Reseña: «Los males de la ciencia» de Juan Ignacio Pérez y Joaquín Sevilla

Por Francisco R. Villatoro, el 10 abril, 2022. Categoría(s): Ciencia • Libros • Recomendación • Science ✎ 5

«Los males de la ciencia caben ser considerados como formas de corrupción, porque se sacrifica el bien primario en aras del secundario. El bien primario es la creación de conocimiento fiable, certificado, porque de ese conocimiento depende, en gran medida, el bienestar de la humanidad. El secundario es el beneficio que obtenemos de la práctica científica quienes nos dedicamos profesionalmente a ella o las instituciones que sostienen nuestra actividad. Da igual que ese beneficio sea la gloria, el prestigio, el estatus, [o] el que sea. Si, en aras de cualquiera de esos bienes secundarios, se sacrifica la obtención de conocimiento genuino, fiable, válido, que es el bien primario, lo que tenemos son prácticas corruptas y, en tanto que tales, afectan a la justificación y legitimación de la propia ciencia. En la comunidad científica hay reticencias a abordar de forma abierta estas cuestiones, porque se teme que puedan conducir al debilitamiento de la ciencia como empresa colectiva, a que la sociedad deje de confiar en sus profesionales. Creemos, sin embargo, que lo que puede ocurrir es, precisamente, lo contrario. Lo contraproducente es la opacidad».

Me ha gustado mucho el libro de Juan Ignacio (Iñako) Pérez y Joaquín Sevilla, «Los males de la ciencia», Next Door Publishers, 2022 [284 pp.]. Nos presenta una excelente revisión del estado actual de la investigación científica, con énfasis en sus valores (virtudes) y en sus males (defectos). Una excelente evaluación de la situación actual de la ciencia, completa y certera, aunque al mismo tiempo fresca y fácil de leer. Te recomiendo este libro que va más allá de las malas prácticas anecdóticas que decoran otros libros similares y trata de profundizar en sus causas y en sus remedios. Sin lugar a dudas los buenos aficionados a la divulgación científica disfrutarán mucho de este libro.

Los autores, Juan Ignacio Pérez, Director de la Cátedra de Cultura Científica (UPV/EHU) y Joaquín Sevilla, Director de Cultura y Divulgación (UPNA), son científicos en activo con una amplia actividad divulgativa; para ellos la ciencia no es solo su profesión, también es una de sus grandes aficiones. Por cierto, el origen del libro es la serie «Los males de la ciencia» publicada en 20 piezas en el blog de Jakiunde (Academia de las Ciencias, Artes y Letras / Zientzia, Arte eta Letren Akademia), que ya te recomendé en este blog [LCMF, 24 sep 2019]; ampliadas y revisadas en forma de libro se disfrutan mucho más y de forma más cómoda. He de confesar que mi opinión está sesgada, pues los autores me enviaron una copia preliminar del libro para que les aportara algunos comentarios sobre ella (que fueron pocos); de hecho, varias piezas de este blog son citadas en el libro. Tanto si no has leído otros libros sobre sociología de la ciencia, fraude científico y mala ciencia, como si lo has hecho, disfrutarás mucho de este nuevo libro editado por Next Door Publishers (lo único que no me gusta es la portada, donde los nombres de los autores son casi imperceptibles). Descubrirás muchas cosas que no sabías y comprenderás mucho mejor la aventura de la ciencia. ¡Qué disfrutes del libro!

Tras el «Pre-texto» [pp. 13-20] encontramos diez capítulos. El «pre-texto» de Joaquín es la fusión fría y el de Iñako es una anécdota con el editor de una revista. «Como gusta decir al físico Pedro Miguel Etxenike, la ciencia es hermosa estéticamente, importante culturalmente y decisiva económicamente. Es una de las más grandes creaciones de la humanidad. [Pero,] la ciencia tiene poderosos adversarios. Son quienes tienen algo que ganar de la ignorancia, de la minusvalorización o negación de los hechos, de las creencias irracionales». Nos confiesan los autores que «somos un físico y un biólogo, [y] en lo que se refiere a los asuntos de los que nos ocupamos [en este libro], no somos más que meros aficionados. [Es] así como debe leerse este libro, como la obra bienintencionada de dos amigos, científicos de profesión, a quienes no acaba de gustar parte de lo que ven en el mundo profesional al que pertenecen».

