big Dog: Scientific Discovery in the Twenty-First Century,» (2013), y «Gravity’s Kiss: The Detection of Gravitational Waves,» (2017). Mientras tanto, te recomiendo la lectura del libro de Levin, que sin duda será todo un éxito en la divulgación en español. ¡No te lo pierdas!
El libro consta de 16 capítulos, un epílogo, unos agradecimientos, el listado de nombres de los investigadores miembros de las Colaboraciones LIGO y Virgo, y una serie de notas con las fuentes bibliográficas. El capítulo 01, «Cuando los agujeros colisionan» [pp. 09-11], es la introducción al libro. El capítulo 02, «Alta fidelidad» [pp. 13-29], nos cuenta la vida y obra de Rainer Weiss hasta que conoció a Kip Thorne en 1975, protagonista del capítulo 03, «Recursos naturales» [pp. 31-46].
Rai nos cuenta que «el ejército era, sin duda alguna, la manera más maravillosa de conseguir dinero. (…) Lo único que se proponían era formar buenos científicos; no les importaba un pimiento en qué fuesen a trabajar. (…) Rai creía que uno de los principales atractivos para volverse al MIT como profesor era la libertad que suponía la financiación por parte del Ejército. «No tenías ni que redactar una propuesta, simplemente ibas a ver al jefe del laboratorio y le pedías el dinero»».
«Si grabamos los sonidos del espacio, quizá detectemos los trinos de toda clases de fenómenos oscuros e imprevistos, lo cual nos lleva a los motivos que propiciaron el primer encuentro entre Kip y Rai». Y acabaron conociendo a Ron Drever (quien, si no hubiera fallecido en marzo de 2017, habría compartido el Premio Nobel de Física de 2017 con Rai y Kip); Levin nos cuenta su historia en el capítulo 04, «Choque cultural» [pp. 47-59]. «En 1978, cuando Kip contactó con Ron para ofrecerle un puesto en Caltech, este ya había diseñado su propio ifo en Escocia a base de ambición y austeridad a partes iguales. (…) Sin duda alguna, esta capacidad de intuir sin necesidad de recurrir a la lógica ordinaria dotaba a su reputación de genio de un aura mágica. (…) Cada día Ron soltaba sobre su equipo una avalancha de ideas. Las ideas abundaban, pero las decisiones escaseaban».
«Ron tenía Caltech, tenía a Kip y tenía el ifo más grande del mundo, y todo junto suponía una ventaja insuperable. (…) No había nadie en el mundo capaz de generar nuevas ideas al ritmo que él lo hacía; de eso ya estaba bastante seguro». El capítulo 05, «Joe Weber» [pp. 61-71], el polémico abuelo de las astronomía de ondas gravitacionales. «Joe había estado a punto de alcanzar la cima muchas veces, casi el primero: casi el primero en ver el Big Bang, casi el primero en patentar el láser, casi el primero en detectar ondas gravitacionales. Famoso por quedarse a un paso de conseguirlo. (…) Weber nunca midió una onda gravitacional, sino que registró un fallo de su instrumental o incurrió en un error en el análisis o la interpretación de los datos o, en el peor de los casos, vició involuntariamente esos datos.»
Weber se hizo famoso en 1969 tras afirmar que había cazado una onda gravitacional. Pero «se convirtió en un fraude al que desenmascarar. (…) A lo largo de los siguientes vienticinco años sus detractores lo cazaron en errores flagrantes. (…) «Joe estaba extrayendo señales falsas del ruido de sus propios datos que coincidían con los pulsos completamente falsos que Tyson había introducido intencionalmente en sus datos con el único objetivo de calibrar su aparato. (…) Tyson dice de Joe «Era un gran ingeniero eléctrico, pero un pésimo estadístico»».
El capítulo 06, «Prototipos» [pp. 73-82], nos lleva hasta el 07, «La troika» [pp. 83-94], que nos recuerda que «la verificabilidad es el sustrato sobre el que se sustenta cualquier empresa científica». Nos cuenta la historia de «las cuatrocientas diecinueve páginas del Libro azul que en octubre de 1983 se presentó a la NSF», así como de «un nombre: LIGO. Rai asume la responsabilidad del nombre, tanto para bien como para mal. Kip quería llamarlo detector de rayos. (…) Observatorio de Ondas Gravitacionales por Interferometría Láser. Más adelante, la O de LIGO les costó «un gran disgusto» y estuvo a punto de dar al traste con el proyecto».
La astrónoma Jocelyn Bell Burnell es la protagonista del capítulo 08, «La ascensión» [pp. 95-104], al hilo de los púlsares, «estrellas de neutrones muy magnetizadas que giran sobre sí mismas a gran velocidad». Y llegamos al capítulo 09, «Weber y Trimble» [pp. 105-114], que finaliza con una frase de la esposa de Weber: «Su objetivo era llevar las ecuaciones de Einstein al laboratorio. Creyó haberlo logrado y yo pienso que es justo afirmar que así fue».
