«Los mitos producen sueños y equívocos, magia y explicación, emociones, contradicciones, frustraciones, silencios y sombras. Vivimos y morimos rodeados de mitos. Pero no perdamos la esperanza. Tenemos por delante un largo camino nuevo por explorar. Camino ahora más iluminado por esa luz que llamamos verdad. La búsqueda de la verdad es la única tarea del hombre que no tiene fin. Y no queda nadie en este mundo más que el hombre para continuarla».
La verdad científica es un oxímoron, dado que la ciencia es la duda metódica. Aún así, el libro de Francisco Mora, «Mitos y verdades del cerebro. Limpiar el mundo de falsedades y otras historias», Paidós (2018) [215 pp.], trata de desvelar la «verdad» sobre las leyendas urbanas más populares relacionadas con la neurociencia. A pesar de la extensa discusión sobre lo que es un mito, y por ende un neuromito, quizás más académica de lo necesario, el libro se lee bien y sirve para reflexionar sobre muchas cosas que damos por sentadas de tanto escucharlas. En especial, me ha gustado la parte de neuromitos en pedagogía, es decir, en neuroeducación, la especialidad del autor. Por ello es un libro que recomiendo a todos, pero en especial para los docentes.
El autor no necesita presentación entre los interesados en neurociencia y neuroeducación. Su producción de libros de divulgación es muy extensa, basta mencionar algunos de los que ha publicado con Alianza Editorial desde 2002: «Cómo funciona el cerebro», «Neurocultura: una cultura basada en el cerebro», «Neuroeducación: sólo se puede aprender aquello que se ama», «¿Está nuestro cerebro diseñado para la felicidad?», «El Dios de cada uno: por qué la neurociencia niega la existencia de un Dios universal», … Francisco Mora Teruel es doctor en Medicina (Univ. Granada) y doctor en Neurociencia (Univ. Oxford), siendo catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid. Su conocimiento sobre neurociencia es indiscutible, como su labor divulgativa, centrada en la convergencia entre las ciencias y las humanidades, con énfasis en la neuroeducación. Su nuevo libro sigue en la línea de los anteriores. Sin lugar a dudas muy recomendable.
Tras el prólogo [pp. 13-14] y la introducción [pp. 15-20], el libro nos presenta siete capítulos. «Lo cierto es que toda falsedad es un virus social dañino. Y es ahora, en estos tiempos, cuando parece haber llegado el momento, yo diría el «momento social», que nos hace conscientes del daño que estas falsedades producen en nosotros mismos. [Un] problema real [es] el enorme salto que existe entre el lenguaje técnico con que los neurocientíficos expresan los datos obtenidos en el laboratorio y la interpretación que hacen de ellos los docentes. Muchas veces esta interpretación es equivocada y es de ahí de donde nacen muchos mitos y falsas verdades».
«Nos encontramos en un período de transición cultural que nos lleva hacia una nueva cultura, [cuya] esencia reside en la convergencia entre ciencias y humanidades. [El] pivote que entrelaza mitos, verdades e historias en este libro es la ciencia del cerebro, y particularmente la relación entre la neurociencia cognitiva y las humanidades. [La] neurociencia es un área de conocimiento en constante revisión, actualización y cambio, hecho a la luz de los nuevos descubrimientos que asoman en nuestra cultura de una forma cada vez más acelerada».
El capítulo 1,»¿Qué es un mito?» [pp. 21-39], parte de «el origen de los mitos» y de «el significado cultural de los mitos» para explicar la «persistencia de los mitos» debido a las emociones. Por ello es clave la relación entre mitos, confusiones, creencias y emociones. «El mito (el error) y la verdad son dos acepciones que aun siendo contrarias, son la cara y la cruz de una misma moneda, muy dependientes la una de la otra. [Por ello] muchos mitos se convierten además en memes que calan profundo en la mente humana, y se repiten y repiten constantemente a lo largo de las generaciones, cruzando edades, profesiones y culturas».
«Neuromitos o los mitos sobre el cerebro» [pp. 41-84], el segundo capítulo, nos desmonta algunos neuromitos relacionados con la educación (por cierto, recomiendo el libro «Neuroeducación» del mismo autor). Como el meme de que «solo utilizamos el 10% de nuestro cerebro», que hay dos cerebros independientes, el «cerebro derecho [y el] izquierdo», que cada discente tiene diferentes «estilos de aprendizaje», «el mito de los tres primeros años» de vida, que se suponen «cruciales para su futuro», «el efecto Mozart», «el mito del cerebro normal» y «el mito del cerebro y el ordenador».