En el capítulo 1, «En qué consiste la ciencia» [pp. 21-50], tras definirla, se destacan tres rasgos de la ciencia. «Uno es su carácter contingente: no es posible anticipar qué conocimiento se producirá y, si fuese posible, no se podría saber cuándo se producirá. Esto puede parecer obvio, pero no lo es. [El] segundo elemento es su naturaleza provisional: en ciencia, los modelos —hipótesis o teorías— con los que representamos los fenómenos que observamos pueden ser —y, de hecho, son— sustituidos por modelos mejores conforme contamos con más y mejores observaciones. [Luego] nadie tiene la última palabra. [Y] en tercer lugar, el conocimiento que consideramos bien establecido es el resultado del consenso alcanzado en la comunidad de especialistas en el campo que corresponda. [Pues] la ciencia es una construcción social».

También se describe «los principales elementos de ese sistema institucional en el que se desarrolla la actividad científica» (con énfasis en España). Destaco «las publicaciones científicas: un descubrimiento científico, por espectacular que sea, no termina hasta que ha sido publicado y leído por los miembros de la comunidad científica y, en especial, por quienes trabajan en el mismo campo del descubrimiento y áreas próximas. [La] documentación científica es, pues, el inicio y el final de cualquier investigación». Finaliza el capítulo con con «las métricas: los valores numéricos que tengan utilidad para describir, para «medir», la productividad de una persona dedicada a la ciencia».

Lo más interesante del libro empieza en el capítulo 2, «Los valores y la ciencia» [pp. 51-80], «basado, sobre todo, en Las ciencias y el origen de los valores, de 2005, del filósofo Armando Menéndez Viso». Lo que articula la discusión son las ideas de «Robert K. Merton, a quien se atribuye la condición de fundador de la sociología de la ciencia». Sobre la valoración social de la ciencia se destaca que «el público difícilmente está en condiciones de comprender el trabajo científico y sus resultados, por lo que la gente no puede evaluarlos directamente; lo que sí puede hacer,  sin embargo, es valorar los productos que genera. Esa es, en definitiva, una forma de hacer intelectualmente comprensible una práctica que, de otra forma, sería inaccesible».

Finaliza el segundo capítulo comparando «los valores y los males: la ciencia, como cualquier otra obra colectiva que requiere de un importante esfuerzo, necesita amplias dosis de legitimación y apoyo social. [Es] importante que al conocimiento científico se le reconozca el carácter de conocimiento certificado, de manera que ciencia y pseudociencia puedan ser discernidas con la máxima claridad posible por la ciudadanía. [Merton creía que] el «escepticismo organizado» hacía imposible el fraude, porque el contraste sistemático al que se exponen los hallazgos científicos en virtud de ese escepticismo lo haría impracticable. [Sin embargo, quince años más tarde,] Merton manifestó que «la cultura de la ciencia es patogénica». [Los] males de la ciencia pueden ser considerados el reverso de los valores, virtudes o cualidades deseables de la empresa científica».

El capítulo 3, «Desigualdad de oportunidades» [pp. 81-102], nos presenta el efecto Mateo, el efecto Matilde y la discriminación por otros motivos. El cuarto capítulo, «Males del sistema científico» [pp. 103-119], nos presenta «la inestabilidad de la financiación», «el llamado «conocimiento útil»», «la burocracia», «el imperio de las métricas», «la precariedad laboral», «la salud mental» y «el conocimiento secuestrado». Me quedo con esta reflexión: «una buena política científica es aquella que apoya de forma equilibrada una actividad inspirada por la pura curiosidad de los y las profesionales de la ciencia, y otra que busca resolver problemas acuciantes para la sociedad. [Los] actuales gestores de los programas de investigación llegan a pedir a quienes solicitan financiación para sus proyectos que anticipen los resultados que esperan obtener. La misma esencia del hecho científico, la imprevisibilidad de sus resultados, pretende ser abolida mediante este tipo de requerimiento».