El laboratorio de LIGO en Hanford (LHO), Washington, es el protagonista del capítulo 10, «El LHO» [pp. 115-128]. Levin cuenta su reciente visita: «Llego a tiempo de asistir a la reunión diaria de las ocho y media de la mañana en la sala de control. (…) Rai hace lo que está en su mano para impulsar el proyecto, a pesar de que está oficialmente jubilado y tiene más de ochenta años». Pero Levin retorna al pasado para presentar a Rochus E. Vogt, director de LIGO entre 1987 y 1994, en el capítulo 11, «Skunkworks» [pp. 129-145], cuyo papel fue clave para lograr la financiación de la NSF. «Rai me cuenta que la palabra «observatorio» en el nombre de LIGO generó alarma por razones filosóficas, económicas y sociológicas».
En este libro no podía faltar Hawking, que aparece en el capítulo 12, «Apuestas» [pp. 147-157], al hilo de sus apuestas con Kip. «Los binarios compactos generan ondulaciones en el espacio-tiempo al describir su órbita a expensas de la energía orbital, de manera que trazan espirales cada vez más cerradas. (…) «¿Por qué se financió LIGO a pesar de su coste exorbitante y el tremendo riesgo que suponía? Porque tuvo en Kip a un paladín de lo más seductor y convincente. (…) LIGO todavía tiene muchos detractores y tendrá que justificar su existencia ante toda la comunidad astrofísica». Esta frase nos recuerda que el libro (salvo el último capítulo) se escribió antes de septiembre de 2015.
El capítulo 13, «Rashōmon» [pp. 159-], nos cuenta que «Ron Drever y Robbie Vogt no encontraban la manera de entenderse. (…) La administración de Caltech, no Robbie en particular, fue la que acabó despidiendo a Ron. (…) Rai afirma: Todo este episodio fue la cara oscura de LIGO. Lo de Ron Drever es una tragedia. Ni Robbie ni Ron se recuperaron nunca. Nadie quiere revivir todo aquello. Por desgracia, ahora es de conocimiento público; pero no tiene por qué aparecer en tu libro». Ni tendría por qué aparecer en esta reseña.
El laboratorio de LIGO en Livingston (LLO), Luisiana, es el protagonista del capítulo 11, «El LLO» [pp. 171-186], de la mano de Rana Adhikari. Aparece «la portavoz de LIGO, Gabriela González, (que) dice: «Sí, la máquina funciona mucho mejor cuando Rana está por aquí»». Pero el gran protagonista del capítulo de Barry Barish (quien recibió el Premio Nobel de Física de 2017 en lugar de Drever). «La construcción de los dos observatorios comenzó a mediados de los noventa bajo el liderazgo del segundo director de LIGO. (…) Barish reunció a su puesto en 2005 para pasar a dirigir el Colisionador Lineal Internacional».
Levin es científica y gracias a ello convive con los científicos a los que entrevista en pie de igualdad. Nos lo cuenta estupendamente en el capítulo 15, «La Cuevita de la calle Figueroa» [pp. 187-196]. «Mezclamos temas, nos burlamos unos de otros, bromeamos, coqueteamos y colamos jerga técnica». Y llegamos al que iba a ser el último capítulo, el 16, «La carrera ya ha empezado» [pp. 197-204]. Kip «se reconoce afortunado por su nueva carrera en la industria cinematográfica, en la que ejerce como asesor científico para películas que resultan grandes éxitos de taquilla (Interstellar), produce películas y asiste a estrenos con su amigo Hawking (…) Ron Drever sigue vivo, pero está muy enfermo. (…) Rai declara: «Este sistema tiene que lograr alguna clase de detección o habremos tomado el pelo al país»».
Y llegamos al «Epílogo» [pp. 205-212], sobre la onda gravitacional GW150914. Sin detalles técnicos sobre esta señal, Levin relata cómo se enteró y cómo fue vivida por los protagonistas del libro. «La onda gravitacional llega desde el cielo sureño y pasa por Luisiana, haciendo vibrar antes el LLO, para a continuación proseguir su camino a la velocidad de la luz y casi siguiendo el plano del continente hasta alcanzare el LHO diez milisegundos más tarde. (…) Se emitirán comunicados de prensa. Se publicarán artículos científicos. Proliferarán los artículos de prensa. (…) Con el tiempo, todo testimonio de este descubrimiento, junto con lo que aún quede de nuestro sistema solar, caerán en agujeros negros, como el resto del cosmos entero. El espacio en expansión acabará quedándose en silencio y, hacia el fin de los tiempos, todos los agujeros negros se evaporarán en el olvido».
Los «Agradecimientos» [pp. 213-215] y el listado de miembros de la «Colaboración Científica LIGO y Colaboración Virgo» [pp. 217-222] finalizan con las «Notas sobre las fuentes» [pp. 223-229]; ordenadas por capítulos, la mayoría son entrevistas a los propios investigadores. He disfrutado mucho volviendo a leer este libro, ahora en español; me ha recordado que era una de las fuentes de un libro que estaba escribiendo sobre «gravitondas» que no sé si algún día retomaré. Lo dicho, te recomiendo de forma encarecida la lectura esta melodía del espacio exterior que nos brinda Janna Levin. ¡No te arrepentirás!
Nunca entenderé por qué no solicitan a un experto en divulgación científica (como en este caso Francis, que además es técnico experto en la materia) para que le den el repaso final a las traducciones de los libros de divulgación.
Buenas, pinta interesante el libro. Lo que me ha llamado la atención es ¿por qué causó controversia que se llamara observatorio?