Pero hay muchos otros mitos, más próximos al mundo del escepticismo, como «el mito de la percepción extrasensorial», «el mito de la telepatía» y «el mito de la levitación». Muchos de las percepciones personales asociadas a estos mitos «es posible producirlas por la estimulación eléctrica de ciertas áreas concretas del cerebro de una persona despierta». Finaliza el capítulo con «el mito de Gilgamesh sobre la inmortalidad». Sobre el Homo posthumano, «a la vista de lo que hoy sabemos de la ciencia, y que esta nuca es una certeza, una verdad, todo ello no deja de ser una utopía, un mito. [No] concibo un «ser no humano» inmortal. Tal cosa no es coherente con ese proceso universal, sabio, exitoso, desarrollado a lo largo de tantos millones de años de evolución. Y menos un ser «posthumano» hecho con la «pobre inteligencia artificial», comparada con la inteligencia natural de su predecesor, el actual ser humano. [La] inmortalidad es solo eso, un mito».
El breve capítulo 3, «Limpiar el mundo de falsas verdades» [pp. 85-91], nos presenta los resultados de una encuesta sobre neuromitos. Así llegamos al capítulo 4, «Mitos que no lo son» [pp. 93-116], empezando con «¿son un mito los tiempos atencionales de diez minutos?», «¿es un mito el síndrome del déficit atencional y la hipermotilidad?» (el famoso TDAH), «¿es un mito la dislexia?», «¿son un mito los personajes del doctor Jekyll y míster Hyde?», y «¿es un mito la libertad humana?»
«La conciencia es un proceso «lento» en términos de elaboración neuronal. [El] cerebro humano, pues, sigue programado por esa «ley sagrada» de mantener la vida, acortando los tiempos de toda acción emocional (inconsciente) o cognitiva (consciente). [Al] menos para una decisión concreta, puntual y libre del individuo, [el] ser humano no es consciente de su decisión y, por tanto, su voluntad no es la causa de ello. [La] libertad [aparece] cuando la persona proyecta su decisión a muy largo plazo [y] «es capaz de explicar sus actos por referencia a sus ideas y propósitos propios». Acorde con esto, claramente, somos seres responsables de nuestras conductas».
«¿Qué es una verdad?» [pp. 117-126], el quinto capítulo, nos contrasta las «verdades absolutas» y las «verdades humanas». «La verdad que ilumina es la verdad que viene proporcionada por los descubrimientos de la ciencia. Y aun siendo esta ya desde el principio una verdad no absoluta o, si se quiere, una verdad siempre provisional, es la «mejor» verdad que posee el ser humano, porque es la que conduce a alumbrar un nuevo conocimiento de los demás y del mundo». Así acaba el capítulo con las «verdades sobre el cerebro» a la luz de la neurociencia.
El capítulo 6, «Historias y verdades sobre nuestro cerebro» [pp. 127-167], se inicia con la plasticidad neuronal en «de ventanas plásticas y cerebros» para llegar a «nuestro cerebro constructor de ideas». Para «el aprendizaje de la lectura […] no parece haber ningún período crítico. [Es] a partir de los seis años cuando para la mayoría de los niños es más fácil, cognitiva y emocionalmente (causando alegría), aprender a leer». Así llegamos a «¿es el mundo que vemos una realidad objetiva?», «la belleza o los prodigios del cerebro», «se non è vero, è ben trovato» e «inteligencias, capacidades y potencialidades». Tras criticar las inteligencias múltiples de Gardner, llegamos al interesante «bilingüismo y cerebro» y al instructivo «adolescentes y cerebro».
«La inteligencia no es una dotación que al nacer ya venga impresa «de fábrica» en el cerebro, manifestándose por igual a lo largo del desarrollo. Ni tampoco la inteligencia es algo fijo. Por el contrario, cuando esa «luz metal» (que permite comprender, razonar, conocer y elegir o decidir sobre cosas o problemas) se pone en funcionamiento, tal cosa ocurre en un ambiente determinado que opera como determinante y con tiempos diferentes. La expresión de la inteligencia siempre es modulada de modo acorde a ese ambiente y a los problemas o circunstancias que genera».