Me ha gustado el buen resumen de los «Males del sistema de publicaciones» [pp. 121-143], el quinto capítulo, como las «prácticas monopolísticas de las editoriales», las «revistas y congresos «depredadores» y «secuestrados»», los «sesgos de publicación», las «malas prácticas en la revisión por pares», las «revisiones de baja calidad o fraudulentas», las «fábricas de artículos», los «sistemas para aumentar el número de citas», los «factores de impacto ilegítimos», y la guinda final de «las publicaciones científicas en tiempos de la covid». «Cuanta más es la información publicada, más laxos son los filtros o controles de calidad a que se somete esa información. [Una] novedad interesante que ha generado la pandemia es que la red social Twitter se ha convertido en una vía paralela de escrutinio de las publicaciones, mucho más ágil y transparente que el sistema de revisión por pares clásico».

«Malas prácticas» [pp. 143-171], el sexto capítulo, presenta un breve resumen de la mala praxis científica, con una discusión de sus principales causas, los «sesgos cognitivos» y los «conflictos de intereses». La verdad, me hubiera gustado una discusión más extensa, decorada con ejemplos concretos; sin embargo, los autores han preferido centrarse en las ideas básicas y evitar los ejemplos anecdóticos. El séptimo capítulo, «Mala ciencia» [pp. 173-186], que recorre la «ciencia patológica», la «ciencia sin interés», la «ciencia irreproducible», hasta llegar a los «grandes (anti)científicos», entre los que destaca Linus Pauling, doble premio Nobel, «un científico brillante, sí, uno de los más importantes de la historia, según algunos. Esas fueron sus luces. Pero tuvo también sus sombras».

«El sistema de publicaciones ha perdido en gran medida su función original y ha pasado a satisfacer los requerimientos de una comunidad necesitada de acreditar logros para estabilizarse o progresar en la carrera académica. [Un] sistema que ha pervertido sus objetivos primordiales, y ha convertido los medios —las publicaciones— en los fines».

El capítulo 8, «Ciencia y ética» [pp. 187-213], nos habla de la «ética de los medios», como la «experimentación con animales», y de la «ética de los fines», con dos ejemplos, la «edición genética» y la «inteligencia artificial», ambos enmarcados en «el principio de precaución». Me ha gustado la nota a pie de página sobre una charla de Sergio Pérez Acebrón en Naukas 2015: «en Europa se utilizan, en promedio, dos ratones y media rata por persona en experimentación biomédica (el 98 % de los mamíferos que se utilizan) durante los setenta y ocho años de media que vive. Durante ese período de tiempo, cada persona consume, en promedio, mil pollos, cuarenta cerdos, cuatro vacas y cuatro terneras» [vídeo de la charla].

No podía faltar un capítulo sobre «Ciencia, política y comunicación» [pp. 215-229], sobre «la (no tan fácil) convivencia entre política y ciencia» y «la (más difícil) convivencia en tiempos de coronavirus», porque «a partir de la misma evidencia se pueden acabar sosteniendo posturas políticas contrapuestas a base de forzar todas las opciones, decisiones y evaluaciones de riesgos desde presupuestos culturales». Sin olvidar «las infodemia COVID y los males de la comunicación científica», porque «las malas prácticas en la comunicación científica tienen efectos especialmente negativos en un contexto de crisis sanitaria y social como el que vivimos».

