Sharon Weinberger, «Military research: The Pentagon’s culture wars,» Nature News Feature, 455: 583-585, october 1, 2008 , nos recuerda que desde hace varios años, los militares norteamericanos están reclutando a científicos sociales para ayudarles en el desarrollo de tácticas «militares» sociopolíticas en «tiempos de paz» (¿la guerra de Irak ha acabado?). No es algo nuevo, propio de la Administración Bush, desde los 1960s, con el Proyecto Camelot, los EEUU quieren ser los «defensores de la paz mundial», utilizando para ello la fuerza militar, claro está. ¿Cómo justificarlo? Contratando a civiles, científicos sociales, para asesorarles en cómo actuar sociopolíticamente. Así lo hicieron en Chile, en Congo o en Vietnam. ¿Qué científicos civiles contrataron? Preferentemente, antropólogos.
En la actualidad, las fuerzas de ocupación «pacíficas» en Irak, que para algunos se caracterizan por su «poco respeto, cultura y compasión,» se apoyan y asesoran con su Programa Territorio Humano (Human-Terrain System, HTS) en un grupo de antropólogos, científicos sociales civiles, que ayudan a los militares a determinar la población insurgente que deben ser tratados como «objetivos» en base a su «conocimiento de la cultura» local. El programa le cuesta al Pentágono unos 60 millones de dólares. Anecdóticamente han logrado salvar alguna que otra vida. De hecho, sólo hay 65 equipos HTS en Irak y 5 en Afganistán. Además, hay múltiples investigadores de apoyo en EEUU que estudian (investigan) la cultura local allende los mares desde su casita, lejos del peligro de los «terrorristas» (de hecho dos científicos sociales han sido asesinados, uno en Irak y otro en Afganistán).
Permitidme el sarcasmo: Como es obvio, los militares no tienen por qué ser cultos. Para eso están los civiles de apoyo y su «cultura» en cultura local.
¿Puede un científico civil asesorar a un mando militar a quién tiene que matar (quién es un enemigo potencial) y a quién no? Roberto González, antropólogo de la University of California, Berkeley, que está escribiendo un libro sobre el programa Territorio Humano, afirma que «no cree que haya lugar para un antropólogo en misiones de combate,» ni siquiera como asesor. «Eso está completamente en contra de las directrices éticas de la antropología (definidas por la AAA, Asociación Americana de Antropólogos).» De hecho, se supone que un antropólogo es un científico y debe desarrollar ciencia. El Pentágono parece que «quiere considerar la antropología como una disciplina aplicada que puede ayudar a los militares. ¿Por qué la antropología debe ser una especie de religión? ¿O una plataforma política? Se supone que es una ciencia,» afirma la doctora Montgomery McFate, antropóloga de la Yale University, autora de un reciente artículo sobre el tema.
Matt Tompkins, jefe de un equipo HTS en Bagdad, ni siquiera tenía el doctorado y recuerda que los miembros de su equipo no tenían experiencia de campo y su traductor a inglés era un marroquí que sólo balbuceaba el inglés. De hecho, en su opinión «los mandos militares no estaban particularmente interesados en nuestra labor.» Sin embargo, el coronel Martin Schweitzer, oficial en Afganistán, testificó ante el Congreso de EEUU que el programa Territorio Humano había ayudado a reducir el número de operaciones militares en la región entre un 60-70%. Algunos han criticado estos números, meras «estimaciones por la cuenta de la vieja» que no están apoyadas por los correspondientes informes técnicos.
El artículo de la freelance Sharon Weinberger es muy interesante. A mí me parece que Bush y el Pentágono lo que quieren es «lavarle la cara» a sus graves errores en la guerra de Irak y que mejor manera de hacerlo que recurriendo a la «religión de la ciencia».
La entrada del «niño yuntero» sobre HTS contiene una entrevista también interesante.