El capítulo 7, «Historias y verdades sobre nosotros mismos» [pp. 169-193], se inicia con «de absolutos, cambios y memorias» y el sugerente «no somos solo nuestro cerebro», que nos lleva a «el alma, una idea universal equivocada». «El cerebro, como «rey de la persona», ese «yo soy el cerebro», es un mito. El cerebro, que es un órgano, no funciona adecuadamente sin el diálogo constante con el resto de los demás órganos del cuerpo. Diálogo «químico» con el que se conforma esa unidad anatómica, funcional, en lo que llamamos cuerpo. [El] «alma», la mente, [es] la expresión del funcionamiento del cerebro».
«¿Cómo se construye «lo sobrenatural» en nuestro cerebro? […] ¿Es «la creencia», religiosa o no, fantasmagórica o imaginada, algo diferente del proceso de abstracción del cerebro humano? […] ¿Trae ya el ser humano al nacer una impronta (un código) que le conduce hacia la creencia en la existencia de otros seres como nosotros mismos, pero no visibles?» Muchas preguntas de difícil respuesta que se discuten en «verdades, espíritus y códigos», «Dios: ni verdad ni mito, solo una idea llena de sentimiento» y la «luz al final del túnel».
«Lo cierto es que en este tiempo cultural nuevo, las cosas están cambiando de un modo acelerado. Estamos entrando en el mundo de la posreligión. Estamos empezando a ser conscientes, muy lentamente, de que las creencias en las religiones institucionalizadas enturbian las aguas limpias del conocimiento de la realidad. [Todo] esto está conduciendo, cada vez más, a la idea de que la religión, Dios, es un producto cognitivo más del cerebro humano sin ninguna connotación sobrenatural. [La] idea de Dios, pues, no es ningún mito, pero tampoco es una verdad».
Finaliza el libro con un breve epílogo [pp. 195-196], la extensa bibliografía [pp. 197-205] y el «índice analítico y de nombres» [pp. 207-215]. «¿Está nuestro cerebro diseñado para la felicidad? No, el cerebro está diseñado, absolutamente, con todos sus códigos, para mantenerte vivo». Te recomiendo este último libro de Francisco Mora, así como otros libros suyos ya publicados, que seguro que sabrás disfrutar, si te interesan la neurociencia y la neuroeducación.
El cerebro humano (exceptuando el de los tertulianos y algunos políticos 🙂 es, con diferencia, el objeto físico más increíble, complejo y poderoso del Universo conocido. Absolutamente todo nuestro mundo cotidiano es una «recreación» de nuestro cerebro: imagenes, sonidos, colores, olores, sentimientos, emociones… ¡Nuestra realidad es completamente una especie de «Matrix»! (Literalmente la realidad supera la ficción 🙂 Nuestro cerebro es el producto de miles de millones de años de evolución: la naturaleza tardó casi 4000 millones de años en «fabricar» el cerebro de un mono y solo unos 9 millones (o quizás bastante menos) en transformar este en el cerebro humano actual. Desde este punto de vista no es sorprendente que hayamos heredado ciertas características «animales» de nuestros antepasados: violencia, racismo, etc, ya que estas fueron utiles en el entorno pasado aunque actualmente solo nos crean problemas. Además nuestro cerebro es muy sensible a estímulos externos: imagenes, sonidos ,olores, etc «manipulan» nuestro cerebro hasta el punto de conseguir que una persona haga cosas impensables. Actualmente, con internet, nuestro cerebro está diariamente expuesto a un bombardeo continuo de videos, discursos, estadísticas, supuestos «estudios», supuestas «verdades», supuestas normas correctas de comportamiento… muy probablemente nuestro cerebro y nuestro sistema nervioso no está preparado para este bombardeo. Por esto es fundamental que las nuevas generaciones tengan una mínima base de conocimiento científico, solo así podrán separar las noticias verdaderas de las chorradas, solo así podrán caer en la tentación de dejar de vacunar a sus hijos, de dejar de comer carne, de creer en supersticiones y fenómenos para-subnormales, o de creer que comer la piel del pollo te puede convertir en homosexual 🙂
Resumiendo (y acabando de forma optimista mi parrafada dominguera) deberiamos sentirnos afortunados de estar aquí, de poseer el instrumento más increíble del Universo, de ser capaces de admirar la belleza de la naturaleza y de ser capaces incluso de explorar y entender las leyes más profundas del Universo ¿Se puede pedir más?
Estamos modificando nuestro entorno y circunstancias a una velocidad mayor que nuestra propia adaptación ¿Llegaremos al futuro?