El décimo capítulo nos ofrece una epílogo optimista, «Los males de la ciencia tienen remedio» [pp. 231-261]. Hay que evitar las «oportunidades desiguales», mejorar «la evaluación de la investigación», promover la «ciencia abierta», e incentivar «la integridad científica» y «la ética de la investigación». Una buena iniciativa son las «oficinas de ciencia y tecnología» que asesoran a los políticos, la «ciencia ciudadana», y favorecer la «ciencia lenta». «Hasta finales del siglo pasado y comienzos del actual, se pensaba que las actividades de difusión social de la ciencia (periodismo científico, divulgación, popularización, etc.) eran herramientas adecuadas para transmitir cultura científica a la ciudadanía, más allá de lo que, al respecto, corresponde al sistema educativo, que es mucho. Esa noción corresponde al denominado «modelo del déficit», modelo que presupone que la ciudadanía tiene un déficit de conocimiento científico y que ese déficit puede ser satisfecho. [Pero] el modelo del déficit es limitado porque no propicia una verdadera comprensión del hecho científico por parte del público receptor, que es un sujeto pasivo».

Finaliza el capítulo y el libro con una conclusión final, en la que se destaca el papel tan relevante de la ciencia en la crisis sanitaria de la covid, en especial, gracias a las vacunas. La bibliografía se presenta en «Fuentes» [pp. 263-284]. En resumen, un libro que nos retrata la situación actual de la ciencia, con sus pros y sus contras, que será disfrutado tanto por los profesionales de la ciencia, como por los buenos aficionados a la divulgación científica. Te recomiendo encarecidamente que lo disfrutes, aprenderás muchas cosas y no te arrepentirás.



5 Comentarios

  1. Gracias, excelente reseña, despierta mi interés por leer el libro.
    Sus comentarios ayudan a imaginar más el contenido del libro.
    Ya lo pedí en Bolivia.

  2. Creo que la diferencia básica, fundamental, entre la pseudociencia y la ciencia, es que la finalidad de la primera es mantenerse a sí misma, siendo sus presuntas ventajas (por ejemplo, sanar) la excusa para lo primero, en cambio, la finalidad de la ciencia son sus proyectos (por ejemplo, sanar) siendo su obra colectiva la excusa para lo primero.

    El mito del método científico (como algo único) o hablar de «la ciencia» como si fuera algo compacto y perfectamente bien definido ayuda a los divulgadores y a los científicos a dar credibilidad a lo que realmente quieren, hacer posibles sus proyectos, por eso , la opacidad es efectivamente tan dañina, porque puede hacer confundir la ciencia por una especie de organismo cuyo fin es auto mantenerse.

    Recuerdo un tuit que me dio mucha pena; era de una chica terraplanista (que por su perfil y tuis parecía una persona con verdadera curiosidad) que maravillada por las auroras boreales preguntaba si alguien le podía dar una explicación de cómo se producen, pero advertía «…pero que no sea la explicación de la ciencia oficial..» El adjetivo «oficial» demuestra la confusión que hay que evitar.

    1. El método científico es la verificación observacional de las hipótesis. Es un método tan bueno que funciona no solo en la ciencia sino en cualquier otra rama de la cultura.

  3. hola Francis
    Que piensas de esto* del articulo de Sankar Das Sarma
    *Hay propuestas para usar ordenadores cuánticos en el diseño de fármacos a pequeña escala calculando rápidamente la estructura molecular. Sin embargo, es una aplicación extraña teniendo en cuenta que la química cuántica es una parte minúscula de todo el proceso.

    Los ordenadores cuanticos no serviran entonces para hacer quimica precisa? saber como funcionan como se comportan excatamente a nivel de electrones una macromolecula y de ahi hacer cosas para la industria de la farmacia de las drogas medicas de la biologia humana, de la agricultura etc?

    1. Mariana, Sankar Das Sarma, «¿Tendrá la computación cuántica una utilidad real pronto?» MIT Tech Review, 06 abr 2022, es que hoy en día la química cuántica tiene un papel muy pequeño en el diseño de fármacos y opina que en un futuro cercano seguirá siendo así. Nada más. No leas en sus palabras lo que no dice.

      La física cuántica es el futuro de la computación cuántica en las próximas décadas y dentro de la física cuántica una de las estrellas será la química cuántica. Sarma dice que el criptoanálisis y la seguridad informática no será parte del futuro de la computación cuántica. Nada más.

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