«La verdad científica es un oxímoron, dado que la ciencia es la duda metódica.»
Francisco, no me parece correcto definir la ciencia como «duda metódica», porque entonces también el nihilismo sería ciencia. En realidad, la ciencia es «verificación empírica racional». Esta definición tiene la ventaja de que, al ser más precisa, deja fuera al nihilismo. Por otro lado, esta definición implica que la expresión «verdad científica» no constituye ningún oxímoron. ¿Acaso no es verdad que existen los átomos, las placas tectónicas, la evolución biológica, etc.?
Pero, Rawandi, si no es un oxímoron, entonces implicaría que la verdad no tiene porqué ser científica, si no es científica, no es contrastable, está basada en la duda, y por lo tanto, pierde su veracidad.
Pedro, no le entiendo. Las verdades que descubre la ciencia son obviamente verdades científicas. Ejemplos: la Tierra se mueve; somos producto de la evolución biológica; existen los átomos.
Sí, perdona, Rawandi, mi comentario es horrible, no tiene ni pies ni cabeza. A veces me lío a comentar cansado y pongo chorradas
La idea básica es que como nunca podemos estar seguros al 100% de nada, solo tener muchas evidencias y un punto de vista con consenso, no podemos hablar de verdad.
Por ejemplo. Todos los astros se mueven respecto de la tierra, ésta está inmóvil; colioris y demás efectos, son producto del tirón gravitatorio de todos ellos en su movimiento.
Pero si la Tierra estuviera inmóvil, el planeta Neptuno tendría que ser más rápido que la luz para poder completar una vuelta cada 24 horas, ¿no?
Pues hombre, no nos vamos a poner a hacer los cálculos, pero seguro que gracias al tirón gravitatorio de todos los astros del universo, encontraríamos una hipercomplicada solución de tiempos y trayectorias para explicarlo, pues el campo gravitatorio es equivalente a la aceleración, pero a lo mejor no, es decir, es solo un ejemplo para atender a a..¿Tenemos la certeza al 100% de que no existe un sistema de referencia no inercial con todo el derecho a decir que está quieta? ¿Tenemos la certeza de que nuestra definición de movimiento es verdaderamente universal y atemporal? ¿Tenemos la certeza que no hay en juego otras dimensiones tal que la idea de quietud o movimiento de la tierra cambie radicalmente?
En ciencia uno siempre tiene suficientes evidencias y simplicidad tal qué negar la descripción elaborada es perverso, pero nunca el 100%.
Fíjate, en la época del eter, negarlo era de tontos, no solo porque era de una lógica aplastante , si no porque explicaba muchos más fenómenos que los evidentes, y las evidencias eran muchas.
Hoy negar la evolución es perverso y absurdo, pero ¿Tenemos la certeza al 100% de que nuevos datos nunca podrían, no hundirla, pero si convertirla en otra cosa?
No tenemos certeza al 100% de nuestras descripciones, solo muchas evidencias y consenso por su simplicidad. Esa es la idea filosófica sobre la que entiendo que habla Francis.
Me estoy preguntando ahora lo siguiente. Imagínate que tuviéramos un cerebro tan poderoso que jugar al ajedrez fuera tan aburrido como jugar al tres en raya, tan poderoso que ante un conjunto de axiomas ,rápidamente vieramos todas las implicaciones matemáticas y nos pareciera todo trivial y para nada mágico… entonces, ante esta tesitura ¿Llegaríamos a tener certeza de algo al 100%?
«como nunca podemos estar seguros al 100% de nada, solo tener muchas evidencias y un punto de vista con consenso, no podemos hablar de verdad.»
Ese argumento es incorrecto, porque las verdades altamente probables (por ejemplo, una verdad segura al 99,9 por ciento) también son verdades. El propio Francis reproduce en su reseña un párrafo donde Francisco Mora lo explica bastante bien:
“La verdad que ilumina es la verdad que viene proporcionada por los descubrimientos de la ciencia. Y aun siendo esta ya desde el principio una verdad no absoluta o, si se quiere, una verdad siempre provisional, es la «mejor» verdad que posee el ser humano, porque es la que conduce a alumbrar un nuevo conocimiento de los demás y del mundo” (capítulo 5).
El cerebro esta diseñado para sobrevivir, como dijo Bertolt Brecht «Primero esta la comida luego está la Ética», el principio de supervivencia te lleva a eso.